29-05-2015 La Federación Internacional de Futbol, la tristemente célebre FIFA, se maneja como lo que es, una gran transnacional, que genera billones de dólares al año, pero está conducida por un grupo que no atiende los intereses de sus principales accionistas, sino sus propios negocios. Es como si Apple fuera dirigida por Vito Corleone.
La FIFA premia, castiga, aplaude y exilia, según los intereses privados y, también, geopolíticos que van de la mano con ellos. La base de ese poder está en el voto de sus 209 asociaciones afiliadas. En la FIFA vale lo mismo el voto de una pequeña isla del Caribe que no tiene futbol profesional o, en ocasiones, ni siquiera una liga amateur, que el voto de Alemania, Francia, Gran Bretaña, España, Brasil, México o Argentina. La forma de explicar el porqué personajes como João Havelange o Joseph Blatter se han podido mantener durante tantos años al frente de ese organismo internacional es, precisamente, por esa desigualdad basada en el voto igualitario. Los votos de la Concacaf, donde está México, son 35. Los de la confederación de Asia, 46. Con esos votos, más la Confederación de América del Sur, unos diez, se tiene garantizada la mayoría en las votaciones de la FIFA. Ahí reside el poder. No importa si los grandes países del mundo del futbol o, incluso, los grandes futbolistas se oponen a las autoridades de la FIFA: éstas tienen posiciones aseguradas por el voto de los pequeños o, incluso, de los que no existen y que venden su apoyo a cambio de dinero o respaldos.
Romper esa trama no será sencillo, incluso con el proceso que ha iniciado el Departamento de Justicia de los Estados Unidos. Que haya sido la propia procuradora, Loretta Lynch, la que haya encabezado las operaciones, demuestra la magnitud de la batalla planteada.
Cualquiera pensaría que, después de semejante golpe, la enésima reelección de Blatter, programada para hoy, sería, por lo menos, pospuesta si no es que el dirigente suizo se retiraría en forma inmediata. No será así. Quizá, por alguna extraña razón, Blatter no termine siendo reelecto hoy, y el jordano Al Hussein (que tiene apoyo de los países europeos, de algunos del Oriente Medio, se dice que de Estados Unidos y de futbolistas como Maradona, muy cercano a su entorno) se convierta en el nuevo presidente de la FIFA, pero no dude que Blatter, si puede, se quedará en esa posición.
Este es un tema de negocios y geopolítica. Esta crisis, en realidad, dio inicio cuando la FIFA decidió darle la sede del mundial del 2018 a Rusia, en lugar de Gran Bretaña y el de 2022 a Qatar, donde, sencillamente, no hay condiciones para realizar un mundial de futbol. Desde ese momento, Londres ha denunciado la corrupción existente en la FIFA.
Rusia, mientras tanto, ya ha dado pleno apoyo a su amigo Blatter y a los directivos de la FIFA. El propio Vladimir Putin dice que todo es una estratagema de Estados Unidos y algunos países europeos para evitar la reelección del suizo e impedir el mundial en su país. En un contexto de claro enfrentamiento entre Rusia y los países occidentales por Ucrania, entre otros conflictos importantes, la declaración rusa no debe echarse en saco roto. También los países del Oriente Medio apoyarían a Blatter por el respaldo a Qatar, aunque entre las naciones árabes (como en muchas ocasiones entre las latinoamericanas) aquel axioma de Woody Allen respecto a los intelectuales, siempre está vigente: “son como la mafia, sólo se matan entre ellos”. El caso es que la candidatura de un jordano, Al Hussein, podría modificar esa postura, pero también es verdad que no querrán perder un negocio como el Mundial de 2022, sobre todo cuando los empresarios árabes se han convertido en los propietarios o patrocinadores de muchos de los equipos más importantes del futbol mundial.
No deja de llamar profundamente la atención, también, el instrumento legal que ha utilizado Estados Unidos para llevar a cabo el operativo, la llamada ley Rico, que sirve para perseguir en la Unión Americana a la mafia y al crimen organizado. En los hechos, al utilizar ese instrumento legal, el Departamento de Justicia estadunidense está declarando a la FIFA como una institución (o por lo menos a sus mandos) mafiosa, con todo lo que ello implica, comenzando por posibles condenas de cárcel de hasta 20 años a los implicados.
Nunca antes, como ahora, el futbol había sido un espectáculo (y un mercado) tan global. Nunca antes había generado tantos recursos ni movilizado tantos intereses. Nunca una institución con tanto poder, en términos globales, había sido manejada de forma tan corrupta y oscura. Quién sabe en qué terminará la redada de los directivos de la FIFA, lo que es inocultable es que esa institución y el manejo global del futbol necesitan cambios profundos que pongan al deporte a la altura de su trascendencia e importancia social y económica. Incluyendo a México.