11-06-2015 Al PAN, pese a ganar dos gubernaturas el domingo y estar disputando en la mesa, y luego en los tribunales, Colima y San Luis Potosí, no le fue bien el domingo. En términos federales ésta ha sido la peor elección del blanquiazul desde 1991, mucho peor que las dos pasadas intermedias que de por sí fueron malas, sobre todo considerando que estaban en el gobierno. Para el PRD las cosas fueron bastante peor: perdió Guerrero, buena parte del DF, la mitad de sus votos, también fue su peor elección desde la de 1991. Pero más allá de generalidades, en los dos casos, hay razones distintas para esas derrotas.
Mañana analizaremos al PAN, pero en el PRD el factor decisivo fue la lucha con Morena que dividió en dos el voto tradicional de ese partido, y hasta en tres si consideramos la muy buena elección que hizo Movimiento Ciudadano en Jalisco, en Nuevo León y en menor medida en Guerrero. Esos tres partidos, sumados sus votos, logran poco más del 25 por ciento. Y si el PT logra su registro (está exactamente en el límite para ello) con esos tres puntos se irían a 28 por ciento, una cifra muy por encima del PAN y muy cercana al PRI.
El problema es que Morena rompió esos acuerdos, decidió no sumarse con ninguna de las otras expresiones de la llamada izquierda y cada fracción se fue con su votación. Dicen que las guerras civiles, fraticidas, siempre son más brutales que las que se dan entre otros tipos de adversarios. Y eso lo podemos comprobar nuevamente hoy en el PRD.
Es verdad que el PRD perdió por el caso Iguala, por la corrupción de algunos de sus funcionarios, porque no supieron venderle a su gente la participación en el Pacto por México, por impulsar e incluso imponerle al gobierno una reforma fiscal costosa para la gente, porque optó en muchos casos por malos candidatos. Pero, con todo, pierde porque su voto se divide y después de tantos años de caudillismo de López Obrador en esa corriente, era ingenuo pensar que no se quedaría con una parte del pastel, sobre todo en el DF.
Una parte mayor de la que se esperaba por dos razones: Morena demostró que en la capital (en el resto del país hoy pasa casi desapercibida, salvo alguna excepción) conservó buenos operadores, con conocimiento del terreno y el electorado, y como siempre sucede en los enfrentamientos fraticidas, el PRD sufrió deserciones y traiciones, algunas de última hora, que no supieron o no quisieron detectar. El bejaranismo trabajó para Morena, tanto que en todas las delegaciones donde esa corriente tiene presencia y control ganó el partido de Andrés Manuel, lo que se replicó en los jefes delegaciones y algunos funcionarios del GDF (producto de posiciones distribuidas hace cuatro años, antes de la ruptura).
Decir que la derrota se debió, como sostienen ahora algunos perredistas, al gobierno de Miguel Angel Mancera (quien, hay que recordarlo, no es siquiera militante del PRD), es tratar de simplificar las cosas y no ver la magnitud del desafío que tienen por delante. Perdieron porque están divididos, porque no enfrentaron a tiempo esa realidad, porque no lograron crear una verdadera alternativa a Morena e incluso porque, como sí hizo Movimiento Ciudadano, no supieron acercarse a opciones ciudadanas que revitalizaran al partido, le dieran nueva presencia y nuevos votos. Mancera no es el responsable de esa situación, en realidad es la víctima de esa división.
Es verdad que Morena hizo una primera gran elección, con muy buenos números en la capital del país (en el resto, insistimos, casi no figuró) y ganó tres posiciones claves: la mayoría, no absoluta, de la ALDF, la delegación Cuauhtémoc con Ricardo Monreal y Tlalpan, con Claudia Sheimbaum, los dos cercanísimos a Andrés Manuel. Morena tomará por asalto el DF, sin conceder nada, ya lo ha mostrado, y desde la capital, con toda su repercusión mediática nacional, tratará de reconstruir la candidatura de Andrés Manuel para el 2018, desfondando, como objetivo inicial, al PRD.
En todo esto Mancera, que sigue siendo un capital pese a los golpes recibidos, debe adoptar medidas: la primera, depurar equipos y estar seguro de que quienes se queden con él, sean realmente suyos. Hoy no es así. Segundo, mantener su perfil ciudadano: si quiere tener opciones en el futuro debe mostrarse como lo que es: un hombre progresista que no tiene partido y que por eso mismo puede congregar en torno suyo a personalidades que están lejos de las estructuras partidarias, de centro, izquierda o derecha. Y debe convencer al PRD de que su única opción es acompañarlo en esa ruta. Si el PRD no lo sigue, es un problema del partido, no debería ser un condicionante para Mancera. Porque esa ruta es, además, la única que podrá salvar al propio PRD.