01-07-2015 Se puede gobernar de dos maneras: mirando hacia el pasado o encarando el futuro. No se trata de ignorar lo sucedido o simplemente de hacer tabla rasa con el ayer. Es una actitud que deben asumir los gobernantes al iniciar sus mandatos y que los definirá en su accionar.
Muchos de los que lo apoyaron están presionando a Jaime Rodríguez Calderón, el gobernador electo de Nuevo León, para que llegado al palacio de gobierno en Monterrey, inicie una limpieza purificadora de las anteriores administraciones regiomontanas. Hasta ahora, el gobernador electo ha actuado con prudencia: ha iniciado una transición que se prevé muy ordenada con el gobierno de Rodrigo Medina, ha atenuado de forma notable su discurso, se ha reunido con el propio Medina y con el presidente Peña y en la presentación de su equipo de transición, encabezado como era previsible por Fernando Elizondo, ha incorporado hombres y mujeres de los principales grupos empresariales y mediáticos que lo apoyaron para llegar a la gubernatura.
En términos administrativos, económicos y políticos, parece tener claridad por lo menos sobre con quiénes gobernar. Queda la duda de una declaración suya cuando recibió la constancia de mayoría y dijo que dedicaría los seis primeros meses de su gobierno para evaluar como habían quedado las finanzas y elaborar proyectos. Sostuvo que no iban a dejarse llevar por ocurrencias. Por supuesto que nadie puede gobernar con base a ocurrencias (allí está el ejemplo catastrófico Syriza y su primer ministro Alexis Tsypras en Grecia) pero tampoco nadie puede dedicar los seis primeros meses de su administración a evaluar el pasado. Para cualquier gobernante, pero sobre todo para El Bronco, considerando que no tendrá una bancada legislativa propia, los cien primeros días de su administración serán decisivos.
Dentro de esos cien primeros días tendrá que decidir qué hacer respecto a sus antecesores. Evidentemente si hay delitos obvios que perseguir tiene que actuar contra quien sea el responsable, también tendrá que investigar ese pasado para tener identificadas las conductas que se puedan considerar ilegales o incluso las que estando en el marco de la legalidad sean poco éticas o que hayan fomentado la corrupción. Lo que no puede es hacer de esa búsqueda o de esas investigaciones su programa de gobierno. Muchos le reclamaron a Vicente Fox que llegando a Los Pinos no haya iniciado una campaña para desmembrar al priismo. Creo que fue uno de los aciertos de Fox porque se habría tenido que enfrentar a un proceso de ingobernabilidad que le hubiera impedido avanzar en su proceso. El problema con Fox fue que dedicó esos primeros cien días al tema Chiapas y al EZLN, y desperdició la oportunidad de, en ese contexto, realizar las reformas estructurales que el país requería. Tampoco Felipe Calderón decidió ir contra el pasado, ni el foxista, ni el priista ni el de su rival López Obrador, a pesar de que éste le bloqueó continuamente la gestión de gobierno.
El presidente Peña tampoco optó por esa vía. Hoy a la mitad de su mandato judicializar la política sería mucho más que un error. Uso sus primeros cien días para sacar las mismas reformas que habían quedado postergadas desde el foxismo. La única acción en ese sentido, la detención de Elba Esther Gordillo, le brindó popularidad pero, vista retrospectivamente, le quitó margen de control en un tema tan delicado como el de la reforma educativa y federalizó a un grupo local como era la Coordinadora.
Ha habido mandatarios que optaron por otras vías. Ernesto Zedillo al asumir la presidencia en diciembre del 94 no tenía en la mira un enfrentamiento directo con su antecesor, Carlos Salinas, aunque las diferencias entre ambos habían quedado claramente planteadas desde el periodo de transición. Pero la crisis de fines de diciembre, invirtió las cosas y el objetivo de Zedillo fue Salinas. Deslegitimó a su predecesor pero dividió a su partido, perdió los comicios intermedios de 1997, ya no pudo implementar las reformas que tenía planeadas y en el año 2000 le tuvo que entregar el gobierno a Fox.
En el terreno estatal, Arturo Núñez, en Tabasco, en cuanto asumió el gobierno decidió que su objetivo era también su antecesor, Andrés Granier. Lo ha perseguido a Granier y a su equipo, quizás con razones válidas, hasta con encono. El ex gobernador está preso, pero Núñez no ha podido gobernar, ha quedado tan atrapado en esa lucha contra el pasado que tiene hoy a Tabasco paralizado, tanto que perdió ante el PRI las pasadas elecciones.
El Bronco, que no está mal asesorado, se deberá ver en esos espejos. Será a partir de ellos que tendrá que construir su futuro, apostando por transformar o por ajustar cuentas con un pasado que, en su caso, como le ocurrió a Zedillo o a Núñez, también lo involucra. La gente en ocasiones quiere revanchas, quiere golpes en el corazón, pero no se debe perder de vista que lo que siempre quiere, por sobre todas las cosas, es vivir mejor.