12-08-2015 Más que Carlos Navarrete, Jesús Zambrano o Guadalupe Acosta Naranjo, el verdadero líder de Nueva Izquierda, el hombre que llevó a esa corriente a ser la mayoritaria en el PRD, es Jesús Ortega. No es Ortega un político carismático ni tampoco un gran orador, pero ha sido durante muchos años el cerebro de ese grupo y el que ha tenido la capacidad de operación que le dieron la hegemonía a Nueva Izquierda incluso con la oposición, en su momento, de Cuauhtémoc Cárdenas y después de López Obrador.
Me parece que hoy también es el único, entre los principales protagonistas de todo el affaire interno del perredismo, que está diciendo con claridad hacia dónde quiere que vaya ese partido. Para Ortega, el PRD no perdió sino ganó con la salida de López Obrador porque era un lastre que le impedía abandonar la lógica estalinista y el viejo nacionalismo revolucionario para construir una izquierda moderna, socialdemócrata.
No es un tema menor cuando vemos las enormes confusiones que existen en el perredismo. Este fin de semana, Carlos Navarrete ha puesto sobre la mesa su renuncia y la de todo el comité ejecutivo para renovar la dirigencia y en ese camino reorientar a un partido sin rumbo. Hace un año, concluido el proceso de reformas, la dirigencia del PRD parecía haber encontrado el camino para convertirse en esa izquierda moderna, que tanto había buscado ese sector del PRD desde la renuncia de López Obrador.
La elección que llevó a la dirigencia a Navarrete parecía la consolidación de esa línea de trabajo. Pero casi el mismo día que Navarrete se transformaba en presidente nacional del PRD estallaba el caso Ayotzinapa, un crimen que el perredismo no supo asumir ni explicar y ante el que cometió todos los errores posibles. El primero, defender a ultranza al gobernador Angel Aguirre. No sé que le debía o debe la dirigencia perredista a Aguirre, pero esa defensa resultó inexplicable. Como lo fue su actitud ante el alcalde José Luis Abarca y su esposa, María de los Angeles, hermana, a su vez, de los líderes del cártel Guerreros Unidos. El responsable de que Abarca fuera presidente municipal era Lázaro Mazón, secretario de salud de Aguirre y entonces el precandidato de López Obrador para Guerrero. No tenían porqué defender a ninguno de ellos. El PRD no fracasó en junio por haber participado en el Pacto por México, fracasó por no deslindarse de la corrupción que llevó a un Abarca al poder.
Los resultados electorales terminaron de cerrar esa espiral. Una vez más el PRD no supo o no pudo marcar una distancia con su propio pasado: en Guerrero recurrió a una candidatura cercana a Aguirre en Beatriz Mújica (a quien algunos quieren hacer ahora, como premio, presidenta del partido) y en el DF muchas de las candidaturas locales estuvieron ligadas a delegados elegidos en el periodo López Obrador-Ebrard, que le terminaron costando mucho al PRD y al gobierno capitalino.
El corolario de todo eso era lo que sucedió el fin de semana. Decía Séneca que cuando un navio no sabe hacia dónde se dirige ningún viento le es favorable. Y en el PRD, salvo por esa declaración de Jesús Ortega, nadie parece saber con claridad hacia dónde quieren dirigir esa nave. Las resoluciones del Consejo del fin de semana no dicen nada al respecto. Se permiten alianzas con el PAN pero no con el PRI (más allá de la conveniencia coyunturales de unas u otras ¿porqué con unos sí y con los otros no?); se dice que se privilegiarán las alianzas con la izquierda, sobre todo con Morena y Movimiento Ciudadano, obviando que Morena y López Obrador han sido los peores enemigos que ha tenido el PRD: nadie los ha descalificado, acusado y despreciado tanto.
De las opciones que se habla muchas no permiten ni el más mínimo análisis, otras son descabelladas (¿Roger Bartra?¿José Woldenberg?¿José Ramón de la Fuente?). Se habla de un cambio generacional pero son muy pocos los que podrían dar ese paso: veo sólo a dos, Armando Ríos Pitter, el mejor y que tuvo la lucidez de apartarse de la candidatura de Guerrero cuando comprendió la magnitud de la defensa de Aguirre, y un Fernando Belauzarán, muy talentoso, pero que a veces pareciera estar más entusiasmado con crear un Podemos tipo español, que un partido socialdemócrata. Se habla de abrirse a la sociedad y de respaldar candidaturas independientes pero eso no deja de ser un lugar común sino se aterriza en personas concretas. Puede haber candidaturas abiertas y ciudadanas que terminen de deformar cualquier opción de izquierda. ¿O quieren candidatos que terminen alabando a la iglesia Luz del Mundo?.
El PRD debe cambiar dirigencia, debe buscar una renovación generacional y exhibir un nuevo discurso, pero no podrá hacerlo regresando a un pasado que ya se fue de largo y sin saber cuál es el destino al que quiere arribar.