16-09-2015 Aunque México, como país, haga un esfuerzo conciente por alejarse de muchos de los grandes conflictos que azotan al mundo actual, esas batallas, esos desafíos, nos alcanzan. El ataque, injustificable desde cualquier punto de vista, contra un grupo de turistas mexicanos en Egipto, con la muerte confirmada de ocho compatriotas (podrían ser más en las próximas horas) supuestamente confundidos por el ejército egipcio con integrantes del grupo terrorista Estado Islámico es, por supuesto, una tragedia que tiene mucho de circunstancial, pero también es un recordatorio de que en el mundo actual se debe tener un papel más protagónico, más activo. Incluso hasta para hacer advertencias claras sobre dónde es aconsejable ir y dónde no.
Es verdad, México no es una potencia y los tiempos de la guerra fría, en los que nuestro país podía jugar y jugaba un papel activo con una suerte de tercera posición (siempre engañosa, porque las agendas e inclinaciones estratégicas eran muy claras) entre el Norte y el Sur, entre el campo capitalista y el socialista, han quedado muy atrás. El inusitado despliegue de todo tipo de servicios secretos operando en nuestro país (desde la CIA hasta la KGB) refrendaba ese papel. Eso no impidió que se escribieran grandes páginas, como la actitud digna ante la revolución cubana en sus primeros años, la posición del país ante el golpe en Chile y las dictaduras centroamericanas, el activísimo papel en la caída del somocismo en Nicaragua y más tarde en el conflicto salvadoreño.
Esa época pasó y vino un nuevo periodo que estuvo marcado en el gobierno de Carlos Salinas por una activísima operación para, en el nuevo mundo unipolar, incorporar a México al bloque regional del Norte, una muy acertada decisión que vía el TLC y otros mecanismos de integración nos colocaron en una posición estratégica para el desarrollo futuro del país. El levantamiento zapatista del primero de enero del 94, el mismo día en que entraba en vigor el TLC, más allá de sus repercusiones internas y de las sospechas que siempre generó respecto a sus impulsores e intenciones últimas, tuvo el dudoso honor de romper esas expectativas y de ir convirtiéndonos de un país abierto y con la mira en el mundo a uno que se miraba compulsivamente el ombligo.
La crisis de diciembre del 94, nos terminó de alejar del mundo. Salvo en el aspecto comercial perdimos la iniciativa en casi todo lo global. Señales de ese abandono del mundo hay muchos, pero pocos como el desinterés con que los medios comenzaron a cubrir lo internacional: ningún medio en México fue, desde esos años, referencia internacional, las grandes redes de corresponsales del pasado desaparecieron, los espacios, también. El mundo terminó siendo alguna tragedia, algún suceso notable, quizás el resultado de alguna elección. Y casi toda esa información no llegaba por nuestros propios medios, sino por agencias internacionales.
Cuando Vicente Fox llegó al poder se pensó que esa situación podía cambiar dramáticamente. Con aciertos y errores, se presentaron medidas muy audaces en la integración con Estados Unidos, pero también en revitalizar la relación con el mundo, para hacer a México protagonista. Pero cuando llegaron los ataques a las Torres Gemelas no se supo qué hacer: las diferencias entre Castañeda y Creel, llevaron a que el presidente Fox tuviera una tímida y lenta reacción que logró primero enfriar y luego deteriorar seriamente la relación con la Unión Americana, y alejarnos rápidamente del escenario internacional, paradójicamente cuando estábamos en el Consejo de Seguridad de la ONU y el tener una actitud protagónica era clave.
Durante el gobierno de Felipe Calderón se trató de implementar otras vías: una fue la seguridad global, el otro el medio ambiente. Sin duda nunca ha habido en términos de seguridad un entendimiento con Washington tan profundo. Tampoco un mandatario tan atento a los temas del medio ambiente. Pero no alcanzaba para recuperar protagonismo en los grandes temas mundiales y ello tampoco se buscó.
La administración Peña cambió las reglas del juego en el tema de seguridad y dejó los temas medioambientales en otro nivel de decisión, pero apostó fuerte en tratar de afianzar los mecanismos regionales de integración. Tuvimos, con José Antonio Meade, un canciller con mucha presencia. Pero nos alejamos del protagonismo. No tenemos posición sobre el Estado Islámico, tampoco sobre la injustificable represión del gobierno de Nicolás Maduro (¿qué gran diferencia hay entre su régimen y las dictaduras de Centro y Sudamérica del pasado?), no participamos en forma clara en el proceso de transformación cubano, no queremos saber nada de la crisis de los refugiados, nos reímos o enojamos con Trump pero no tenemos buena información, propia, de los Estados Unidos o alertas de viajes que se tomen en cuenta. Y seguimos sin una visión propia de lo que sucede en el mundo.
Pero el mundo se los cuela, aunque pensemos que mirarnos el ombligo es una estrategia inteligente.