18-09-2015 Los hechos de la noche de Iguala, a pesar de los evidentes intentos de manipulación, siguen esclareciéndose con base en datos duros. Dos han sido, en estas horas, particularmente importantes.
Por una parte, el instituto de Innsbruck, en Austria, ha identificado entre los restos que fueron encontrados en el basurero de Cocula y en el río adyacente, al segundo de los estudiantes desaparecidos y asesinados en ese lugar. Se trata de Jhosivani Guerrero, identificado con base en el ADN de su madre. En Innsbruck también se reconfirmó la identificación de los restos de Alexander Mora Venancio, el primero de los jóvenes cuya identidad fue establecida con esos estudios. En los dos casos los restos fueron recogidos en el basurero y en una de las bolsas que fueron arrojadas al río.
Hay más de 60 mil restos recogidos en la zona, todos ellos calcinados y fragmentados, tal y como cuentan que lo hicieron los asesinos materiales, detenidos, confesos y procesados por ese crimen. Pero no se trata sólo de confesiones: más de cien peritos de la PGR participaron en la confirmación de esos hechos, lo mismo que un grupo de especialistas extranjeros de reconocida experiencia internacional. Eso fue también (que los jóvenes habían sido asesinados, calcinados y arrojados a un río) lo que dijo originalmente el padre Alejandro Solalinde, con base en testimonios de los pobladores del lugar y que se confirmó con las investigaciones, las declaraciones de los inculpados y los peritajes.
La voz discordante, a través de un peritaje para el cual necesitó sólo unos minutos en el lugar y en el que se equivocó hasta en la dirección del viento, fue el del perito peruano, residente en una universidad australiana, José Torero, el único que extrañamente consultaron los otros expertos, los del comité interdisciplinario de la CIDH. Pues bien, los hechos y los datos duros, siguen desmintiendo a Torero y a los de la comisión interamericana que con tanta ligereza hicieron suyo ese peritaje desechando todas las demás pruebas.
Pero a la confirmación científica de la identidad de Jhosivani, se sumó ayer una detención clave para todo este proceso. Fue apresado Gildardo López Astudillo, apodado el Gil o el cabo Gil, jefe del comando de sicarios que asesinó a los jóvenes, ordenó su incineración y que fueran arrojados sus restos al río. El Gil es el que tenía mando directo sobre los policías municipales de Iguala y Cocula y el que estuvo esa noche del 26 al 27 de septiembre en comunicación con el líder de los Templarios, Sidronio Casarrubias. Ante el Ministerio Público federal, luego de ser detenido en Cuernavaca en octubre pasado, Sidronio Casarrubias reconoció que la noche del 26 de septiembre recibió un mensaje de texto en su celular de parte de su lugarteniente, quien le informó que tenía “aseguradas a varias personas”, que eran integrantes de los Rojos. Se trataba, en realidad, de los estudiantes normalistas. Sidronio le ordenó a Gil que procediera en contra de las personas que tenía en su poder. Algunos fueron trasladados desde el cuartel policial de Iguala y entregados a los policías de Cocula. Otros fueron llevados a una casa, propiedad de López Astudillo. Está ubicada en la zona conocida como Pueblo Viejo, en Iguala. De allí los trasladaron al basurero de Cocula, donde fueron, los que llegaron vivos, interrogados, asesinados e incinerados. En la mañana siguiente, Gil le escribió un mensaje a Sidronio: “los hicimos polvo, jefe, nunca los van a encontrar”.
Esa es la verdad que se quiere ocultar porque los que manipulan a familiares y otros grupos simplemente no tienen real interés en saber qué sucedió con los estudiantes sino en seguir utilizando una bandera. Es un doble crimen el que se comete contra los jóvenes porque simplemente se quiere ocultar la verdad, no la histórica o la oficial, la verdad a secas. Y por eso cualquier especulación, por más descabellada que parezca, es enarbolada, como la del peritaje de Torero, aunque no se sustente en información dura.
Ese personaje que se presenta como el vocero de los familiares, Felipe de la Cruz, en realidad un dirigente del ala radical de la CETEG que no tiene relación con ninguna de las víctimas, llegó a decir ayer que ellos no creían en lo que dice la PGR y de paso tampoco el instituto de Innsbruck “porque no hay seguridad al cien por ciento de que los restos sean de Jhosivani”. Es una barbaridad que refleja una brutal ignorancia o mala fe. Lo que sucede es que la verdad, simplemente, no les gusta.
Y también porque esos y otros líderes se están protegiendo: ninguno dice porqué enviaron a los chavos de primer ingreso al matadero en Iguala, cuáles son las relaciones de los líderes de Ayotzinapa y de otros grupos radicales con los Rojos, ni quieren reconocer que, en el fondo de este crimen terrible, está la lucha por el control territorial de la producción de goma de opio, de heroína, en la región.