12-11-2015 Federico Reyes Heroles acaba de publicar un libro, Orfandad, el padre y el político (Alfaguara, 2015), dedicado a recuperar la memoria de su padre, Jesús Reyes Heroles, uno de los referentes políticos ineludibles de la transición, un gran operador político y uno de los grandes teóricos sobre el liberalismo mexicano. Pero también, como reconoce Federico, un mito sobre el cual se construyeron historias en el imaginario colectivo que no siempre, o en pocas ocasiones, coinciden con la realidad del político o del padre.
El libro sirve para comprender buena parte del pasado reciente, incluyendo los mecanismos de sucesión presidencial que estaban bastante lejos de la mitología del dedazo inconsulto; para analizar el proceso de la transición democrática en nuestro país, y para conocer, también, las referencias políticas de un hombre como Reyes Heroles.
Una de esas referencias es la transición española (y también lo sucedido en las dictaduras sudamericanas, sobre todo en Argentina y Chile, países, sobre todo el primero, con el que Reyes Heroles tuvo una intensa relación personal y política). Reyes Heroles siguió paso a paso la transición española, aprendió de ella y siguió su propio camino para el proceso mexicano, con una realidad que, pese a todo, dice Federico y tiene toda la razón, estaba muy alejada de lo traumático que fue ese proceso en España y el Cono Sur. El libro, imprescindible, redimensiona la figura del exsecretario de Gobernación y de Educación, en la actualidad e incluso de cara al futuro.
Pero todo esto viene a cuento también, porque estamos viviendo un punto de inflexión en lo que fue la transición española y en la evolución, siempre tortuosa de las democracias de América del Sur, procesos que tanto estudió Reyes Heroles. En España, tres décadas después de la recuperación de la democracia y de haber sido el referente para las transiciones latinoamericanas, incluyendo la nuestra, la crisis de 2008, los errores políticos y la falta de imaginación, que han ido de la mano con intereses locales y en ocasiones mezquinos, ha llevado a distintos grupos políticos a tratar de imponer la independencia de Cataluña.
Es una locura y sería el fracaso del sistema constitucional y democrático. Se entiende el sentimiento nacionalista que anida en los catalanes (y también en vascos y en muchas otras comunidades), pero la salida independentista les acarreará costos enormes: quedarán fuera de la Unión Europea, del euro, del esquema de defensa europeo y español, sus mercados se congelarán, tendrán que construir un sistema de seguridad social, fiscal y de seguridad pública nuevo. Vamos, hasta el Barcelona tendría que dejar la liga española y con ello perdería la preeminencia internacional de la que hoy goza. La independencia no es el camino para Cataluña, pero sí lo es una reforma de la Constitución que le dé una vuelta de tuerca a los espacios autonómicos. Eso es, además, lo que piensa la mayoría de los catalanes.
Una de las incongruencias de ese proceso es que en las recientes elecciones, los independentistas no obtuvieron ni el 50% de los votos. Alcanzaron, por un sistema de asignación que no es estrictamente proporcional, igual que en México, en una extraña alianza entre derechistas y ultraizquierda, un mínima mayoría parlamentaria que les ha alcanzado para iniciar lo que ellos llaman la “desconexión” de Cataluña de España. El Tribunal Constitucional español ya ha vetado ese camino pero, más allá de eso, viene una larga batalla política que implicará tratar de conservar la unidad del Estado español y, al mismo tiempo, reformar sus estructuras y principios para que todos, como ocurrió con la transición de hace tres décadas, puedan caber dentro de él. Es una lucha política cuyos desafíos a Reyes Heroles le hubiera fascinado. Lo único es que me temo que en España hoy no hay, en el gobierno y las oposiciones, el talento político y la comprensión de la realidad que había entonces.
En Argentina, donde estudió Reyes Heroles, se vive también un momento clave para su futuro. El 22 de noviembre los argentinos tendrán que elegir entre el oficialista (a medias) Daniel Scioli y el opositor Mauricio Macri. Sus programas no son tan diferentes (la realidad y el fracaso sobre todo económico de la era Kirchner impondrá políticas de las cuales, el que gane, no se podrá apartar), pero el giro político que se genera a partir de la elección será decisivo para ese país y la región.
El punto de quiebre se da entre la continuidad de un proyecto populista paradójicamente encarnado por el más conservador de sus representantes (Scioli) o una alternativa liberal o para muchos conservadora (Macri), que atacará beneficios sociales insostenibles aunque su compromiso de campaña es que no lo hará, para sustentar el sistema sobre bases más sólidas. Por sus implicaciones regionales la elección del 22 de noviembre sería seguida muy cerca por Reyes Heroles. No debería ser menor la atención de nuestros dirigentes políticos en la actualidad.