18-12-2015 Nuestra izquierda concluye el 2015 como comenzó: dividida, sin un rumbo claro y con profundas fisuras en la propia concepción de qué es una fuerza progresista. Lo mejor es lo que ha mostrado en estos días el jefe de gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera; lo peor, la forma en que el PT recuperó el registro, la intransigencia de López Obrador y la indefinición del PRD respecto a las alianzas para 2016.
Mancera, que no se aparta de su camino pese a las presiones y provocaciones de Morena, ha logrado con la Reforma Política del DF, transformarlo en una entidad federativa más, con el nombre de Ciudad de México, un éxito político indudable. Hay quienes dicen, con razón, que ese cambio no significará que mejore la seguridad, el tránsito o la limpieza. En buena medida es verdad, pero el cambio permite contar con mayores recursos presupuestales que tendrían que destinarse a esos objetivos; permitirá una participación mayor de la ciudadanía, aunque sea en forma indirecta en la solución de esos y otros temas; y sin perder las responsabilidades que implica ser la sede de los poderes de la Unión, la ciudad logra mucho mayores grados de autonomía y decisión de sus propias autoridades.
Pero no nos equivoquemos: el mayor éxito en este terreno es político, es haber logrado colocar en la agenda y en el debate un tema de mucha importancia para el gobierno capitalino, pero también para la izquierda… salvo para esos exponentes del progresismo y la izquierda de toda la vida como Manuel Bartlett y Layda Sansores, o los legisladores de Morena que, como Mario Delgado, después de que durante años tuvieron ese punto en sus agendas, votaron en contra de la Reforma Política.
Pero Mancera ha logrado esta semana otras dos cosas importantes: por una parte, la iniciativa para la legalización de la mariguana medicinal, impulsada junto con el exrector Juan Ramón de la Fuente e investigadores de la UNAM, que le permite colocarse en la agenda de las fuerzas progresistas e incluso encontrar una vía intermedia en un tema que está en el debate, pero que no tiene el respaldo mayoritario de la gente y al que se opone, otra vez, Morena. Es un acierto político.
Y también lo es no haberse doblegado ante las presiones para que no se aplicara el nuevo Reglamento de Tránsito. Un reglamento que tendrá errores, sin duda, pero que se debe aplicar. Decir que es mejor no cumplir con la ley, procrastinar o sea aplazar su aplicación, porque puede haber actos de corrupción o porque no existe la suficiente difusión, sería profundizar en el error. El desafío para el gobierno capitalino es hacer cumplir la ley, en este caso el reglamento, y evitar la corrupción en su aplicación. Ya se ha hecho con el alcoholímetro: cuando se comenzó a aplicar todo mundo se quejó, se aseguró que sería una fuente de corrupción y no conocemos hoy prácticamente un solo caso en que se haya podido corromper el blindaje que tiene ese programa. No tendría porqué ser distinto, asumiendo que se trata de normatividades muy diferentes, con el Reglamento de Tránsito.
Tres éxitos de Mancera en una semana donde, insistimos, más allá de que se esté o no de acuerdo con todas esas medidas, el jefe de Gobierno logró avances importantes en su agenda y la de las fuerzas progresistas, apelando y apostando a las instituciones. Ése es el verdadero logro, y lo que le da una dimensión distinta frente a quienes se entienden de izquierda apelando siempre a la confrontación y la violencia, a esa izquierda que se significa a sí misma con un no constante que nada construye, nada.
Qué mejor ejemplo que las declaraciones de López Obrador diciendo que se opone a la Reforma Educativa, pero no a la Secretaría de Cultura, porque, en su opinión, “es más importante la cultura que la educación, porque la educación es técnica y la cultura viene de lejos, de nuestras tradiciones, costumbres, hábitos”. El candidato presidencial de Morena simplemente no entiende ni qué es educación ni qué es cultura. Si cree que la educación es aprender un conjunto de técnicas y que la cultura se trata sólo de las tradiciones, es una demostración de que carece de formación e información sobre las dos disciplinas. La educación es el motor del desarrollo, y la cultura (en todas sus formas: moderna, contemporánea, costumbrista) es algo que se incorpora a ella. El motor es la educación. Para Nelson Mandela “la educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”. ¿Quién se puede decir de izquierda o progresista pensando que la educación es sólo una suma de instrumentos técnicos y diferenciándola de la cultura?
Quizá por eso, porque lo que se quiere es el poder, no cambiar al mundo como Mandela, López Obrador en Oaxaca, más que un candidato propio o una alianza con el PRD (o con el PRD y el PAN), prefiere esperar una ruptura en el PRI para pepenar candidato.
P.D. Nos tomaremos unos días de descanso. Estas Razones regresarán el lunes 4 de enero. Muchas felicidades y un gran 2016 para todos ustedes.