04-01-2016 Hoy, es casi imposible construir grandes mayorías: lo que hay son minorías más o menos extensas en un mundo cada día más plural, que pueden marcar tendencias, pero que para hacerlo se deben cruzar con otras minorías tal vez menos representativas pero igual de necesarias y presentes. Eso se aplica al arte, a la música, a la coexistencia social y por supuesto a la política. Y en este 2016 tan marcado por lo electoral, con la visión puesta ya en los comicios presidenciales del 2018, esa realidad no puede ignorarse.
Las transiciones políticas de México y España siempre fueron de la mano. De la española abrevó Jesús Reyes Heroles en 1979, a partir de allí fuimos intentando construir un sistema que reemplazara al autoritarismo vigente por uno democrático sin que todo saltara por los aires. Los Pactos de la Moncloa, sin comprenderlos del todo (la mayoría siempre creyó que eran acuerdos eminentemente políticos cuando tenían un altísimo componente económico, imprescindible para el ingreso español en la Unión Europea…y en la OTAN, aunque entonces aquello se comprendía aún menos), fueron el leit motiv que sirvió para establecer muchos de los acuerdos que hicieron avanzar la democracia mexicana.
Ahora, una vez más, debemos mirarnos en el espejo español. El 20 de diciembre, los españoles vivieron una elección que será muy similar a las nuestras en este 2016, pero sobre todo en el 2018. En los hechos, los cuatro principales partidos del país, dos tradicionales, el PP y el PSOE, y otros dos emergentes, Podemos y Ciudadanos, han terminado casi empatados, con porcentajes que están, en todos los casos, en la banda de los 20 puntos, además de varias fuerzas menores que no influyen en la construcción del gobierno central pero sí en las comunidades autonómicas, como Cataluña.
En España el sistema, aunque tiene un mecanismo de representación que, como el nuestro, no es precisamente proporcional, le ha dado una exigua mayoría al PP al que no le alcanza para formar gobierno (allí el sistema es parlamentario, se requiere tener el apoyo del 50 por ciento del congreso para formar gobierno), y tampoco han querido hacer alianza con el PP los otros partidos, algunos por diferencias ideológicas profundas, sobre todo Podemos, los otros dos (PSOE y Ciudadanos) porque creen que forzar nuevas elecciones irá en su favor de una u otra forma. Se hubiera podido forma una coalición de izquierda que tuviera la mayoría del parlamento, pero la izquierda radical ligada a Podemos exige, entre otras cosas, que se realice un referéndum para la independencia de Cataluña lo que resulta inaceptable para el PSOE. Todo indica que Mariano Rajoy seguirá gobernando en forma provisional unos pocos meses y que se repetirán las elecciones, quizás con la novedad de que el PSOE cambié a su dirigente Pedro Sánchez por la muy carismática Susana Díaz.
Traducido a nuestra realidad: es como si ganara el PAN sin mayoría, con el PRI y Morena enfrentados duramente entre sí y con un partido de centro derecha (en nuestro caso sería de centro izquierda, el PRD) que no quiere ir en alianza porque les quita votos. Súmele usted los independientes potenciales. Quizás en nuestro caso, el que jugaría el papel del PP sería el PRI, pero el esquema no cambiaría. Ninguno tiene mayoría ni tiene posibilidades reales de crearlas sin alianzas.
En España, hay mecanismos para enfrentar la ausencia de mayorías y para reconstruirlas. En nuestro caso no es así, atados como estamos a un sistema presidencialista, tampoco tenemos segunda vuelta para fortalecerlo. En realidad, estamos más cerca de la caótica Venezuela que de Chile, Argentina o Brasil, tres naciones en las que el sistema presidencial se afirma con una segunda vuelta electoral cuando no hay mayorías. Los presidentes Calderón y Peña ganaron sus elecciones sin contar con mayoría y pagaron costos altos por ello.
Pero para el 2018 será peor: habrá por lo menos cuatro, cinco o seis candidaturas con posibilidades de ganar y si nos vamos a las encuestas veremos que, como en España hoy, difícilmente cualquiera de ella alcanzará siquiera el 30 por ciento de los votos. Será, para quien gane, el inicio de un mandato débil, sin posibilidad de contar con respaldos amplios. Debemos construir, a más tardar este año, salidas a nuestro sistema electoral que no nos dejen desarmados en el 2018: se puede avanzar hacia un sistema parlamentario; se puede conservar el presidencialista (que no es mala idea) pero recurriendo a la segunda vuelta; incluso hay una propuesta de Manlio Fabio Beltrones, que habría que ver cómo se puede instrumentar, que sería una suerte de mecanismo híbrido, que obligaría al ganador a formar gobiernos de coalición con otras fuerzas si no tiene mayorías propias. Habrá que analizar cuál es la más eficiente. Lo único que no podemos es ir hacia esas elecciones sabiendo que de allí saldrá un gobierno débil.