05-02-2015 La visita del papa Francisco encontrará a la Iglesia católica mexicana en una situación muy diferente a la de las anteriores visitas de Juan Pablo II o de Benedicto XVI. Ambos, en sus viajes a nuestro país, con sus muy diferentes personalidades, consolidaban a la jerarquía eclesiástica e incluso amortiguaron escándalos graves como los de Marcial Maciel.
Francisco ha adoptado un discurso nuevo, pero sobre todo está convencido de que para mantener la preeminencia de la Iglesia católica, en retroceso social en todo el mundo, ese discurso se tiene que corresponder con la realidad. Francisco ha hablado con una naturalidad desconocida en los anteriores Papas sobre temas tan distintos como el Big Bang (que desmonta todas las teorías creacionistas) hasta el aborto, desde los derechos de gays y lesbianas hasta los de las parejas divorciadas en la Iglesia. Su primera encíclica no fue sobre algún debate teológico sino sobre el cambio climático (con lo que desmintió de paso a los sectores más conservadores que lo niegan y lo consideran una forma de frenar el desarrollo). No se puede decir que ha cambiado el credo de la Iglesia, pero al modificar el enfoque, la forma con la que encara esos temas, al no demonizar incluso algunos puntos que se han convertido en dogma, la ha hecho más terrenal, más cercana y más actual. Son formas, pero la forma, es fondo.
En la visita que comienza dentro de exactamente una semana, hay varios puntos que demuestran el nerviosismo e inseguridad de muchos sectores de la cúpula eclesiástica ante un Francisco que no saben, en realidad, a qué viene, con qué tono, porque no lo conocen.
Si no sería inexplicable el debate entre la arquidiócesis de la Ciudad de México y la de Morelia, por el editorial de la primera en el semanario Desde la Fe, con fuertes críticas a la situación que se vive en Michoacán: dice el texto que el papa Francisco durante su visita a México estará en plazas violentas y miserables, como Michoacán, entidad donde “sólo vive la paz de los sepulcros”, lo que fue rebatido por el cardenal Alberto Suárez Inda. “No comparto el tono con que se tratan ciertas cosas, de forma sensacionalista, un tono un tanto amarillista; tenemos problemas, no lo podemos negar, pero Michoacán está levantándose”, dijo el cardenal, recalcando que el semanario no representa a la Iglesia.
Pero a Suárez Inda, quizás el hombre más cercano al propio Francisco en México, el único cardenal mexicano que el Papa ha ungido, le respondió nada menos que el vocero de la Arquidiócesis de México, Hugo Valdemar, quien dijo defender la línea editorial del semanario. “El Papa, dijo Valdemar, eligió ir a Michoacán porque es un lugar emblemático, es un prototipo de la situación de descomposición, violencia y narcotráfico que sucede en el país, no sólo Michoacán, los otros lugares que ha escogido han sido estratégicos, simbólicos”, señaló.
Más allá de los matices con que se quiera analizar la situación en Michoacán, el intercambio es insólito y demuestra el grado de confusión y confrontación existente entre los propios jerarcas de la Iglesia. Es evidente por qué Francisco viene a la Ciudad de México, desde el encuentro “político” en Palacio Nacional hasta el evento en Ecatepec, todo marcado por su visita a la Basílica de Guadalupe. En San Cristóbal de las Casas se quiere acercar a la comunidad indígena y dar la lucha a la creciente penetración de iglesias evangélicas en la zona. Allí honrará en su tumba, en algo que en muchos sectores de la jerarquía también intimida, a Samuel Ruiz. En Ciudad Juárez, Francisco se acercará a otro de sus grandes objetivos: unir las fronteras, ligar a los mexicanos con los migrantes, los mexicoamericanos, los latinos. Después de una década de escándalos de todo tipo, pero sobre todo de abusos sexuales de sacerdotes (hay que ver la magnífica película Spotlight para comprender su dimensión e impacto), Francisco quiere recuperar a los creyentes en Estados Unidos y la vía para hacerlo son los migrantes.
Michoacán, como dijo Valdemar, pudo haber sido elegido para denunciar la violencia, el narcotráfico y todo lo que ello conlleva. Hay que recordar que los Templarios construyeron durante años una organización y un discurso brutalmente criminal, amparados en una fusión entre la fe primitiva y la delincuencia. No es un mal lugar para reafirmar que la fe pasa por caminos absolutamente alejados de lo pregonado durante una década por esos grupos.
Tiene razón Suárez Inda al decir que hoy Michoacán no es el estado más violento, tampoco el de mayor presencia del narcotráfico, pero lo fue hasta hace relativamente poco. Sin embargo, su sociedad tiene mucha más influencia de la Iglesia católica que Guerrero, en indiscutible peor situación. Y Michoacán es también la tierra del único cardenal mexicano que se puede decir amigo del Papa, el propio Suárez Inda. ¿No se inscribe el debate iniciado por Desde la Fe en una lucha entre dos cardenales por la preeminencia en la propia Iglesia?