18-02-2016 La relación de la Iglesia católica con las mafias, en Italia o en México, ha sido en demasiadas ocasiones, por lo menos, confusa. Las mafias italianas son profundamente católicas (como las mexicanas) y en muchas circunstancias han convivido con una Iglesia que los ha visto como sus mayores benefactores. No es una novedad la relación de la mafia con el Vaticano, con el famoso escándalo del banco Ambrosiano, o símbolos como el que el chofer que condujo el vehículo de Juan Pablo II en su primera visita oficial a Sicilia, en 1982, fuera Angelo Siino, un destacadísimo y buscado integrante de la Cosa Nostra.
Francisco es el primer papa que ha tenido una actitud dura contra la mafia italiana y sus tres principales expresiones: la Cosa Nostra (siciliana), la Camorra (napolitana) y la Ndrangheta (calabresa). Las ha condenado públicamente, una y otra vez, ha intentado romper los lazos que pudieran tener esas organizaciones criminales, sobre todo con las finanzas, directas o indirectas, del Vaticano y, finalmente, los ha excomulgado. Hace dos años Francisco visitó Calabria, donde un niño de tres años había sido asesinado y carbonizado junto a su abuelo por un ajuste de cuentas de la Ndrangheta. Francisco no tuvo contemplaciones en su intervención: “la Ndrangheta, dijo, es la adoración del mal, el desprecio del bien común. Tiene que ser combatida, alejada. Nos lo piden nuestros hijos, nuestros jóvenes. Y la Iglesia tiene que ayudar. Los mafiosos no están en comunión con Dios. Están excomulgados”.
La excomulgación de los mafiosos decretada por Francisco, por supuesto, no acabó con el crimen organizado en Italia, pero le quitó una de sus principales bases de sustentación y legitimación social.
Francisco fue muy duro con el crimen organizado en Michoacán, el lugar donde los cárteles de La Familia y los Templarios han intentado, con mayor fuerza y éxito, lograr un sincretismo entre la violencia, el crimen y la fe. Los textos de Nazario Moreno, El Chayo, y firmados como El más loco, eran un manual de buenos principios cristianos que buscaban justificar los crímenes más ignominiosos. Los centros de rehabilitación llamados Gratitud, supuestamente impulsados por la Iglesia, y en realidad propiedad de La Familia, eran centros de reclutamiento y adoctrinamiento criminal, donde la muerte y la tortura eran cotidianas. El cártel de los Templarios se llama así porque quería equipararse a la orden del Temple, que fue creada para participar en las Cruzadas y defender el Santo Sepulcro: ellos dicen que defendían el “sagrado territorio” de Michoacán.
Por eso el Papa designó a quien puede calificarse como su único verdadero amigo en México, Alberto Suárez Inda, como arzobispo en Morelia. Por eso eligió Morelia para dar ese discurso en el que aseguró que Jesús no quiere sicarios, dirigido específicamente a los jóvenes. Fue un gran discurso, pero creo que le faltó lo que sí dijo en Calabria: que los mafiosos no pueden estar en comunión con Dios y que por ello estaban excomulgados de la Iglesia.
No es éste, como decíamos ayer, un capítulo que estuviera fuera de su agenda: es parte de ella, pero, por alguna razón, no dio ese paso, quizás esperando que la Iglesia local lo dé y, probablemente, también por eso el sábado en la catedral le dijo a los obispos que no alcanzaba con declaraciones generales contra el crimen y que tenían que tomar medidas concretas. ¿Quién será el primer obispo que dé ese paso, que excomulge a los narcotraficantes, a los traficantes de personas, a los sicarios?
Porque no olvidemos que aquí hemos tenido narcolimosnas millonarias, construcción de templos por líderes del Cártel del Pacífico, de Juárez, de los Zetas. No hablemos de los Arellano Félix, tan cercanos a la Iglesia que construyeron el seminario del Río Tijuana y se llegó a lo inconcebible: primero, se emitió una fe de bautizo falsa para que les pudiera servir como coartada, aduciendo que en el momento del crimen estaban en esa ceremonia como padrinos, para desligarlos del asesinato de cardenal Jesús Posadas Ocampo. Y luego fueron recibidos, por lo menos dos veces (hay quienes aseguran que tres) en la Nunciatura Apostólica, por el entonces Nuncio, Girolamo Prigione. La excomunión podría servir para romper esos lazos, para quitar legitimidad social y camuflaje religioso a los criminales y para presionar dentro de la propia Iglesia. Volvemos a preguntar ¿qué obispo dará el primer paso para excomulgar a narcotraficantes, tratantes de personas y sicarios?
Por cierto, la decisión de los líderes de los 43 de no ir a Ciudad Juárez a la misa donde fueron invitados, porque “no tienen dinero” (pueden viajar a Europa, a Estados Unidos y a Sudamérica, pero no les alcanza para ir a Juárez), cuando estuvieron presionando de todas las formas para ser recibidos en una audiencia privada, los retrata como lo que son: dirigentes políticos oportunistas que están explotando el dolor de familias muy humildes por una agenda que de humanista no tiene nada.