10-05-2016 No soy un entusiasta del Día de la Madre, tampoco del Día del Padre, de la Mujer o del Niño. Cada vez que se establece una fecha para celebrar algo que se debería enaltecer cotidianamente, termina sonando un poco falso, mercantil. Las mujeres (sean madres o no) son discriminadas día con día en nuestro país: como mujeres y como madres, a pesar de que poco más del 29 por ciento de los hogares mexicanos está mantenido por una mujer, conviva o no con un hombre.
Nuestras leyes siguen sin estar homologadas para ambos géneros: pocas cosas me resultan más inconcebibles que la legislación que permite, en algunos estados, no castigar el delito de violación si el violador accede a casarse con su víctima: ¿qué destino puede ser peor para una mujer que casarse con quien la violó?
La misoginia es parte de nuestra sociedad. Las tres grandes religiones monoteístas: la católica, la judía y la musulmana discriminan, todas de una u otra forma a la mujer y eso se trasmina a las grandes sociedades incluyendo, por supuesto, a Occidente. Pero nunca habíamos observado la posibilidad de que un candidato tan explícitamente misógino como Donald Trump pudiera llegar nada menos que a la Casa Blanca.
Nunca ningún candidato contemporáneo en ese país, con todo lo que ello implica, había sido tan agraviante, insultante, con las mujeres, comenzando con su rival, la demócrata Hillary Clinton. Trump no puede debatir con Clinton de política interna o exterior, derecho, justicia social o seguridad nacional, el hombre es neófito en todos esos campos. Es por eso que ha decidido llevar la campaña contra Hillary atacándola por ser mujer y por ser la mujer de Bill Clinton. Una relación sexual consensuada entre adultos sólo debería ser del interés privado: el caso Lewinsky fue una manipulación vergonzosa que tenía como objetivo tirar a un Presidente exitoso, independientemente de cualquier devaneo sentimental, y tomar una suerte de venganza por la caída de Richard Nixon (y los excesos de todo tipo que se cometieron en aquel intento contra Clinton es lo que terminó creando en los republicanos los monstruos que conocimos después, el Tea Party, Sara Palin y el propio Trump).
Para Trump las cosas son sencillas: “si Hillary no puede satisfacer a su esposo, ¿cómo pretende satisfacer a Estados Unidos?”, se preguntó en un debate de campaña. Este fin de semana fue más allá todavía y la acusó de cómplice del hombre que “ha sido el peor agresor de mujeres de la historia política… Hillary ha sido cómplice, trató a esas mujeres de manera terrible”, agregó. Es una barbaridad y una falsedad absurda. Es más, esas mujeres, Lewinsky y otras, fueron contactadas por los personajes más oscuros del Partido Republicano y exhibieron de la peor forma posible unas relaciones reales o inventadas con tal de alcanzar un objetivo político. Las mujeres no condenaron a Hillary por los devaneos de su esposo, aunque muchas pudieran esperar que se divorciara. Como ella misma ha dicho en su libro, ése era un tema personal, de pareja, que debían arreglar entre ellos y en forma privada, no un objeto de exhibición mediática destinado a derrocar a un Presidente.
Pero ¿qué se puede esperar de Donald Trump, él sí el mayor agresor (por lo menos en el discurso) de mujeres que ha dado la política estadunidense contemporánea? Éstas son algunas de sus célebres frases.
“Ya sabes, da igual lo que los medios escriban de ti mientras tengas junto un culo joven y bonito”.
“Darle a tu mujer objetos de valor que pueda cambiar por dinero es un terrible error. Jamás le compraría a mi mujer joyas decentes u obras de arte”.
“La belleza y la elegancia, ya sea en una mujer, un edificio o una obra de arte sólo es algo superficial o algo lindo que ver”.
“De seis mil acosos sexuales no reportados en las Fuerzas Armadas, sólo 238 han sido sancionados. ¿Qué otra cosa esperaban, si mezclaron a los hombres con las mujeres, genios?”.
“Si somos políticamente correctos, podríamos decir que el look no importa. Pero la apariencia obviamente es importante”, aseguró en el programa Last Week Tonight y agregó dirigiéndose a la presentadora: “Como si tú no tuvieras este trabajo por ser hermosa”.
“Desde el principio tienes que dejarles claro a las mujeres qué les va a quedar (en un matrimonio) si las cosas salen mal. Hay tres tipos de mujeres. La primera, es la que realmente ama a su marido, se niega a firmar el acuerdo (prenupcial) por un tema de principios. La segunda, es la que tiene todo calculado y quiere sacar provecho del idiota con el que está casada. La tercera es la que lo acepta porque prefiere dar un golpe rápido y quedarse con lo que le ofrecen”.
Trump se define a sí mismo como “un hombre que tiene claro lo que quiere y hace lo que sea para obtenerlo sin ningún tipo de límites. Las mujeres encuentran que ese poder que tengo es tan excitante como mi dinero”. Todos, pero, sobre todo, las mujeres (porque son las que más perderán), debemos impedir que este tipo se salga con la suya.