09-08-2016 Con un abrazo solidario para nuestro amigo Emilio Gamboa, por el lamentable fallecimiento de su esposa María Angélica Miner de la Concha.
En los reacomodos de cara al 2018, resulta particularmente interesante ver lo que sucede en el PAN y en el PRD, dos fuerzas que tienen espacios, personalidades y posibilidades por sí mismas, pero que aliadas son mucho más competitivas que yendo cada una de ellas por separado, sobre todo en el caso del sol azteca.
Desde la llegada de Alejandra Barrales a la dirigencia de ese partido, básicamente por un acuerdo entre las distintas corrientes internas y el jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, se ha estado dando un reagrupamiento de personalidades y grupos que están fortaleciendo la posibilidad de que el PRD destierre la tentación de ir al 2018 de la mano de Morena, lo que significaría, en los hechos, prácticamente su absorción de parte de esa fuerza política. Mancera, quien sigue fortaleciéndose como su principal candidato viable, además de refrendar sus aspiraciones, ha hablado de la necesidad de conformar un frente progresista con Movimiento Ciudadano y con el PT, además de algunos independientes que podrían unirse a ese movimiento, como Jaime Rodríguez El Bronco, gobernador de Nuevo León. En los hechos, el sustento de esa alianza serían Mancera, Rodríguez y Enrique Alfaro, el poderoso alcalde de Guadalajara (y en los hechos, con gente suya, de toda el área metropolitana de esa ciudad).
Es una opción muy viable: sumar la Ciudad de México, buena parte de Jalisco y Nuevo León en una alianza la haría sin duda poderosa y con amplio margen. Y Mancera, en los hechos, es el único que podría amalgamar una coincidencia de ese tipo. Algo similar sucede con Cuauhtémoc Cárdenas. Se ha dicho que es Barrales quien ha acercado nuevamente al fundador del PRD con su partido: en realidad ha sido Mancera, quien ha trabajado con Cárdenas ininterrumpidamente todos estos años en el gobierno de la CDMX, quien ha atraído al ingeniero hacia lo que denominan esa alianza progresista.
El punto es qué hacer para potenciar esos acuerdos. Una alianza con Morena dinamitaría esas posibilidades. López Obrador sigue insistiendo, lo volvió a decir esta semana en Tabasco, que el PRD forma parte de la mafia en el poder, o sea, que es lo mismo que todas las demás fuerzas políticas y sociales que no son parte de Morena, uno de esos excesos dignos de Trump que tanto le gustan a Andrés Manuel. Lo interesante es si existen espacios para construir esa alianza con el PAN.
En los comicios del 5 de junio, la coalición entre ambas fuerzas les dio triunfos importantes en Veracruz, Quintana Roo y Durango, y tuvieron acuerdos de facto en Tamaulipas, en Chihuahua y en Puebla. Quienes dicen que esas alianzas le quitaron fuerza al PRD se equivocan: sin ellas y sin triunfos electorales, el perredismo estaría viviendo en estos meses una situación de verdadera crisis. El siguiente capítulo, que puede ser definitorio respecto de lo que harán esos partidos en el Estado de México el año próximo y en la presidencial del 2018, es establecer verdaderos gobiernos coaligados en los estados que ganaron juntos.
Hace seis años, cuando PAN-PRD ganaron Oaxaca, Sinaloa y Puebla, las alianzas electorales, salvo espacios muy aislados, no se reflejaron en verdaderos gobiernos de coalición, en parte por el factor disruptivo que implicaba por una parte la candidatura perredista de López Obrador y, por la otra, por el hecho de que el PAN estuviera en Los Pinos. Esos factores fueron los que impidieron que hubiera verdaderos gobiernos de coalición en esos estados. Ahora se abre la posibilidad de actuar en forma completamente diferente y existe la determinación, muy claramente expresada por Ricardo Anaya en el PAN, de honrar las alianzas electorales a la hora de conformar gobiernos locales coaligados. Si eso se transforma en realidad, si además se pueden establecer programas claros entre los partidos, que dejen fuera los capítulos en los que obviamente no pueden llegar a acuerdos, se estaría dando de facto una base para una coalición de amplio espectro que se podría repetir en el 2018.
El problema en estos procesos siempre está en decidir quién será el o la candidata que podría hacer confluir esas fuerzas. Margarita Zavala está, sin duda, muy adelante en las encuestas, pero no tiene todas las confianzas perredistas (aunque sí de fuerzas cercanas a Alfaro e incluso a El Bronco); Moreno Valle viene trabajando en eso desde hace tiempo y en estas semanas se ha lanzado a una verdadera campaña por todo el país; Ricardo Anaya es el más ferviente impulsor de esos acuerdos, porque le dieron muy buen resultado en junio y quiere repetir la experiencia.
Veo más dudas en el PRD, donde todavía no parecen estar preparados para, a nivel federal, dar un salto de esas características. Por eso ver si tendremos gobiernos de real coalición en los estados donde ganaron alianzas PAN-PRD puede ser tan importante en este proceso.