13-09-2016 La visita de Donald Trump fue un desacierto que se puede cuantificar. Un 80 por ciento de los mexicanos se enteró y nueve de cada diez de ellos estuvieron en desacuerdo con esa visita. Pero la pregunta es cómo se llegó a esa situación. Y la respuesta está en la falta de claridad en la relación con Estados Unidos.
Ayer comentábamos cómo se pasó, hace quince años, coincidiendo con los atentados del 11-S, de “la enchilada completa” a la fractura como consecuencia de la intervención de Estados Unidos en Irak. La negativa de México a apoyar desde el consejo de seguridad de la ONU la intervención se agudizó con lo que el presidente Bush consideró una suerte de agravio personal: el que el presidente Fox no le diera personalmente una respuesta, escudado en una intervención quirúrgica en la espalda.
Cuando el entonces presidente Bush y Felipe Calderón se encontraron por primera vez, lo primero que hizo Bush fue recordarle aquel incidente a Calderón. Pero la agenda ya era otra. México, a pesar de las diferencias entre Bush y Fox, había cumplido escrupulosamente sus tareas para coadyuvar a la protección de las fronteras y en la lucha contra el terrorismo en el ámbito de su competencia. Pero lo que ahora amenazaba al país era un crecimiento impetuoso de la violencia ligada al narcotráfico.
Había dos razones ligadas a Estados Unidos que la explicaban. Primero, fue que por el interés concentrado en el tema del terrorismo, la propia administración Bush había desatendido el tema del narcotráfico, dentro y fuera de sus fronteras. Segundo, que Bush había legalizado la venta de armas de asalto que comenzaron a proveer a los grupos criminales en México, que se encontraban desde 2004 en una cruda lucha interna que se fue agudizando con el correr de los años.
El producto de esa nueva agenda fue la Iniciativa Mérida, con un amplio espectro de cooperación bilateral en la lucha contra el narcotráfico. Muchos pensaron que la Iniciativa Mérida sería un símil del Plan Colombia, que había tenido éxito, sobre todo, para recuperar el control territorial por parte del Estado colombiano en prácticamente todo el país. Pero no era, ni podía ser igual: la intervención militar estadunidense en Colombia había sido muy amplia tanto como la participación en multitud de iniciativas, desde la reforma del sistema judicial hasta la persecución de paramilitares y grupos guerrilleros. En México no podía ser igual. La colaboración terminó siendo estrechísima, pero sobre todo en el terreno de la inteligencia.
Pero todo ello no estuvo exento de graves obstáculos y equivocaciones. Quizás la más grave fue la operación Rápido y Furioso, por medio de la cual fuerzas de seguridad estadunidenses permitieron el ingreso de miles de armas a México, sin conocimiento ni autorización del gobierno mexicano, para darles seguimiento. Las armas terminaron en poder de los cárteles.
Con todo, la colaboración con fuerzas de seguridad estadunidenses fue estrechísima durante todo el sexenio y se llegó a tener abiertos, según fuentes no oficiales, hasta 16 canales de comunicación alternos en temas de seguridad con Estados Unidos, aunque claramente los principales pasaran por la Secretaría de Seguridad Pública, la Defensa y sobre todo la Marina.
En su más reciente libro, Decisiones difíciles, donde relata su experiencia como secretaria de Estado, Hillary Clinton le dedicó cuatro páginas a la relación con México y con Calderón. Escribió que en sus reuniones privadas el presidente mexicano insistía en temas como el tráfico de armas y la legalización de la mariguana en algunos estados de la Unión Americana.
“Me preguntaba, escribió Hillary, cómo pensábamos que México podría luchar contra narcotraficantes bien armados si éstos pueden comprar armas al otro lado de la frontera y, mientras, algunos estados (de EU) legalizan la mariguana”. “Eran preguntas incómodas pero justas”, reconoce.
Para Hillary, según el libro, Calderón era “un hombre apasionado por frenar la violencia que sufría su gente… Irradiaba la intensidad de un hombre con una misión muy personal. La brutalidad de los narcotraficantes le ofendía y dinamitaba sus planes sobre educación y creación de empleo”.
Lo cierto es que más allá de muchas vicisitudes, la relación de la administración de Obama con la de Calderón fue muy fluida, sobre todo en temas de seguridad. En eso contribuyó que muchos de los principales funcionarios del área habían tenido algún tipo de formación en la Unión Americana y mantenían buena relación con sus pares. Paradójicamente, ello provocó otro tipo de problemas: eran muchas las vías alternas y en más de una ocasión por allí se podía filtrar información o se acentuaban las diferencias entre los distintos responsables de la seguridad mexicana.
Cuando comenzó la campaña presidencial en 2012, el temor en Washington era que la nueva administración llegara a algún tipo de acuerdo con los narcotraficantes y que se cerraran las vías de relación con la seguridad estadunidense. No sucedió ni una cosa ni la otra, pero la relación cambió. Lo veremos mañana.