21-11-2016 Si López Obrador no es Donald Trump ni Margarita Zavala es Hillary Clinton ¿por qué querer convertir a José Narró en Bernie Sanders? En realidad, más allá de que como dice el propio secretario de Salud, Narro es algunos años más joven que Sanders, lo cierto es que impulsar o por lo menos medir cómo podría funcionar Narro como candidato no suena en absoluto descabellado.
Hay diferencias importantes entre un Sanders y Narro. La principal es que Narro es un hombre con una amplia experiencia política en ámbitos ejecutivos, algo que nunca tuvo el senador por Vermont. Narro no es un hombre de partido, aunque una de sus responsabilidades más importantes en el PRI se la dio Colosio cuando lo designó presidente de la fundación Siglo XXI (ahora Fundación Colosio) que tenía como responsabilidad elaborar el programa de gobierno del malogrado candidato. Narro tampoco enarbola un discurso de izquierda retro, como sí lo hace Sanders, que se convierte en un personaje atractivo enarbolando las mismas tesis que fueron abandonadas hace años por la propia izquierda democrática. En eso el giro que le quiso dar (y todavía puede darle) Sanders al partido demócrata se parece mucho al que dio el partido laborista británico luego de su última derrota electoral, cuando eligió como líder a Jeremy Corbin, de la misma edad y el mismo perfil de Sanders. Ambos, por cierto, perdieron. Narro es un hombre de una izquierda liberal moderna.
Lo que sí tiene Narro en común con esos otros personajes, es un discurso que conecta transgeneracionalmente, que puede llegarle a jóvenes y adultos, y que se combina en buena medida con un tono académico que, como buen unamita, sabe aterrizar para no parecer sofisticado o lejano. El propio Narro es un hombre con cercanía con la gente y, otra diferencia importante con Sanders, con gran sentido del humor.
Hay que valorar lo que ha hecho: ha sido subsecretario de gobernación en 1994, el momento más duro de la crisis política, donde sacó adelante la reforma política de la que se ha derivado el actual sistema electoral, desde entonces se convirtió en un interlocutor importante de todas las fuerzas políticas. De ahí fue a Salud, donde fue un eficiente subsecretario y regresó a la UNAM en plena crisis y huelga universitaria. No se trata de regatearle méritos al rector De la Fuente, pero en esos años la operación de la universidad pasó en muy buena medida por las oficinas de Narro, como había sucedido años atrás con el rector Carpizo y los primeros años del rector Sarukhán. Cuando finalmente Narro fue rector le tocó encabezar un periodo importantísimo para la universidad nacional: tuvo mayor paz interior, se comenzaron a mejorar muchas carreras, logró importantes incrementos presupuestales y sobre todo se comenzó a abrir al exterior, a las asociaciones con otras instituciones académicas como no se había hecho en años. Y todo eso acompañado por académicos y alumnos de ese abanico ideológico tan amplió que tiene la universidad.
Nadie recuerda que en esos años Narro haya recibido, por ejemplo, una silbatina cuando se presentaba en casi todos los juegos de los pumas, en CU, pero también recuerdo como sorprendió a todos, incluyendo este autor, cuando hace unos años sé subió al escenario del Auditorio Nacional a entregarle, ante la ovación de la gente, un disco de oro a los Tigres del Norte. Esa combinación entre la política y la academia, entre lo sofisticado y lo popular, entre el humor y la sobriedad, es lo que puede hacer atractiva una candidatura de José Narro, un hombre institucional pero que tiene el corazón realmente ubicado en la izquierda pero no en esa izquierda del pasado, sino en la liberal del futuro.
¿Podría ganar su candidatura y mucho más allá una elección federal? No lo sé, lo que sí sé es que colocar a un personaje como Narro en esa carrera obligará a cualquier otro a tratar de ser mucho mejor, porque es difícil superar sus cualidades. Ese sólo hecho cambiará la carrera y si por alguna razón termina compitiendo en la presidencial, más de uno tendría que preocuparse. En ese sentido, Narro sí puede compararse a Bernie Sanders.
Los otros grandes contendientes para el 2018, no tienen personajes equiparables en la reciente elección estadounidense. Miguel Ángel Osorio sería sin duda un hombre de partido, en su caso un priista que representa, en muchos sentidos la ortodoxia política. Aunque hay que insistir en un punto, como parte de la disciplina priista, es difícil saber hoy como gobernaría Osorio, qué tanto se inclinaría hacia la derecha o la izquierda en el espacio de la ortodoxia priista. Eso lo sabremos cuando se dé abiertamente el tiempo de competencia en su partido.
Miguel Ángel Mancera por su parte está queriendo hacer algo nuevo que, por ese solo hecho, tiene enorme mérito político. Está tratando de construir una candidatura progresista, desde un espacio independiente, más allá del respaldo partidario del PRD o MC, y congregando aliados que puedan avanzar juntos, más allá de una candidatura. No hay en el México reciente una apuesta similar, partidaria e ideológica y puede ser el embrión de ese progresismo que se diluye siempre entre las corrientes más nacionalistas o más ultras de nuestra izquierda. En los primeros días de diciembre esa expresión tendrá mayor forma.