22-11-2016 Dice mi muy estimado Federico Arreola que, viendo lo que escribí sobre José Narro Robles, como él, no creo en las encuestas que se están manejando sobre el proceso electoral 2018. Es verdad, resulta difícil creer en muchas de las encuestas, no necesariamente porque estén cuchareadas (o sea, porque se aumenta a algunos de los candidatos por las razones que fueran) o que están mal hechas. Lo que sucede es que nuestras encuestas no están midiendo bien porque, como ha dicho Allan Lichtman, el profesor que previó no sólo el triunfo de Donald Trump, sino el de todas las últimas elecciones estadunidenses utilizando no un método de encuestas, sino una suerte de cuestionario que mide lo que en México llamaríamos desde el humor social hasta las condiciones objetivas de vida de la gente, esas encuestas se basan en muestras demasiado pequeñas que no están mostrando los verdaderos sentimientos de la gente.
Su sistema, dice Lichtman, no tiene en cuenta las encuestas ni ningún otro tipo de análisis político convencional. Las llaves (preguntas) que utiliza se guían por la tesis de que las elecciones presidenciales estadunidenses se basan en la fortaleza (o debilidad) del partido en el poder. Así Lichtman ha desarrollado trece llaves, tres preguntas estratégicas, que se responden con un sí o un no. Si seis o más de estas llaves o preguntas van en contra del partido en el poder, ese partido, dice, perderá las elecciones. Desde 1984, con ese método ha predicho el resultado de nueve elecciones consecutivas.
Hay preguntas muy concretas: el presidente en funciones es candidato o no; que tan cerrada ha sido la disputa por la candidatura; el gobierno en funciones ha realizado algún gran cambio o mejora en la política doméstica; ha tenido éxitos unificadores en política exterior; la gente ha mejorado o no su calidad de vida. No es muy diferente a lo que hizo en su momento María de las Heras cuando predijo con enorme exactitud en el 2000 el triunfo de Vicente Fox. Desde entonces, los números de las encuestas no han terminado de lograr que las predicciones se compaginen con la realidad, con los resultados. Es porque no terminan de establecer muestras suficientemente amplias y porque quizás, las preguntas no son las adecuadas.
Sí creo que quienes están en la percepción de la gente son los candidatos que ahí están, los que pueden llegar a la candidatura en sus respectivos partidos. Sin duda para un hombre como Andrés Manuel López Obrador el proceso será sin sobresaltos: es el presidente del partido, es el candidato único, está en campaña desde hace meses sin que ninguna autoridad electoral lo moleste y se ha dedicado a acumular poder y espacios. Sigo creyendo que su techo electoral es su mayor enemigo, pero ése es otro problema. Morena es un movimiento que gira en torno a su líder y candidato. Y eso hace mucho más fáciles las cosas.
No veo en el PAN que alguien pueda superar la candidatura de Margarita Zavala. Pero en ese camino el blanquiazul tendrá que realizar un proceso de acuerdos y ajustes internos que no puede soslayar. Esos enfrentamientos internos, esas disputas han desangrado muchas veces al PAN, pero en muchas otras lo han fortalecido: en 2005, fortaleció a Felipe Calderón, quien derrotó a Santiago Creel; seis años después, la lucha interna entre Josefina Vázquez Mota y Ernesto Cordero desfondó al partido. Creo que Margarita puede ser una candidata con acuerdos de fondo con los grupos de Ricardo Anaya y de Rafael Moreno Valle, y también creo que en ese objetivo, Felipe Calderón no es un handicap, sino un beneficio para Margarita.
Siguiendo la lógica de Lichtman, al PRI las cosas le pintan mal para la elección. Más allá de que se han dado algunas reformas notables, las mismas no llegan aún a la población, no han sido bien explicadas ni valoradas, algunas como la educativa siguen estando en medio de una lucha política y mucha gente sigue identificando todo el ciclo de reformas sólo con una, la única que le afectó en su nivel de vida: la fiscal, que ha cumplido su función recaudatoria, pero ha castigado a la gente. La Reforma Fiscal, antes que la Casa Blanca o Ayotzinapa, ha sido lo que rompió el encanto, el periodo de indulgencia de la gente con la administración Peña. Y la liga de las expectativas que se estiró tanto en su momento, al reventarse se fue, como siempre sucede, hasta el otro extremo.
Por eso las aspiraciones de los hombres y mujeres del Presidente para ser candidatos son todas posibles, pero no todas son viables. Miguel Osorio sigue siendo el candidato con mayores posibilidades porque representa al priismo más duro, pero debe asumir que con eso no alcanza para ganar, debe sumar mucho más. José Antonio Meade tiene un gran cartel en sectores de poder de todos los colores ideológicos, pero hay que trasladar eso al voto popular. Narro Robles, como decíamos ayer, no es el más popular ni el más conocido, pero es uno de los que mejor puede posicionarse en el pantanoso terreno que se tendrá que mover el PRI de cara a 2018. Precisamente porque es el menos oficialista del oficialismo.