07-12-2016 Era septiembre de 1992 y me sorprendió recibir una invitación del gobierno de Taiwán para realizar una visita de diez días a la isla, en disputa con China desde 1949, cuando Mao Tse-Tung tomó el poder en la China continental y las fuerzas de Chiang Kai-Shek se refugiaron en Taiwán.
Durante años, Taiwán fue reconocida por la mayoría de las naciones y tenía la protección militar de Estados Unidos y Japón. En los 60 y 70, Taiwán desarrolló en forma espectacular su economía, mientras China sufría hambruna y los costos de la revolución cultural y otras ocurrencias que costaron millones de muertos en ese país. Pero en 1979 con los acuerdos entre el gobierno chino y el de Richard Nixon, Estados Unidos cambió su política y reconoció como legítimo al gobierno de la China continental. Ese país ocupó su lugar en el consejo de seguridad de la ONU y Taiwán dejó de tener reconocimiento diplomático. China impulsó, además, la política de “una sola China” que terminó incluyendo la incorporación de Hong Kong y de Macao a su soberanía.
En 1992, comenzaba un periodo de apertura política en Taiwán que se profundizó años después, pero su economía era, y sigue siendo, eficiente y desarrollada. México en ese momento estaba negociando el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, había caído el muro de Berlín y se había autodestruido el llamado campo socialista. Y en ese momento llegó la invitación de Taiwán. Por supuesto que acepté.
Fue un gran viaje en un gran país, plagado de entrevistas y recorridos y una tarde pude entrevistar al entonces canciller.
En la plática me dijo que estaban muy satisfechos de la relación comercial que mantenían con México, pero que ella se ampliaría mucho más ahora que estaban negociando un Tratado de Libre Comercio. Me sorprendió, pensé que era un problema de traducción y le pregunté si hablaba del Tratado de América del Norte. Me dijo que no, que Taiwán y México estaban negociando su propio tratado comercial. Llegué de regreso a México y esa noticia fue la que encabezó la serie de reportajes que hice sobre ese viaje en el periódico en el que entonces trabajaba.
Nunca imaginé la reacción que siguió a ella. Inmediatamente después de publicada llegaron desmentidos de Fernando Solana, entonces secretario de Relaciones Exteriores, de la embajadora Sandra Fuentes Berain, especialmente agresiva, de la secretaría de Comercio, preguntas de la embajada china: todos dijeron que nunca se había dado una negociación con Taiwán. Los únicos que jamás desmintieron la información fueron los propios funcionarios de Taiwán y en última instancia yo tenía la grabación y mis notas de esa entrevista. La reacción parecía ser dirigida mucho más a tranquilizar a la República Popular China y a Estados Unidos que a desmentir a un periodista al que su fuente nunca desmintió. En todo caso surtió efecto: la historia se murió en unos días y nadie más volvió a hablar de un Tratado de Libre Comercio con Taiwán.
Todo esto viene a cuento porque otra vez, pero 24 años después, Estados Unidos, Taiwán, China y México son parte de un juego diplomático en el que hay que tomar en cuenta que tenemos mucho que perder y poco que ganar. Trump agitó las aguas previendo una guerra comercial con China y, sorpresivamente, aceptó una llamada de la presidenta de Taiwán. Desde 1979 ningún presidente de Estados Unidos (en funciones o electo) tenía comunicación directa con un mandatario de Taiwán. Ello encendió las luces rojas en Pekín que envió una nota diplomática de protesta a Washington. Con China se disculpó Barack Obama, pero no Donald Trump.
Por otra parte, China comenzó una operación de acercamiento con los países que habían firmado el Tratado Transpacífico, dado por muerto por Trump. Un tratado que paradójicamente fue creado para fortalecer la zona comercial del Pacífico, pero también para aislar y competir con China. Y el embajador de China en nuestro país ofreció, además, ocupar los espacios que pudiera dejar libre Estados Unidos si Trump desconoce el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Seguramente, no tiene nada que ver con ello, pero quiso la casualidad, que al día siguiente en la muy exitosa fase cuatro de la Ronda Uno de licitaciones petroleras, dos de los principales campos de explotación de crudo en el Golfo de México, quedaran en manos de empresas chinas, uno de ellos apenas a seis kilómetros de la frontera marítima con la Unión Americana.
Mientras tanto, lejos de los juegos diplomáticos el conflicto sobre las islas Sensaku, que se disputan China, Taiwan y Japón, e ignorado en los medios de esta parte del mundo, está escalando peligrosamente con la presencia militar de esos cuatro países frente a las islas.
Qué bueno que haya inversiones chinas y de cualquier país del mundo. Siempre son bienvenidas. Pero también debemos recordar que formamos parte de un bloque regional donde no podemos jugar con la geopolítica. Lo decíamos el lunes y debemos reiterarlo: puede ser que a veces no nos gusten los vecinos, pero no por eso podemos mudarnos de calle.