31-01-2016 Hoy tendría que haber llegado el presidente Enrique Peña Nieto a Washington para su primer encuentro con Donald Trump como mandatario de Estados Unidos. Como todos sabemos, no será así: en apenas unas horas, su gobierno llevó a una situación crítica la relación con la orden ejecutiva sobre el muro pero, sobre todo, con la insistencia de Trump y sus funcionarios, en forma destacada su jefe de gabinete, Reince Priebus, de que México tendría que pagar por esa hipotética construcción.
Pero no fueron sólo las declaraciones públicas y las majaderías de Trump vía Twitter las que provocaron la cancelación de la visita, sino también el maltrato diplomático que recibió la comitiva mexicana que encabezó la semana pasada Luis Videgaray al llegar a su encuentro en Washington. No había ni ganas ni interés de sus contrapartes para negociar y sí un intento de intimidación.
El No de Peña fue motivado por todo ello. No fue una decisión improvisada, aunque no se esperaban en Los Pinos un maltrato tan marcado que terminó catalizando la decisión. Y tampoco, después del No, han encontrado alguna respuesta seria. La administración Trump no tiene claro qué hacer, no tiene propuestas que vayan más allá de sus ocurrencias iniciales y se está topando, día tras día, con un verdadero muro, pero de rechazo internacional y local.
En estos días, a la ruptura con México se han sumado las que han protagonizado con los medios, con las mujeres y, sobre todo, con los migrantes de los países musulmanes a un costo alto de credibilidad e incluso de seguridad. Las restricciones aplicadas a los ciudadanos de Irak, Siria, Irán, Libia, Somalia, Sudán y Yemen radicalizarán a sectores que hoy no se identifican, por ejemplo, con el EI. Esa orden ha generado oposición hasta en los más conservadores líderes británicos, impulsores del Brexit.
En el caso del muro en nuestra frontera, el único apoyo que tuvo Trump ha sido el del premier israelí Benjamin Netanyahu, quien utilizó la propuesta del presidente estadunidense para tratar de legitimar la construcción de su propio muro en una zona de la frontera israelí, sin comprender, ni siquiera remotamente, el daño que causaba a las relaciones bilaterales con México, a la prestigiosa comunidad judía en nuestro país, y sin entender tampoco que lo que ocurre en la frontera de México y EU nada tiene que ver ni puede compararse al histórico conflicto de su país con las naciones árabes y los palestinos.
El propio jefe de gabinete Priebus tuvo el fin de semana otra ocurrencia, demostración de que el gobierno Trump no tiene opciones serias y analizadas a las propuestas del Presidente cuando se enfrentan a un No. Ahora dice que una de las alternativas sería pagar el muro con los recursos que se decomisen a los narcotraficantes. Es absurdo por varias razones: primero, porque los decomisos que hace EU a los cárteles del narcotráfico son ridículamente bajos, sobre todo si asumimos, como lo saben las autoridades de ese país, que el 90% de los recursos que genera el crimen organizado se lava en su propio sistema financiero. Segundo, porque las cifras que manejan nunca están respaldadas por datos duros serios. Tercero, porque el que está legalizando el consumo de las drogas es el propio EU. Y cuarto, porque si esa es la lógica, los que estarían pagando el dichoso muro serían, paradójicamente, los consumidores de drogas estadunidenses, en un contexto en el que se estará revisando, según las propias órdenes ejecutivas de Trump, la colaboración antinarcóticos con nuestro país. Es el peor escenario posible para ellos.
Pero el sinsentido de esa propuesta demuestra también que fuera de lo estrictamente comercial y económico, la principal carta que tiene México para jugar en la negociación que tarde o temprano tendrá que realizarse con el gobierno de Trump pasa por la seguridad fronteriza, insistiendo en que la colaboración de México en ese terreno ha sido de alta calidad e inestimable para la verdadera seguridad interior de su propio país. Una colaboración que, en temas como el tráfico de armas y el lavado de dinero, ha estado muy lejos de tener una verdadera reciprocidad, que será aún más notable si los pocos recursos que se destinan a ello, como los de la Iniciativa Mérida, finalmente desaparecen.
En esa dinámica de negociación existe otro punto que no es menor: se debe insistir en que EU no es Trump y que la posibilidad de influir en muchas otras esferas de poder quizás hoy es más grande que nunca por las propias reacciones que genera el mandatario estadunidense. Sobre todo en el Congreso, pero también a nivel estatal, de las grandes ciudades, en las universidades, las empresas y los medios existe hoy una receptividad que no se tenía hace apenas unas semanas: no se tuvo y tampoco se explotó como se debería, por ejemplo, en la pasada campaña electoral.
Hoy más que nunca la voz de México y los mexicanos debería ser escuchada al otro lado de la frontera y más que nunca se requiere de una política integral en el terreno diplomático, pero también social y político dentro de la Unión Americana.
Lo que hemos visto en estos días en términos de cohesión nacional y respaldo al gobierno federal es altamente positivo, pero no será un cheque en blanco que se extenderá por mucho tiempo. Que se mantenga, aunque sea parcialmente, dependerá de que exista una propuesta coherente que combine los principios con el pragmatismo. Habrá quienes quieran mantener sólo una actitud contestataria, de confrontación. En momentos y con determinados actores quizás ello sea inevitable, pero el objetivo real tiene que ser constructivo, buscando no romper sino mejorar la relación con un EU que sigue siendo nuestro principal socio estratégico y comercial. Y para avanzar hay que confiar en los principios, el pragmatismo y agreguemos un punto más: el tiempo, ese que tanto desgaste le provocará a la propia administración Trump si continúa en la actual vorágine política.