08-02-2017 Los Arellano Félix fueron derrotados mucho tiempo antes de que su nombre comenzara a desaparecer de entre los grandes cárteles de la droga. Luego de la caída de Benjamín, en el 2002, en una casa en Puebla, muy lejos de Tijuana, los Arellano sólo mantenían una carta importante: sus redes de distribución y producción en Estados Unidos, sobre todo en California. Cuando eran prácticamente inoperantes en México, esa carta les sirvió para hacer acuerdos y continuar moviendo recursos durante años.
Las redes del narcotráfico que operan en Estados Unidos no son un misterio. Comienzan en catorce ciudades del sur de ese país, según la oficina antidrogas de la Casa Blanca: Albuquerque, Bronwsville, Dallas, El Paso, Houston, Laredo, Los Ángeles, Mc Allen, Oklahoma, Phoenix, Tulsa, San Diego, San Antonio y Tucson. Los cargamentos no se “pulverizan” en cuando cruzan la frontera, como dicen siempre las autoridades antidrogas estadounidenses. En realidad ocurre exactamente lo contrario: pasan la frontera, sobre todo en tráilers, automóviles (cruzan la frontera común, cada año, noventa millones de automóviles, cuatro millones y medio de camiones y 50 millones de peatones), y también a través de los túneles clandestinos que franquean la frontera en prácticamente todos los puntos imaginables.
Ya en territorio estadounidense, como en toda red comercializadora, la droga se guarda en grandes depósitos y desde ellos se va aprovisionando los mercados, con redes controladas por las grandes organizaciones, que luego sí pulverizan el producto cuando llegan al nivel de la calle.
Pero esas redes no sólo distribuyen: mucho más de la mitad de la marihuana que se consume en Estados Unidos se produce dentro del país, y lo mismo sucede con la mayoría de las drogas sintéticas. No es nuevo: en el 2001 la cadena CBS presentó un gran reportaje que mostraba que buena parte de los parques nacionales de Estados Unidos estaban siendo utilizados para producir marihuana a gran escala, con plantíos sólo comparables a los que se pueden observar en algunas zonas de Sinaloa. La diferencia es que son plantíos más grandes, mejor planificados, cuidados con técnicas más sofisticadas y que producen drogas de mayor calidad y cantidad. Lo que no era diferente era quiénes los cuidaban y hacían producir: en la mayoría de los casos eran campesinos mexicanos indocumentados, que cobraban unos quinientos dólares mensuales por esa labor.
Según las propias autoridades estadounidenses, sólo en California estaban sembradas, en esos terrenos, unas ochocientas mil plantas de alta producción de marihuana que se vendía, entonces, a ocho mil dólares el kilo en el mercado californiano. Estamos hablando de una producción que dejaba, sólo en ese estado y según cifras oficiales, unos diez mil millones de dólares de utilidades. Por supuesto, desde que la droga se ha legalizado las cantidades de producción y las utilidades han crecido exponencialmente.
Las autoridades estadounidenses han identificado por lo menos 26 zonas del país que sirven como centros para la producción, distribución y consumo de drogas. Esas zonas, en el lenguaje burocrático de Washington, son llamadas High Intensity Drug Trafficking Areas (HIDTA), y la de la zona de Los Ángeles está considerada como la más importante: allí están identificados unos 145 cárteles locales que se dedican a producir y comercializar drogas en todo el sur de California. En Nueva York, la HIDTA considera que existen 260 organizaciones criminales trabajando simultáneamente, muchas de ellas dedicadas, sobre todo, al lavado de dinero. Otra HIDTA está ubicada en Washington y Baltimore. Más al sur, otra región ocupa toda la zona costera del golfo de México.
Los propios documentos estadounidenses sobre la HIDTA del área denominada de los Apalaches decían que, desde el 2001, en Kentucky, Tennesse y Virginia, la producción de marihuana había desplazado al tabaco como componente esencial de la economía de la región, con altos índices de cultivo, distribución, venta y consumo. Lo mismo ocurre en la zona de las Rocallosas, incluyendo los estados de Colorado, Utah y Wyoming, estado que ocupa el segundo lugar nacional en consumo de cocaína per cápita en la Unión Americana.
En Seattle, en el estado de Washington, también los índices de consumo son muy altos, lo mismo que la producción tanto de marihuana como de metanfetaminas. En Houston existen unos 169 grupos dedicados al tráfico de drogas. Mientras tanto Iowa, Kansas, Misuri, Nebraska y Dakota del Sur se han especializado en producir y distribuir metanfetaminas.
No faltan nombres, aunque para la opinión pública sean desconocidos, de los principales capos de muchos de esos cárteles, grandes o pequeños, que funcionan dentro de Estados Unidos. La justicia estadounidense tenía hace seis años una lista de unos trescientos jefes de esas redes, pero la enorme mayoría estaban prófugos. Su “contenido étnico” es discutible: por lo menos un tercio de los capos son estadounidenses y anglosajones.