Trump, o Churchill y Hitler como iguales
Columna JFM

Trump, o Churchill y Hitler como iguales

17-08-2017 Mientras en México el inicio de la renegociación del TLC acaparó titulares y conjeturas, en Washington no se habla de otra cosa que de lo ocurrido el fin de semana con la marcha supremacista en Charlottesville, Virginia, de las increíbles indefiniciones sobre el tema del presidente Trump, que primero dudo en condenar a los nazis y racistas que convocaron la marcha. Que luego, ante la presión social sí criticó al Ku Kux Klan y otros grupos que convocaron esa marcha pero que horas más tarde, no se aguantó y volvió a equiparar al Klan, a los nazis y a otros grupos supremacistas con los manifestantes antirracistas. Es como si hubiera puesto en el mismo nivel a Winston Churchill y Adolfo Hitler.

 

Lo de Trump es tan escandaloso que incluso el líder del Ku Klux Klan, David Duke alabó al presidente por “decir la verdad” y condenar a los “terroristas de izquierda” después de que el mandatario señalase a los dos bandos por la violencia racista. “Gracias presidente Trump por su honestidad y coraje para decir la verdad sobre Charlottesville y condenar a los terroristas de izquierda del Black Lives Matter y antifascistas”, escribió Duke en su cuenta de Twitter.

Antes Trump había dicho en una conferencia de prensa que había malos en los “dos bandos”. ¿Qué pasadijoTrump, con la alt-left (izquierda alternativa) que atacó a la alt-right (derecha alternativa, supremacistas)? ¿Tienen alguna culpa?... Hubo un grupo de un lado que fue malo y hubo un grupo del otro lado que también fue muy violentono toda esa gente son neonazis o supremacistas blancos”, agregó Trump, y el mundo, incluso los dirigentes republicanos, se le fueron encima. 

El presidente de los Estados Unidos, un país que libró una guerra contra el nazismo, no puede equiparar a éste con movimientos por los derechos civiles que están respondiendo a las agresiones. No puede aceptar el asesinato a mansalva de una mujer y colocarla al mismo nivel que su asesino. No puede decir que en una marcha convocada expresamente por nazis y supremacistas blancos, sus participantes no lo sean. Lo que sucede es que el propio Trump está convencido de que esos blancos indignados, supremacistas, tienen razón: sobre esa creencia ha construido buena parte de su base de poder. Lo hace sobre el rencor o el odio que genera en esos blancos pobres el serlo, atribuyendo su decadencia a la protección a hispanos o afroamericanos, que les “roban los empleos”, ignorando, o haciendo ignorar, que esa decadencia tiene su origen no en la raza sino en la tecnología y permitiéndose un discurso que utiliza todas las claves de la ultraderecha, comenzando por la “duda” que sembró Trump durante años (sin el menor rastro de prueba) sobre si el presidente Barack Obama había nacido o no en Estados Unidos, justificándose sólo en su raza y su nombre. 

Esa puede ser su base electoral, que hoy se refleja en un apoyo de apenas el 39 por ciento de los estadounidenses (lo que no deja de ser sorprendentemente alto ante la serie de continuos escándalos y despropósitos presidenciales) pero se olvida que la sociedad estadounidense es multirracial, plural, es un país de inmigrantes y unirse a la ultraderecha puede ser suicida para el partido republicano, cuyos dirigentes, desde Paul Ryan hasta John Mc Cain trataron de deslindarse de Trump que sigue aferrado al discurso ideológico de Steve Bannon y otros personajes ultras de su entorno.

En ese contexto no es extraño que el consejo de consulta económica de Trump se esté vaciando de los principales empresarios que participaban en él. Cinco de ellos lo han abandonado en las últimas horas, así como los representantes de la central sindical ALC-CIO. La respuesta de Trump fue decir que se vayan que ya habrá otros. E inmediatamente después atacó a la que es hoy la empresa señera en Estados Unidos, Amazon, por “quitar empleos” a los estadounidenses. 

Una vez más, para Trump, la culpa la tienen las empresas de alta tecnología como Amazon y no el rezago de amplias zonas del país. Para Trump, por ejemplo y como ya lo dijo muchas veces, lo importante son los hombres y mujeres del carbón, como si estuviéramos en el siglo XIX, unos trabajos insalubres que en Estados Unidos casi nadie quiere, una industria que no hay forma de reactivar y que, más allá de su capacidad de contaminar el ambiente, está condenada a desaparecer.

Ayer decíamos que en la renegociación del TLC, México y Canadá tienen que centrarse en lo que se diga y acuerde en las mesas, con funcionarios, legisladores y empresarios, no en los tuits o declaraciones de Trump. Eso es fundamental y debe ser comprendido también por la opinión pública, porque cada vez más lo que piensa, siente y expresa el presidente de los Estados Unidos no refleja las opiniones de su país y en muchas ocasiones ni siquiera de su propia administración. 

Sin embargo, haber abierto y exhibido, reivindicado, el odio racial será un daño irreversible para la sociedad estadounidense, es una herida que tardará mucho tiempo en volver a cerrar. El huevo de la serpiente está siendo incubado. 

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