21-08-2017 Es casi imposible que el ex estratega de Donald Trump, el recién renunciado Steve Bannon, y el New York Times coincidan en algo, pero lo cierto es que ambos, cada uno desde su perspectiva, han asumido un juicio lapidario: la administración Trump, como dijo Bannon, está acabada. El NYT publicó en su editorial que Estados Unidos es “una nación liderada por un príncipe de la discordia que parece divorciado de la decencia y del sentido común“. Para el matutino “la pregunta más profunda para los seguidores que le quedan no es política sino moral: si continuarán siguiendo a alguien que está alienando a la mayoría del país con su apoyo a los extremistas“.
Si la administración Trump ha sido hasta ahora lamentable en término de objetivos y logros, lo ocurrido en los últimos días luego de las manifestaciones de supremacistas y nazis en Virginia no deja lugar a dudas: el presidente Trump ha roto con los principios más elementales de un mandatario estadounidense, sea conservador o liberal: el principio de la búsqueda de la unidad nacional aunque sea en momentos forzada, incluso formal. El presidente Trump ha buscado romper con ello en forma consciente, ha defendido a los supremacistas y los nazis equiparando con ellos a sus oponentes que, en realidad lo que hacían era defender las propias leyes de los Estados Unidos.
Olvidó que su país libró una guerra contra el nazismo y antes una guerra civil brutal para librarse de la esclavitud y terminó defendiendo al sur esclavista y a sus figuras simbólicas, con el general Lee. No se recuerda que un presidente de los Estados Unidos haya sido felicitado tan eufóricamente por el Ku Kuk Klan como lo fue Trump después de sus controvertidas declaraciones. Ni tampoco que haya logrado que republicanos y demócratas coincidieran en distanciarse del presidente. Trump, que sigue colmando de insultos en sus tuits a Hillary Clinton, su rival en las elecciones de noviembre, no tiene ni la respetabilidad de Eisenhower, ni el carisma y visión de Kennedy. Tampoco la capacidad política de Johnson ni la astucia y experiencia de Nixon. No es ni siquiera un tipo prudente, como lo fue Ford ni tampoco un casi idealista como Carter. No tiene la capacidad de unir que tuvo en su momento Reagan ni la visión global de Bush padre. No es un hombre capaz de construir una agenda de largo plazo como Clinton y ni siquiera ha mostrado el respeto que tuvo Bush Jr. por la posición que ocupaba.Su rencor frenético contra Obama se reflejó desde siempre en su discurso, pero ya hemos visto que tampoco desde la Casa Blanca cambia porque se basa en un ADN racista.
No se trata ni siquiera de la agenda política. Los once presidentes que lo antecedieron fueron liberales algunos, conservadores otros, partidarios del libre comercio o relativamente proteccionistas. Algunos apostaron por la guerra y otros por los derechos humanos. Algunos creían en la tolerancia y otros simplemente la soportaban. Pero ninguno de ellos, ni los más duros como Nixon, o Bush Jr., ni mucho menos Reagan, apostaron a dividir a su sociedad.
Ese es el mayor pecado de Trump y lo que lo lleva, hoy, a vivir, apenas seis meses después de asumir el poder, por una crisis de la que difícilmente se podrá librar en el futuro. No es una crisis política (que lo es por consecuencia) sino una crisis moral. Es increíble que el presidente de los Estados Unidos no se hubiera podido deslindar de nazis y supremacistas y que por el contrario, con sus declaraciones en Nueva York, terminara tratando de legitimarlos.
Quién sabe cómo concluirá la administración Trump pero probablemente el daño está hecho, la división interna de Estados Unidos se ha profundizadosu rol en el mundo acotado. La propia reacción de Trump a los atentados en Barcelona lo demuestra: una respuesta burocrática es mejor que el silencio pero ésta no puede reemplazar una respuesta política de fondo, de solidaridad con una Europa de la que se ha distanciado inútilmente.
Para México (y para el mundo) esa crisis política y moral llega en un mal momento. En plena negociación del TLC, y con muchos temas de agenda algunos de los cuales pueden servir para que Trump se cuelgue de ellos para tratar de recuperar legitimidad. Decíamos en este espacio que en la negociación del TLC no hay que prestar demasiada atención a los tuit y declaraciones de Trump sino a las propuestas reales que estén sobre la mesa y en papel. No siempre la administración va de la mano con los exabruptos en redes sociales. Pero la situación no deja de ser delicada porque ante la crisis, la tentación de dar un golpe de timón será muy fuerte y México puede ser víctima propiciatoria.
Quedan, sin embargo, espacios importantes: la política de la administración, insistimos en ello, no es necesariamente la del presidente. México tiene en esa administración dos buenos interlocutores: el general John Kelly y el yerno del presidente Jared Kushner. Y la negociación del TLC, para bien o para mal estará hecha por profesionales. Los despropósitos migratorios difícilmente podrán cumplirse y la cooperación en seguridad, con todos sus altibajos, transita también por vías institucionales (en un marco de profundo enfrentamiento de Trump con sus propios organismos de seguridad).
El daño, insistimos, es moral: es la división, la capacidad de ahondar heridas, e incluso de arrojar sal sobre ellas, dentro de Estados Unidos pero también con sus aliados e incluso con sus adversarios. Ese es el verdadero peligro.
De Mauleón; operadores
Muchos periodistas recibimos amenazas. En ocasiones no vale la pena consignarlas. Puede ser contraproducente. Pero la ola de amenazas contra nuestro compañero Héctor de Mauleón trasciende incluso el enfermizo ambiente que vivimos en México. Quienes lo amenazan son narcomenudistas ligados al poder político. Si se sigue la pista de las amenazas desde que iniciaron se tiene a los responsables. No es una persona, es una red y con ella hay que acabar. Un abrazo solidario para Héctor.
Dos muy buenos operadores del PRI estrenan responsabilidad: Ernesto Nemer como presidente del tricolor en el Estado de México y el regiomontano Rogelio Cerda en la Profeco, donde hasta hace unos meses estuvo Nemer. Ese partido se prepara para el 2018. No hay que subestimarlo.