La hora de la reconstrucción y el acuerdo
Columna JFM

La hora de la reconstrucción y el acuerdo

20-09-2017 Ni en la peor historia de terror podríamos haber imaginado que, a 32 años del terrible sismo de 1985, nos encontraríamos ante una emergencia semejante. El sismo de ayer, durísimo, muy similar a aquel, de 7.1 grados, se ha dado en medio de una suma de catástrofes naturales inéditas por lo simultáneas: el sismo del 14 de junio con epicentro en Chiapas, una sucesión casi interminable de tormentas y huracanes, en el Pacífico y en el Golfo. El pasado siete de junio un sismo de 8.2 grados, que destrozó Chiapas y el Istmo. Y en pleno festejo del día del Sistema Nacional de Protección Civil, a 32 años del sismo de 1985, este otro terremoto que tanto daño ha hecho.

 

            Pero lo decíamos después del sismo de 8.2 grados del jueves 7 de septiembre: asumiendo la gravedad y la magnitud de los daños sufridos este martes, la ciudad ha logrado resistir estos dos fenómenos consecutivos, incluyendo las tormentas y lluvias que han contribuido a dañar edificios e infraestructura, mejor de lo que se esperaba. Lo que hemos vivido ayer, más allá del miedo y la psicosis más que justificada entre la gente, sobre todo después de los temblores de días pasados, ha resultado con daños infinitamente menores que los de 1985.

Al momento de escribir estas líneas se hablaba de cuatro muertos en la ciudad de México y de unos 60 en Morelos. Ha habido, seguramente serán más, unos cincuenta edificios y casas colapsadas. Ha habido daños en infraestructura en carreteras, en algunos edificios públicos y hospitales. Tres escuelas habrían sufrido derrumbes. Los daños, con el paso de las horas, serán, sin duda, más.

Pero en 1985, con un sismo de similar intensidad y características, tuvimos según las cifras más verídicas (nunca se supo el número real), unos nueve mil muertos. Según el registro civil capitalino fueron 3 mil 600, pero el gobierno del DF tuvo registrados por lo menos otros seis mil. La cantidad de edificios y casas derrumbadas y dañadas sumaron miles, incluyendo el Hospital General e instalaciones estratégicas. Se perdieron estaciones de radio, estudios de televisión, fábricas, escuelas. El daño fue terrible y el número de damnificados también. Miles y miles. El cambio político que generó el sismo ante la parálisis de las autoridades fue inigualable.

La tragedia de ayer ha sido durísima, pero ni los daños son similares, ni lo es el número de víctimas y damnificados. La reacción de las autoridades, las federales, las de la ciudad de México y las de Morelos y Puebla, ha sido oportuna y rápida. Paradójicamente, el haber realizado un simulacro unas horas antes del sismo, logró tener a la gente más consciente de lo que hacer, aunque también disparó la psicosis.

Pero insistimos, pese a toda la tragedia, en estos temas hemos avanzado. No sólo porque los daños han sido mucho menores, sino también porque la infraestructura nueva, la que reemplazó aquella derruida en 1985, soportó y soportó bien el sismo del 7 de septiembre y el de ayer, la mayoría de los daños ha sido en edificios viejos.

¿Alcanzará para evitar una crisis política como la que generó el sismo de 1985? Quién sabe, dependerá en mucho de la actuación de las autoridades más allá de las labores de rescate.

Hace unos días decíamos que el sismo del 7 de septiembre obligaba a implementar un plan Marshall, un plan de reconstrucción y desarrollo especial para Chiapas y Oaxaca. El sismo que ha azotado la ciudad de México, Puebla y Morelos obliga quizás no a un plan Marshall, pero sí a seguir revisando y adecuando un modelo de desarrollo que atienda mucho más lo social.

Sin esperar los comicios del 2018, y dejando de lado la lucha partidista, tenemos que poner el acento en las viviendas. En Oaxaca y Chiapas se perdieron o resultaron dañadas unas cien mil viviendas. No hay todavía un número determinado en la ciudad de México, Morelos y Puebla, pero sin duda la recuperación y construcción de viviendas será la demanda más sostenida de la sociedad. Nuestro déficit ancestral de viviendas se ha agudizado con estos hechos, sin olvidar las tormentas y huracanes que en las últimas semanas han azotado al país. Necesitamos reconstruir y no podemos esperar a ver qué sucede en el 2018 para hacerlo. Se requiere de parte de los partidos y de las instituciones una visión que vaya más allá de una campaña electoral y establecer mecanismos, políticos, presupuestales, administrativos para que la gente regrese a sus hogares o simplemente los recupere.

Para eso se necesita algo más que un acuerdo político, se necesita presión social, alejarse de manipulaciones y desenmascarar mezquindades de algunos gobernantes que ya hemos visto, por ejemplo, en Oaxaca.

Por cierto, con todo lo terrible que haya sucedido en nuestra ciudad, no puede haber excusa para olvidar a los miles de damnificados que se suman en Oaxaca y Chiapas. Allí la tragedia es de enormes alcances, mayores aún que la de la capital. Pero allí y aquí se necesita operar con carácter emergente una política social que se centre, sobre todo, en la reconstrucción y la construcción de viviendas: utilizando empresas para ello, pero activando, por sobre todas las cosas, el esfuerzo social y de las comunidades. Contando con la gente.

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