18-10-2017 No hay secreto alguno que se pueda develar de una reunión del presidente y algunos de sus más cercanos colaboradores ante una treintena de periodistas. Lo de ayer en Los Pinos podríamos calificarlo como la pasarela que no fue pasarela pero que sí terminó siéndolo. El motivo de la convocatoria fue realizar un amplio repaso a las tareas de reconstrucción, de lo avanzado en ella y de lo aún pendiente, pero constituyó una oportunidad para que el presidente Peña pudiera dialogar con un amplio grupo de periodistas con agenda abierta y durante unas tres horas, sin cámaras, sin micrófonos, pero con el único límite que impone la política real.
No fue la sucesión el tema más abordado por el presidente Peña Nieto pero sí, obviamente, donde más concentrado estaba el interés. Para el primer mandatario, quien será el factor clave de la designación del candidato de su partido, no se trata de que sus aspirantes no se mueven: sí lo hacen, deben hacerlo, dijo, y deben salir en la foto, pero sin dejar, subrayó, “la liturgia” que implica ese proceso en el PRI. ¿Qué quiere decir liturgia? Significa “el orden y la forma” con que se realizan las ceremonias o actos solemnes, sean o no religiosos. Y el PRI dijo una y otra vez el presidente Peña, respeta esa liturgia, ese “orden y formas” que hace a su proceso de selección diferente al de otros partidos.
Así se designará a uno de los cuatro hombres que estaban acompañando a Peña en la mesa: José Antonio Meade, Miguel Osorio Chong, Aurelio Nuño y José Narro. Allí estaban también el secretario de la Defensa Nacional, el general Salvador Cienfuegos, el de la Marina Armada de México, el almirante Vidal Francisco Soberón, y otros funcionarios, como Rosario Robles, secretaria de la SEDATU y encargada, según dijo el propio Peña, de la tarea más importante y urgente de la reconstrucción: la edificación de cerca de 180 mil viviendas destruidas por el sismo, el equivalente a construir en unos meses una ciudad de un millón de habitantes. De ese tamaño es el reto.
Esos cuatro hombres respetaron rigurosamente la liturgia en la reunión de ayer. Todos intervinieron abordando sólo sus respectivas responsabilidades, aunque fue mucho más evidente, en tiempos y hasta en el lenguaje corporal, la participación de José Antonio Meade, el único además que al inicio de la reunión, detrás del presidente Peña, saludó de mano a todos y cada uno de los invitados. El presidente Peña que se muestra en total control de ese proceso, tampoco develó fechas. No tenía por qué hacerlo, las mismas las fija el calendario electoral y en ese sentido, el 14 de diciembre, aceptó, tendrá que registrarse su candidato a la presidencia. No hubo más señales ni mensajes al respecto, será a finales de noviembre.
Fue mucho más explícito el presidente Peña respecto a la designación del próximo fiscal general de la república, luego de la renuncia, ayer, de Raúl Cervantes a la PGR. Lo más importante que señaló no fue que si la situación política y legislativa continuaba con el actual ánimo de crispación, el proceso se tendría que prolongar hasta el 2018, porque no habría condiciones para designar a un fiscal con amplio acuerdo y consenso.
Lo importante fue que reconoció que a él no sólo no le gustaba que el fiscal permaneciera nueve años en su cargo, un periodo demasiado largo, sino que incluso no le gustaba la propia figura del fiscal. Él hubiera preferido modernizar el modelo de la PGR, hacerlo más eficiente y autónomo en lugar de crear la fiscalía, pero que esa había sido la salida que encontraron los partidos en el Pacto por México. Por eso lo aceptó.
Recordó que los partidos en el Senado habían abandonado el tema durante tres años. Agregó que en la designación de distintos cargos públicos hoy hay “de chile y de manteca”, que intervienen, según el caso, demasiadas instancias, desde el INEGI hasta la Suprema Corte, y que eso genera confusión.
Y tiene, por lo menos en ese punto, toda la razón: la constante ciudadanización mal entendida de instituciones y cargos no hace más transparente o menos partidaria las designaciones: sólo las encubre. Pero algo pasa que muchos de esos cambios se realizan para alcanzar consensos (que luego se rompen) aunque no estén dentro de las convicciones del mandatario en turno. Sólo dos ejemplos: Felipe Calderón no estuvo de acuerdo en muchos de los puntos de la reforma electoral aprobada en el 2007 pero avanzó con ellos para tratar de sumar a esos consensos a López Obrador. No sirvió de nada. Peña Nieto hizo lo mismo con distintos capítulos del Pacto por México, entre ellos la propia creación de la fiscalía, pero esos acuerdos también fueron rotos por algunos de sus opositores que en su momento los habían propuesto y aprobado. Quizás es hora de aprender, pase lo que pase en el 2018, que, como también dijo ayer Peña Nieto, el gobierno no puede ser rehén de un proceso político.
Ya hablaremos de la reconstrucción, un trabajo notable, pero, por lo pronto, la pasarela no permitió entrever mucho más (¿de verdad no lo permitió) de lo que la liturgia permitía.