La última esperanza populista
Columna JFM

La última esperanza populista

20-12-2017 La ola populista que hegemonizó políticamente buena parte de América latina parece estar llegando a su fin. El derrumbe de Nicolás Maduro en Venezuela, la caída de Luis Inácio Lula Da Silva en Brasil y la derrota de Cristina Fernández en Argentina, han sido claves en ese proceso. Sigue gobernando, imperturbable, Evo Morales en Bolivia, continúa Ecuador con una línea bolivariana pero marcada por la división interna del grupo en el poder, y sigue (y seguirá porque parece no tener fin) la dictadura familiar-religiosa que encabeza Daniel Ortega en Nicaragua. La última esperanza populista está en México.

 

            Este fin de semana, Sebastián Piñera, un poderoso empresario de centroderecha, que ya había sido presidente, fue elegido en una segunda vuelta como presidente de Chile. Sucederá a Michelle Bachelet, quien en su primer mandato había dejado muy buenos resultados con altos índices de popularidad (había sido reemplazada precisamente por Piñera, al que a su vez sucedió) pero que en el mandato que ahora termina se derrumbó estrepitosamente. Acechada por movilizaciones estudiantiles, inició el gobierno con la idea de reducir la desigualdad aumentó impuestos, apostó por programas sociales populistas y cometió errores políticos y económicos muy costosos, que dejaron su popularidad en números muy bajos. La coalición de gobierno, en lugar de regresar al centro decidió impulsar una candidatura más hacia la izquierda de Bachelet. Pero a su vez surgió otra ala de izquierda, llamada Frente Amplio, más radical.

En la segunda vuelta realizada el domingo pasado, muchos votos que tradicionalmente podrían haber sido para la coalición se terminaron yendo con Piñera por el temor que generaban algunas de las propuestas y de los compañeros de ruta del oficialista Alejandro Guillier. Las encuestas, por cierto, se volvieron a equivocar: daban un empate técnico, pero Piñera ganó por casi 10 puntos. También se demostró la enorme utilidad de contar con la segunda vuelta electoral. Este claro triunfo de Piñera (más de 54 por ciento) le otorga una gobernabilidad que no hubiera tenido con los resultados de la primera vuelta, donde ganó por estrecho margen y obtuvo poco más del 30 por ciento.

 Sorprendió también, aunque esa tendría que ser la norma, la actitud de los opositores de izquierda: los seguidores de Guillier y de Beatriz Sánchez, del llamado Frente Amplio, inmediatamente después de terminado el conteo, el mismo día de la elección, felicitaron al ganador y dieron por cerrada la contienda. Una lección de civilidad y cultura política que en México no hemos aprendido y que Chile nos muestra una y otra vez.

            Pero, por sobre todas las cosas, el triunfo de Piñera demuestra que la gente se está cansando de las ocurrencias. Bachelet tuvo un primer mandato extraordinario porque se apartó de ellas y gobernó con un manejo liberal y ortodoxo de la economía y una política social de izquierda. Cuando en su segundo mandato quiso tomar atajos y se apartó del camino original, su popularidad se derrumbó porque los resultados (siempre sucede con el populismo) fueron simplemente malos. Y la gente no apuesta por los discursos, sino por su bienestar.

Conservadores

Sorprendió a muchos la declaración de López Obrador en el registro de su candidatura por el Partido Encuentro Social (PES), cuando dijo que entre ese partido, el ubicado más a la derecha en el espectro político nacional, y Morena, que presume de ser de izquierda, “no hay diferencias políticas ni ideológicas”. Es verdad. Los que pensamos que en realidad López Obrador es un político profundamente conservador, no nos equivocamos. El propio Andrés Manuel acaba de ratificarlo.

Haydé, tía, madrina

Haydé falleció el lunes, era mi tía, mi madrina. Haydé podría haber sido un personaje de Cien años de soledad. Era, sobre todo cuando yo era un niño, un poco fantástica, un poco impredecible, conmigo increíblemente cariñosa y también estaba, creo, un poco loca. Loca posiblemente de amor perdido y de soledad. Nunca superó la muerte de mi tío, mi padrino, Miguel, cuando apenas tenía 33 años, dos hijas pequeñas y toda una vida por vivir. Nunca aceptó tampoco (la herencia siciliana) que era joven y podía rehacer su vida, volverla a construir, se ató a un destino inexorable que demasiadas mujeres aceptan pensando que es imposible de torcer.

Pero la verdad es que me quería con el alma: cada vez que me veía, sobre todo en los últimos años, tenía ya más de 90, me preguntaba si me acordaba todavía de ella. Era el gancho para que le dijera que sí, que siempre. Y era verdad: ella, sus hijas Norma y Mabel, fueron mucho más que una parte de mi familia, fueron durante muchos años una parte central de mi historia. Eran algo así como una madre alterna y ellas, sobre todo, hermanas insustituibles. Siempre he pensado que el dolor íntimo, personal, profundo de mi tía trastornó su vida y también a la de muchos a su alrededor. Es verdad, era adorable y podía ser un dolor de muelas. Pero ¡cuánto me quería! Y cuánto, hoy y siempre, estaré en deuda con ella.

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