14-02-2018 Este periodo de precampañas ha servido para confirmar, sobre todo, el nivel de conocimiento existente sobre los tres principales aspirantes presidenciales. Es evidente que Andrés Manuel López Obrador es el más conocido de los tres: está en campaña desde inicio del siglo y ésta es la tercera vez que busca la Presidencia de la República.
Por si fuera poco, recibió en forma gratuita dos millones de spots en radio y televisión. Ricardo Anaya se hizo conocido este sexenio en la Cámara de Diputados y sobre todo en la presidencia del PAN donde utilizó casi un millón y medio de spots para promocionar su figura, y sus índices de conocimiento giran alrededor del 80 por ciento. José Antonio Meade es mucho menos conocido: si bien ha cubierto cinco secretarías de estado, en los gobiernos deCalderón y Peña Nieto, no es todavía un personaje popular. En el círculo rojo lo conocen y respetan en forma casi unánime, pero entre la población su nivel de reconocimiento, ya terminada la precampaña, es del 60 por ciento. Tiene mucho aún por crecer.
Las encuestas que hemos visto en este periodo lo que reflejan es precisamente eso: el conocimiento de los candidatos, no hay todavía preferencias electorales marcadas porque en los hechos las campañas como tales no han comenzado y porque existe una gran disparidad en el inicio de la competencia entre los tres aspirantes. Como decíamos el pasado lunes, López Obrador, conocido por el 98 por ciento de la población sabe que tiene un piso y un techo electoral casi igual: tiene el apoyo del 30 por ciento de los electores. Su desafío es incrementar ese porcentaje y por eso está apostando a nuclear buenos, malos y feos en su entorno. No importa que hayan sido hasta hace unas semanas sus peores enemigos, lo importante es que den votos y romper el techo del 30 por ciento. Si bien Morena festina continuamente el que esté en la cima de las encuestas, suelen obviar que sus números desde hace meses no se mueven: han llegado a un tope. ¿Puede crecer? Por supuesto, pero no será fácil porque Andrés es un hombre conocido por todos y es difícil que se cambie la percepción sobre alguien que hace dos décadas está en el centro del juego político nacional.
Mientras eso sucede, Anaya tiene otros problemas. Tiene índices de reconocimiento altos, aunque no todavía suficientes; está cobijado por una amplia campaña publicitaria pero el desafío de Anaya ha sido consolidar un frente en el que existen aún muchas diferencias internas que se agudizarán estas semanas con la distribución de candidaturas a senadores y diputados. No es un secreto decir que el PAN se ha dividido, o que no se sabe cómo actuarán la mayoría de los gobernadores o personajes que se han sentido maltratados, como Rafael Moreno Valle. Eso se profundiza porque en el PRD hay sectores que tampoco están muy convencidos de Anaya (y por eso Ricardo en su precampaña ha dedicado tiempo y espacio sobre todo a los perredistas), otros que no terminan de ser buscados e incorporados, como Miguel Mancera (apenas el lunes decía que se quedaría en la CDMX porque aún no había ningún proyecto definido para su futuro) y en Movimiento Ciudadano tienen problemas incluso en su principal feudo, Jalisco, donde el coordinador de campaña de Enrique Alfaro, Alberto Uribe, repentinamente se fue con Morena. La duda es si hubo una ruptura entre el alcalde y candidato a gobernador con su coordinador o si Alfaro, implícitamente,ha hecho una alianza con López Obrador.
Anaya está segundo en las encuestas, como lo estaba antes de comenzar las precampañas, pero aún no capitaliza los beneficios que tendría que darle la alianza con el PRD y MC. Estas semanas son definitivas: no puede seguir mandando mensaje en inglés a Trump, tocando la guitarra y el ukelele o mostrando que lleva a su hijo a la escuela. En estos dos meses no ha querido ni podido tomar definiciones porque los acuerdos internos y externos no se han establecido.
De aquí al inicio formal de la campaña tendrá que cerrar heridas, tendrá que romper con la desconfianza política y con las acusaciones de corrupción y traición que se le han hecho (justas o no, verosímiles o no, pero que son parte de la percepción de su figura política) para poder saber en abril próximo, si estamos ante una alternativa real de poder o ante una decepción política más.
Los maestros de Juan Díaz
El congreso magisterial de Puerto Vallarta ha confirmado el control sobre el sindicato magisterial de Juan Díaz de la Torre. Se publicó que había habido movilizaciones en su contra en seis estados (Michoacán, Chiapas, Oaxaca, Guerrero, ciudad de México y Jalisco), pero se omitió decir que esas no eran bases de Elba Esther, sino de la Coordinadora. La maestra creo que se equivoca, tanto con el apoyo a López Obrador (que jamás será su aliado real) como tratando de mostrar una fuerza que lógicamente ha quedado menguada en el sindicato. Eso ha obligado también a Díaz de la Torre a endurecer posiciones (rechazo a un sindicato “que se convierta en patrimonio personal o familiar”). Hoy la ruptura está planteada y el juego, en principio, lo está ganando la actual dirigencia magisterial.