13-03-2018 Ricardo Anaya ha construido su carrera y su candidatura redoblando apuestas. Ha dejado en el camino aliados y contendientes, adversarios y promotores. Lo ha hecho con eficiencia, rapidez y sin escrúpulos. No recuerdo ninguna candidatura presidencial construida tan rápido y partiendo de tan poco: hace seis años, la máxima posición que había tenido Anaya, y sólo durante unos pocos meses era una subsecretaría de Turismo.
Pero ese no ha sido un camino indoloro. En él ha quedado tendidos todo tipo de aliados, incluyendo buena parte de los personajes más importantes de Acción Nacional, como los expresidentes Fox y Calderón, expresidentes del partido, gobernadores, legisladores, viejos aliados. Y pareciera que, en la búsqueda de la Presidencia de la República está dispuesto, incluso, a sacrificar al PAN. Es verdad que Ricardo ha logrado una alianza con el PRD y Movimiento Ciudadano que potencia sus posibilidades y que, también, pareciera haber construido una alianza con un grupo de intelectuales que van desde Jorge Castañeda hasta Denise Dresser pasando por Emilio Álvarez Icaza. Ese grupo parece haberse decidido por Anaya como opción ante López Obrador.
Pero en el camino Anaya ha perdido a buena parte del PAN mientras no termina de lograr que el perredismo haga realmente suya la candidatura. En su registro del domingo sólo estuvieron los gobernadores de Tamaulipas, Baja California, Nayarit, Guanajuato, Tabasco y la Ciudad de México. Faltaron los de Baja California Sur, Puebla, Chihuahua, Veracruz, Querétaro, Durango, Aguascalientes, Michoacán, Quintana Roo y Morelos. Legisladores como Javier Lozano ya están con Meade y expresidentes del partido como Germán Martínez con López Obrador. Los senadores más representativos del partido no lo apoyan. Y Margarita Zavala, quien también se registró el domingo, no sólo es, claramente, su principal adversaria, sino también una mujer que pareciera contar, dentro del propio Partido Acción Nacional, con más simpatías que Anaya. A eso se deben sumar las acusaciones que en forma insistente le ha hecho el Partido Revolucionario
Institucional sobre actos de corrupción.
El cálculo en el entorno de Anaya es que esas pérdidas panistas se pueden revertir con el voto útil que provendrá de las alianzas y de los actores independientes que pueden sumarse a su candidatura. Para eso se utilizarán, también, las posiciones en el Congreso que se distribuirán entre los nuevos aliados, aunque ello vaya en detrimento de muchos panistas que quedarán fuera de las listas. Tampoco, ha anunciado Anaya cuál será su equipo de campaña. En realidad, está haciendo lo mismo que hizo con su candidatura: estiró los tiempos tanto que dejó a sus adversarios, desde Rafael Moreno Valle dentro del partido hasta Miguel Ángel Mancera en el PRD, sin tiempos ni espacio para disputarla. Ahora está haciendo lo mismo: las listas se postergarán todo lo posible, lo mismo que las designaciones del equipo de campaña, para que ya no haya posibilidades de ruptura. En las candidaturas, el panismo tendrá la mitad de las posiciones y en el equipo de campaña se asegura que su coordinación no la tendrán los panistas (se insiste en que el coordinador podría ser Jorge Castañeda).
Tampoco en el PRD están satisfechos con Anaya. Más allá de la defensa de los dirigentes de Nueva Izquierda, como Jesús Ortega, la verdad es que en los eventos no se nota demasiado entusiasmo con Anaya, como lo han reconocido otros dirigentes, como Juan Zepeda. Paradójicamente, una de las cabezas del panismo capitalino como Jorge Romero, sí ha recibido muy bien a Alejandra Barrales, aunque habrá que ver si el panismo de base acepta su candidatura o prefiere una opción más conservadora en temas como el aborto, como Mikel Arriola. Lo cierto es que mientras no se restablezca la relación y se cumplan los compromisos con Miguel Mancera, esa distancia entre el PRD y Anaya se mantendrá.
Respecto a las acusaciones de corrupción, es verdad que Anaya no ha dado una respuesta convincente. Lo que dijo ante los banqueros de que compró un terreno, construyó una nave industrial, la vendió y le pagaron con una transferencia electrónica, describe una operación inmobiliaria, pero no da las respuestas que se le exigen. Pero también, en ello, Anaya está redoblando la apuesta: simplemente no dará respuestas, no declarará ante el Ministerio Público si no lo obligan y dejará en manos de la Procuraduría General de la República el que lo procese o no, al mismo tiempo que la acusa de ser parte del equipo de campaña de Meade. El caso de Anayasería tan investigable como lo fueron las ventas de terrenos de Duarte o Borge, pero nada parece indicar que la PGR vaya a dar el paso de iniciar un proceso contra el candidato del Frente. Si eso no ocurre, Anaya pasará, ésa es su apuesta, de acusado a víctima.
Las campañas comienzan en poco más de dos semanas. Para entonces, para los primeros días de abril, esas tramas: la relación de Anaya con el PAN y el PRD, su alianza con ese grupo de intelectuales, el perfil de su equipo de campaña y las listas para el Congreso y, sobre todo, lo que vaya a suceder o no con las acusaciones de corrupción, tendrán que tener una respuesta. De eso dependerá mucho de lo que suceda el primero de julio.