21-05-2018 La pregunta más importante después del debate de anoche es si han cambiado las preferencias electorales, si de la mano con ello hubo ganadores claros o si se ha confirmado algo nuevo respecto a los candidatos. Y la verdad es que no creo que el debate haya cambiado demasiado las cosas. Sí exhibió carencias y luces, pero será muy difícil que muchos cambien sus votos después de este debate.
Es verdad que López Obrador no dijo casi nada, más allá de un momento de arrebato contra Ricardo Anaya al que llamó canallita, pero sin duda ni la seguridad ni la frontera son temas en que el candidato de Morena es fuerte. Para todo, la solución es su llegada al poder, que acabará mágicamente con la corrupción de la “mafia del poder” que es responsable de todo. Un discurso contradictorio (estamos de acuerdo con el TLC pero queremos un nuevo TLC donde incorporemos temas como la migración), ligado a una serie de lugares comunes, incluyendo una defensa de la economía lopezportillista y de la autosuficiencia alimentaria. Pero en temas de seguridad es evidente que no tiene respuestas que vayan más allá de los lugares comunes de acabar con la corrupción o con la mafia del poder para acabar con todos los problemas, desde la importación de fentanilo, hasta la sustitución de cultivos para reducir la producción de opiáceos.
Ricardo Anaya demostró que es el mejor en estos lances. Lo hace realmente bien, provocó a López Obrador y lo hizo caer en un par de ocasiones. Lo exhibió en el tema de las inversiones en la Ciudad de México cuando fue jefe de gobierno, y en el del corredor transístmico entre Salinas Cruz y Coatzacoalcos (me llamó la atención que a nadie se le ocurriera decir que ese tema está contemplado ampliamente en la zona económica especial ya aprobada por el Congreso) y demostró que en derechos de los migrantes y temas internacionales tiene un par de buenos coachs comoJorge Castañeda y Emilio Álvarez Icaza, pero su propuesta de seguridad fronteriza resultó muy superficial, o mejor dicho demasiado políticamente correcta. Sin embargo, tuvo un mérito indudable: apeló una y otra vez a la emoción. Le peleó a López Obrador e incluso lo provocó y salió bien librado en casi todos esos lances.
José Antonio Meade fue de luces. Tuvo varias muy buenas intervenciones: conoce mejor que sus rivales el tema internacional y el de los migrantes. Fue el único que reconoció un tema central: la migración y la seguridad fronteriza no se trata sólo de buenas intenciones, sino de contemplar que también, de la mano con refugiados o asilados, de personas que buscan un bienestar económico o social básico, están también grupos criminales que operan desde Centroamérica asociados a grupos criminales en México. El propio Anaya reconoció, con toda razón, que desde el 11-S no había penetrado, vía México, ni un solo terrorista a Estados Unidos, pero olvidó decir que fue precisamente por esos esquemas de seguridad migratorios que se lograron esos objetivos. No hay blancos y negros en este tema, sino una suma de grises. Meade tuvo también un gran momento cuando abordó el tema de Nestora Salgado,pero incomprensiblemente, no ahondó en él. Y ninguno de los candidatos tampoco abordó de lleno la crítica a López Obrador por el tema de la amnistía.
Lo de Jaime Rodríguez El Bronco por momentos llegó a la pena ajena. Está bien que quiera diferenciarse como un independiente ante los representantes partidarios, pero dijo una cantidad de barbaridades difíciles de superar, la mayor de ellas la expropiación, según dijo, de Banamex si no se llegaba a un acuerdo con Trump. Pero no se queda atrás su propuesta de ser un presidente itinerante, de decir que ya había acabado con la trata de personas en Nuevo León, o de reemplazar al TLC con compras a otros países. Tuvo un par de buenas puntadas, como cuando le aclaró a López Obrador que en Guerrero no se puede plantar maíz, pero evidentemente no tiene idea de lo que son las relaciones internacionales.
Pero el hecho es que no creo que hayan cambiado las tendencias electorales por el debate. López Obrador sigue hablando para su electorado duro aunque no responda nada de lo que le pregunten. Anaya sigue siendo el mejor en esta lógica de debates porque confronta abiertamente y con inteligencia, aunque tiene baches a la hora de las propuestas de fondo, mientras que Meade tiene un caudal argumentativo superior, pero pierde a la hora de las emociones y la confrontación, aunque estuvo mejor que en el primer debate. Y el Bronco simplemente juega a ser el Bronco.
Tampoco cambió tendencias el debate porque se dedicó demasiado tiempo a aspectos muy concretos de migración, incluso con problemáticas muy locales como la situación de los haitianos en Tijuana y mucho menos a lo central que estaba en debate, que es la estrategia de seguridad fronteriza y su nexos con la seguridad nacional. Con todo, el debate deja pendiente el tema central: quién estará en condiciones de polarizar las elecciones contra López Obrador. Ahí siguen Anaya y Meade en la pelea. El post debate será más importante que el debate.