01-06-2018 La imposición de aranceles a la importación de acero y aluminio a los Estados Unidos, proveniente de México, Canadá y la Unión Europea, gravados en forma unilateral por el gobierno de Donald Trump en 25 y 10 por ciento respectivamente, argumentando razones de seguridad nacional, es para algunos un instrumento más para negociarcon sus principales socios comerciales acuerdos específicos en éstos y otros terrenos.
Para otros, y creo que ello se acerca más a la realidad, es simplemente instrumentar aquelprincipio de América primero que marcó la campaña de Donald Trump. Y lo hace a unos meses de unas elecciones legislativas de medio término en los que corre el serio peligro de perder la mayoría legislativa de la goza el mandatario estadounidense.
Se puede argumentar que son medidas que van en contra de los propios intereses estadounidenses, que colocan a la Unión Americana al borde de la ruptura con sus principales socios comerciales, financieros y políticos y que, en última instancia, afectará la economía de ese país y a sus consumidores. Al rechazar la globalización, Estados Unidos pierde sus ventajas competitivas y se hace más pequeño, más caro y más ineficiente, afectando en el camino a la economía mundial y profundizando las tendencias nacionalistas que, vaya paradoja, ya bien entrados en el siglo XXI son las que cimbraron y llevaron a dos guerras mundiales en la primera mitad del siglo pasado.
El cataclismo que significaba Trump en las relaciones internacionales comienza a verse entrados ya en su segundo año en el poder y, como se preveía, cuando suma un fracaso tras otro y sus propuestas simplemente no prosperan a pesar de contar con una mayoría legislativa que no siempre responde a sus intereses.
Ante el fracaso ha hecho lo que todos los populistas (y vaya que Trump lo es, aunque el andamiaje institucional de la Unión Americana le pone límites), endurecerse y sacar por decreto lo que no puede sacar con mayorías legislativas. Los costos que la política de Trump tendrá para la Unión Americana son imposibles de dimensionar hoy en día perolos empezaremos a ver cuando el modelo haga eclosión. Y ese momento dependerá, en parte, de los resultados electorales de noviembre en la Unión Americana.
Todo esto ocurre a unas semanas de que se den elecciones en nuestro país que resultan, también, decisivas para el futuro. No se está disputando un simple cambio de gobierno, se está optando por dos modelos diferentes, incluso antagónicos, de desarrollo del país. El Wall Street Journal acaba de publicar un muy amplio reportaje sobre López Obrador donde, entre otros temas, habla de la relación del candidato de Morena con Trump: Andrés Manuel dice que tratará a su homólogo con “precaución y respeto”aunque en algún mitin lo calificó de fascista, pero señala también las similitudes entre ambos: los dos son muy eficientes mercadólogos, son nacionalistas económicos y políticos que suelen saltarse las convenciones. Ambos quieren hacer a sus países “grandes” de nuevo y los dos desconfían del TLC y el libre comercio.
Ya en alguna oportunidad decíamos que, aunque parezca un contrasentido, en el corto plazo, la candidatura de López Obrador es la que más se beneficia de las políticas de Trump, mientras que para éste tener en la frontera un gobierno más cerrado y con un discurso nacionalista, lo ayuda a implementar su agenda interna, también cerrada, nacionalista y, agreguémosle, antiinmigrante y racista. Ambos son, en este sentido, una suerte de enemigos íntimos, que en la coyuntura se necesitan recíprocamente. Nada ayudaría más a implementar el discurso excluyente y nacionalista en ambos países que contar con administraciones políticas que privilegien esos valores.
México ha hecho muy bien en establecer casi inmediatamente represalias arancelarias equivalentes al comercio con Estados Unidos, pero no se debe cejar en el esfuerzo de lograr una revisión del TLC benéfica para los tres países. A propuestas y políticas como las de Trump hay que enfrentarlas haciéndolas chocar con la realidad y esa realidad lo que muestra es que la integración entre nuestros países es tan profunda que no puede ser desechada por decreto.
Esa debe ser una enseñanza también para nuestrosfuturos gobernantes y en particular para López Obrador, que enarbola en campaña banderas similares a las del propio Trump. Si gana las elecciones puede optar por radicalizarse y entrar en una competencia nacionalista que tanto recordará a los años de Echeverría y López Portillo y sus pésimas relaciones con la Unión Americana, o puede dar un giro y apostar por fortalecer la integración, incluso a contrapelo de lo que quiera Trump, y con ello fortalecer a quienes son, en realidad, nuestros verdaderos socios del otro lado de la frontera. Un gesto de ese tipo en este momento, sería clave para fortalecer sus aspiraciones y tranquilizar unos mercados y un movimiento empresarial que quizás no le impidan ganar las elecciones, pero sí gobernar, mantener la gobernabilidad y la gobernanza que necesita para implementar el proyecto social que quiere encabezar. Lula en Brasil, sin ir más lejos, se equivocó en muchas cosas pero sabía que el combate a la pobreza y la globalización eran compatibles y necesarias.