15-06-2018 Ayer comenzó el mundial de Rusia y, unas horas antes, nos enteramos de que México, Estados Unidos y Canadá organizarán en forma conjunta el mundial de futbol del 2026. Tener un mundial en casa (aunque aquí sólo se jugarán 10 de los 80 partidos contemplados, otros diez serán en Canadá y 60 en la Unión Americana) siempre es un placer,sobre todo para quienes amamos el futbol.
Pero en esta ocasión es también una suerte de símbolo que llega en un momento político muy oportuno, cuando desde la presidencia de Estados Unidos arrecian el racismo, la condena a los migrantes, el nacionalismo, la cerrazón de los mercados, cuando el gobierno de Donald Trump ha insultado a canadienses y mexicanos y quiere romper el Tratado Comercial que nos une desde hace un cuarto de siglo.
Mi amigo Juan Pablo de Leo dice que lo que estamos viendo con el presidente estadounidense es una suerte de Doctrina Trump para la política exterior, en la cual su gobierno, simplemente, ejerce la diplomacia sólo donde ha podido ejercer, previamente, la fuerza. No sé si alcanza a ser una doctrina, pero es verdad, a Trump, antes como empresario y ahora como presidente, no le gustan los acuerdos, le gusta avasallar, imponer, doblar a sus adversarios, pero también a sus socios.
Lo ocurrido la última semana lo demuestra. En apenas unos días Trump prácticamente rechazó el TLC, dijo que prefería establecer acuerdos bilaterales con México y Canadá por separado (lo que no aceptaron ninguno de los dos países); fue a la reunión del G7 en Canadá; llegó tarde;pidió que reincorporaran a Rusia, lo que el resto de los países del grupo rechazó (salvo el nuevo gobierno italiano, fruto de una coalición entre grupos populistas muy de derecha y de izquierda); firmó una tibia declaración a favor del comercio mundial que rompió horas después en medio de insultos contra los mandatarios de ese grupo, en especial contra el premier Justin Trudeau. Y se fue a Singapur a festejar su cumpleaños y recibir al dictador de Corea del Norte, Kim Jong-un, como si fuera un viejo gran amigo. Firmó con él un acuerdo de cuatro puntos, que es más una expresión de deseos, donde quizás lo más importante fue el regreso de unos prisioneros estadounidense presos en Corea del Norte desde hace años y un compromiso, sin fechas ni controles, de desmilitarización nuclear de Corea del Norte. Nada más.
Trump lo ha presentado como un gran logro diplomático, aunque los que más han ganado con ello son los socios del hijo y nieto de la dinastía Kim, o sea, en ese orden, China y Rusia. Japón, otro aliado histórico de Estados Unidos, ha quedado aislado y Corea del Sur parece estar expectante ante un acuerdo que no pasa de ser un compromiso verbal.
En este contexto se anunció la organización del mundial 2026 entre México, Canadá y Estados Unidos. Trump, aseguran medios estadounidenses, para lograrlo bajó el tono de su discurso antiinmigrante e incluso llegó con la FIFA alcompromiso de permitir el ingreso a su país de turistas de todas las nacionalidades. México fue un motor clave en estavotación entre países que no querían que el mundial fuera nuevamente a Estados Unidos, pero también por el peso delos latinos que viven en la Unión Americana.
Todo eso es importante, pero lo es mucho más el símbolo. México, Estados Unidos y Canadá no son sólo una zona comercial, América del Norte es una región cada día más integrada. Existe un proceso de integración real, que ha comenzado por la economía y los mercados pero que cruza a los tres países y que no se puede detener, más allá de como se llame quien gobierne en cada una de las tres naciones.
Donald Trump se está topando con esa realidad una y otra vez: ni entre sus propios partidarios se entiende muy bien que se pueda distanciar y hasta romper con sus aliados históricos: la Unión Europea, Canadá, México, Japón, mientras coteja a Kim, a Vladimir Putin, al filipino Duterte o al gobierno chino. Es evidente que está más cómodo con mandatarios autoritarios y en algunos casos simples dictadores, que con demócratas que pregonan, aceptan y viven en economías abiertas y en un marco de libertades.Pero no podrá cambiar ni la historia ni la realidad.
Si la elección del primero de julio la gana López Obrador allí estará uno de sus principales desafíos. El candidato de Morena ya ha dicho que conservará el TLC, pero también, en algo bien intencionado pero irreal, dijo que el país debe consumir, como diría Trump, lo que produce. En el debate del martes aseguró, además, que el campo es la principal fábrica del país y que de allí surge la riqueza. No es verdad, son visiones de los años 70: si queremos mejorar la calidad de vida de la gente, tenemos que beneficiarnos del comercio global, vendiendo lo que nos da ventajas y comprando lo que beneficie a los consumidores. El campo sin duda es importante, pero México vive hoy, fundamentalmente, de las manufacturas y de los servicios, incluyendo el turismo. Y eso está íntimamente ligado a la globalización (como el sector agropecuario exitoso en el país). Creo que a su hora, y eso ya está ocurriendo, Andrés Manuel también se topará con esa realidad. Y el mundial 2026 de América del Norte es una forma espléndida de comenzar a comprenderla.