06-07-2018 Un día como hoy, hace 30 años comenzó el proceso que estamos viviendo en la actualidad. En las elecciones de 1988, se enfrentaron Carlos Salinas de Gortari, Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel Clouthier, además de la candidatura casi testimonial pero muy representativa de Rosario Ibarra de Piedra. Era la primera disputa realmente tripartidista de la historia de México. Me tocó, como cronista, cubrir los tres cierres de campaña. Los tres, el de Salinas, el de Cárdenas y el de Clouthier, fueron sencillamente multitudinarios, en el Zócalo, con movilizaciones y multitudes que, diría Zague, eran impresionantes, sobre todo porque no se recordaba ni remotamente en el pasado algo similar.
El 6 de julio acabó como declaró el propio Salinas de Gortari, la etapa del partido prácticamente único. Y lo hizo a los trompicones. Imposible olvidar la “caída del sistema” protagonizada por el ahora senador del PT, Manuel Bartlett;la llegada de Cárdenas, Maquío y doña Rosario tomados del brazo a la secretaría de Gobernación; los alegatos de Diego Fernández de Cevallos y Jorge Alcocer en la Comisión Federal Electoral; el reconocimiento (que no siempre ha sido valorado en su justa medida) de la necesidad de cambiar que hizo Salinas de Gortari un día después de los comicios; la forma en que Cárdenas y Clouthier frenaron a los manifestantes que querían ir por algo más que la protesta callejera.
Cárdenas, en un acto de enorme responsabilidad canalizó esas fuerzas en la creación del PRD y en fijar una férrea oposición al gobierno de Salinas. El PAN estableció con el gobierno entrante una serie de compromisos que le dieron base a las reformas que se establecieron durante el salinismo, un periodo marcado, también por profundas transformaciones, impulsadas desde el propio gobierno. Nada de lo que ocurrió después, en los últimos 30 años, hubiera sido explicable sin ese 6 de julio, incluso los antagonismos políticos, la confrontación, entre dos modelos de desarrollo que han marcado todos estos años.
Ese seis de julio, uno de los principales operadores de Manuel Camacho, entonces el político más cercano de Salinas de Gortari, era un joven que desde tiempo atrás, desde los sismos de 1985, se había convertido en su mano derecha: Marcelo Ebrard. En aquellos años muy turbulentos, Marcelo se convirtió en una figura para algunos controvertida, pero sin duda imprescindible para Camacho. Tuvo uno de sus mayores logros en las elecciones intermedias de 1991. Luego de haber perdido en forma casi escandalosa la ciudad de México tres años atrás, Marcelo dirigiendo junto con Enrique Jackson el PRI del DF, ganó todo, tanto que siendo el primero en la lista plurinominal quedó fuera de la cámara de diputados.
Su estrella fue en ascenso junto con la de Manuel, hasta que el 28 de noviembre de 1993 la sucesión se decantó en favor de Luis Donaldo Colosio. La historia posterior ya la sabemos. Marcelo acompañó a Camacho en Chiapas y en los márgenes del sistema, en la creación del partido Centro Democrático, fue candidato al DF por el Verde pero declinó para apoyar en aquel intento, año 2000, a López Obrador y se convirtió, desde entonces, primero en la secretaría de seguridad pública y luego en desarrollo social, en una figura clave de su gobierno capitalino, el mismo que heredó en el 2006.
Marcelo fue un muy buen gobernante de la ciudad, tanto que cuando se tenía que decidir la candidatura presidencial del PRD en el 2011, se tuvo que realizar una encuesta entre él y López Obrador para decidir el aspirante. Quedaron empatados pero, para muchos, había ganado Marcelo. El jefe de gobierno declinó esa posibilidad y el candidato fue Andrés Manuel.
Vinieron años de ostracismo para Ebrard. El distanciamiento con su sucesor, Miguel Mancera, el tema dela Línea 12, lo llevaron a vivir fuera de México durante casi cinco años. Tenía, desde el gobierno de Salinas, magníficas relaciones internacionales, sobre todo en Francia y Estados Unidos. Las usó para fortalecer su posición, para apoyar a Hillary Clinton en su momento y para ampliar las corrientes de opinión en favor de Andrés Manuel. El trabajo de Ebrard y su gente y la relación que estableció López Obrador, vía Napoleón Gómez Urrutia, con el líder del partido laborista inglés, Jeremy Corbyn, le dieron a la candidatura del líder de Morena una proyección internacional que no había tenido, al contrario, en 2006 y 2012. En los comicios del domingo pasado, Ebrard se encargó de operar los estados del norte del país para Morena. López Obrador ganó todos los estados.
Ayer, López Obrador anunció que Ebrard será su próximo canciller. Es una decisión acertada con el político más completo que tiene en su equipo. Por cierto, esa decisión se complementó con otra que no es menos importante: la integración de Julio Scherer al área política del equipo de transición. Scherer es otro operador, amigo, confidente de López Obrador y mancuerna de años atrás con Marcelo. Serán, junto con Romo y Carlos Urzúa, y unos pocos más, como Olga Sánchez Cordero y Tatiana Clouthier, la columna vertebral del nuevo gobierno.
La salida de Hiram
Hiram Almeida, más allá de las vicisitudes políticas, fue un muy buen secretario de seguridad, un profesional de esos que cualquier administración quisiera tener a su lado.