22-08-2018 El triunfo de Morena el pasado primero de julio era parte de cualquier previsión seria sobre el proceso electoral. Lo que no entraba en los planes ni del propio López Obrador era la magnitud de esa victoria: el triunfo arrollador en la presidencia, en el congreso, en la mayoría de los estados en disputa. En Morena esperaban entre 43 y 45 por ciento de los votos y acercarse a la mayoría simple en las cámaras pero los resultados fueron mucho más allá con diferencias de más de 30 puntos en la presidencial; con holgada mayoría, cercana a la constitucional, en diputados y senadores; con la llegada de muchos diputados y presidentes municipales que no esperaban siquiera figurar en la contienda.
La desmesura del triunfo también genera costos y gobernar con una oposición tan debilitada es uno de ellos. Hoy, en los hechos, para López Obrador, oposición y oficialismo conviven dentro de Morena y de los partidos que lo acompañaron, el PES y PT, pero también en la creciente confluencia de otras fuerzas, desde Movimiento Ciudadano hasta el Verde.
Nunca desde fines de los 70 el poder se pareció en éste y en muchos otros sentidos tanto como al que ejercía el viejo PRI: un partido en el que las corrientes disimuladas tras las precandidaturas, oscilaban desde todos los extremos ideológicos, cobijadas todas, de una u otra forma, por el poder bonapartista del presidente. Es el modelo que tuvo también, en el poder y en la oposición, el peronismo en Argentina e incluso Lula en Brasil con el PT y sus aliados (un ejercicio que finalmente se rompió con duros desprendimientos a partir de los juicios de corrupción en Brasil como parece estar ocurriendo hoy en Argentina con el peronismo), y el que está ensayando, en sus primeros pasos hacia el poder, López Obrador. Hoy la derecha y la izquierda, buena parte de los conservadores y de los que se asumen progresistas están en el entorno de López Obrador, por lo menos en el terreno partidario, ante una oposición muy disminuida y golpeada, que se concentra en los tres partidos históricos: PRI, PAN y PRD, viviendo los tres momentos extremadamente difíciles.
El PRI es el que mayor disciplina ha mostrado en el proceso, pese a la magnitud de la derrota. Quizás porque parecen tener más claro lo que les sucedió, aunque no tengan la misma claridad para saber cómo salir adelante. Con un puñado de senadores y diputados, y con 12 gubernaturas bajo asedio, tendrán que tratar de organizarse como una oposición coherente frente a López Obrador. Lograron modificar su dirigencia, René Juárez quedó como coordinador en diputados, Miguel Osorio de los senadores, Claudia Ruiz Massieu será presidenta del partido hasta el 2019 y seguramente el saliente gobernador de Yucatán Rolando Zapata será secretario general. Están repitiendo el año 2000.
En el PAN nadie sabe hacia dónde dirigir el partido porque el dudoso mérito de la actual dirigencia es haber desdibujado completamente al partido. Debo insistir en un punto, crear un frente no era en sí mismo una mala idea, hacerlo como una estrategia para imponer candidaturas y repartir posiciones de poder era la peor que se les podía ocurrir. Hacer una campaña sin mayor definición que atacar a sus adversarios y sobre todo al gobierno federal, perdía sentido cuando no había mayor opositor que López Obrador. El grupo de Anaya rompió con todos y la reciente encuesta de Massive Caller preguntando a panistas sobre quien sería el mejor para la dirigencia lo demuestra: la mayoría prefiere a un histórico como Diego Fernández de Cevallos (que ya dijo que no participará), cerca de él a Rafael Moreno Valle y muy lejos, con apenas 20 por ciento, al anayista Marko Cortés. Quien piense en el PAN que con los que están es suficiente para remontar la derrota, que (como dice cada vez con mayor insensatez Ernesto Ruffo) no hace falta llamar a los que se fueron o expulsaron, que el calderonismo o Margarita ya no tienen peso en el partido es, simplemente,una tontería. Con un agravante: si las cosas en el TEPJF siguen su curso actual no es descabellado que el PES termine quedándose además de con su gubernatura, sus diputados y senadores, también con su registro y si es así, le disputará, desde el oficialismo, el centro derecha a lo que queda del PAN.
La opción del panismo es convertirse en lo que siempre pensó Gómez Morín, en un partido realmente liberal en lo político y social, de centro derecha y enfocado sobre todo en el bienestar de las clases medias para desde allí crecer a los otros sectores sociales. Hoy todo eso lo ha perdido o desdibujado.
Del PRD es difícil avizorar un futuro. De todos, es el que más necesita de una refundación. En su caso definiéndose como lo que siempre debió haber sido y nunca fue: un partido socialdemócrata, de una izquierda moderada que se diferencie por esa razón del nacionalismo revolucionario que termina siendo la señal de identidad principal en Morena. No sé si puedan hacerlo sin que la cercanía del sol lopezobradorista lo devore.
Y queda también otra opción, que este sistema partidario, que esta oposición, tal y como la conocemos ahora, estalle en mil pedazos y comencemos a ver algo nuevo, distinto, que intente por lo menos eclipsar al poderosísimo nuevo oficialismo.