24-09-2018 “Espero que se mantenga buena relación con el gobierno de Estados Unidos, dijo Andrés Manuel López Obrador en Hermosillo, Sonora,vamos a convencerlos de que el problema migratorio no se resuelve construyendo muros o con el uso de la fuerza“, contestó a las preguntas, reiteradas, sobre qué haría ante el muro que este fin de semana comenzó a tomar forma, en la frontera de El Paso con Ciudad Juárez, en Texas (aunque en realidad no se trata allí de un muro sino de una simple alambrada).
Insistió en que no va a enfrentarse con Trump por ese tema. “Vamos a convencerlos de que el problema migratorio no se resuelve construyendo muros o con el uso de la fuerza“, afirmó el presidente electo. Y tiene toda la razón, como la tenía el gobierno todavía en funciones cuando sostenía lo mismo sobre el mismo tema y personaje. La diferencia son las perspectivas de futuro y la legitimidad que da un voto muy amplio acompañado de una mayoría legislativa propia.
En realidad lo que está planteando López Obrador sobre la migración y la frontera es lo que han querido hacer, sin éxito, en los dos últimos sexenios y sobre todo en los dos últimos años con Trump: mover la estrategia de control de la frontera norte a la sur, frenar el flujo de migrantes, sobre todo centroamericanos, antes de que comiencen su travesía por México y lleguen a la frontera. Ese camino que siguen miles de hombres, mujeres y en muchas ocasiones niños sin acompañante, es peligroso, dispara la inseguridad y la violencia y termina siendo el corazón del conflicto migratorio con Estados Unidos.
Tiene razón López Obrador, aunque sea políticamente incorrecto decirlo: el muro no es el problema, si el gobierno de Trump quiere gastar miles de millones de dólares construyendo un muro es su problema aunque sea un grave error político y diplomático. Pelear por el muro (un tema que en realidad se debe pelear, como está ocurriendo, dentro de la agenda interna de la Unión Americana) resulta inútil sin una estrategia clara de este lado de la frontera.
Según lo que ha trascendido, el próximo canciller, Marcelo Ebrard está trabajando una estrategia con las naciones centroamericanas para atender el flujo migratorio proveniente de esos países y tratar de regularizarlo, pero para eso se requiere simultáneamente un programa de desarrollo y estabilización en toda esa región azotada por la pobreza, la violencia, el narcotráfico y también los malos gobiernos. México poco puede hace respecto a estos últimos, pero sí puede ayudar y mucho en los demás capítulos.
Y para poder comenzar a influir en esa región del mundo se debe empezar por casa. Es la base de la estrategia regional que se quiere implementar en Chiapas y en Oaxaca, a partir de zonas económicas especiales y de la construcción del corredor transístmico entre Salina Cruz y Coatzacoalcos, que se constituiría, además, en una suerte de frontera física en el sur del país.
El secreto de todo ello pasa por generar un verdadero desarrollo en esa zona del país que es, además, la principal expulsora de mano de obra hacia la Unión Americana. Se necesitan planes muy concretos, recursos, infraestructura (en forma prioritaria la llegada de los gasoductos, porque sin gas no se puede instalar en la zona ninguna gran empresa) y también, gobiernos locales eficientes junto con una administración federal realmente enfocada en esa estrategia.
Cuando los sismos en septiembre del año pasado, decíamos aquí, e insistíamos la semana pasada, en que se debía en Oaxaca, Chiapas y Guerrero, no sólo reconstruir sino implementar un suerte de Plan Marshall, de desarrollo regional, mucho más ambicioso que lo que se hizo. Esa oportunidad se perdió, pero está nuevamente presente con la próxima administración. Ni siquiera se tienen que hacer nuevos estudios porque los planes y programas ya existen, en ocasiones desde hace años, pero no se han implementado por diversas razones, sobre todo por falta de voluntad o de fuerza política y legislativa. Ahora López Obrador tiene fuerza política y su propio Congreso. Ahí está el secreto para ignorar y hacer cada día más inútil el muro de Trump.
Los porros buenos y los porros malos
Luego del ataque en la UNAM, van ya ocho porros imputados, dos detenidos, uno acusado de homicidio en grado de tentativa y una veintena de jóvenes expulsados de la Universidad. Así debe ser, ningún acto de violencia de esas características debe ser tolerado.
El jueves, un grupo de jóvenes estudiantes de Ayotzinapa, tomó casetas en las carreteras de Guerrero, robaron autobuses, se dirigieron al cuartel militar en Iguala, lo atacaron con bombas molotov, incendiaron la sucursal de Banejército y causaron innumerables destrozos. No es un hecho aislado como el de los porros de la UNAM: llevan secuestrados, sólo en lo que va del año, más de 200 trailers, todos ellos con sus mercancías saqueadas, otros incendiados. Pero allí no hay castigo alguno, sino una absoluta impunidad. Parece que el nivel de indignación es selectivo: hay porros buenos y porros malos, a unos se les exige, como debe ser, que cumplan con la ley y a los otros se les garantiza impunidad, independientemente del delito cometido.
Imposible Zepeda
Resulta increíble el reclamo de Damián Zepeda de que quitarlo de la coordinación de los senadores panistas sería “una falta de respeto”. Olvida, entre otras cosas, que llegó a esa posición porque se auto designó después de presidir el partido en su peor elección en décadas. Qué falta de respeto.