Culiacán, la penumbra y la mentira
Columna

Culiacán, la penumbra y la mentira

22-10-2019 El problema es la mentira. Decía el italiano Silvio Pellico que “cuando se comete error, no mientas para negarlo o atenuarlo. La mentira es una torpe debilidad. Acepta que te has equivocado; en ello hay magnanimidad“. El gran tema que gira en torno a lo sucedido en Culiacán es si se está mintiendo o no. Si hubo un error o una suma de mentiras. Lo que sí es seguro es que cinco días después de los hechos no hay una historia verosímil de lo ocurrido.

Es una falacia la disyuntiva de hacernos elegir entre una masacre o la fuga de un narcotraficante. La verdadera pregunta es porqué se tuvo que llegar a esa disyuntiva, qué ocurrió y quién tomó las decisiones. Las versiones oficiales son ineverosímiles: primero, desmentida desde el propio gabinete de seguridad un día después, fue la versión original de que en un patrullaje de rutina (con nada menos que 30 elementos militares) se encontraron algo así como de casualidad con Ovidio Guzmán López. 

Ya sabemos que la detención del hijo del Chapo Guzmán fue el fruto de un operativo hacia un objetivo de seguridad, de un hombre con pedido de extradición de Estados Unidos, cuya orden se quería cumplimentar. Sabemos también que la tesis de que tardó en llegar la orden de cateo no tiene sentido: Ovidio estuvo detenido por lo menos cuatro horas, se le hicieron todos los estudios antropomórficos para confirmar su identidad e incluso se le tomaron fotos que se distribuyeron a redes y medios. Según el New York Times, junto con él fue detenido, en una marisquería, su medio hermano Ivan Archivaldo Guzmán, que también habría sido liberado.

Es difícil de creer que un equipo de militares altamente entrenados hayan cometido en un operativo de estas características errores de improvisación. No estamos hablando de amateurs: son grupos que han detenido a muchos de los principales narcotraficantes del país, en muchos de los casos sin disparar un solo tiro.

Es desconcertante que éstos y muchos otros datos no hayan podido ser esclarecidos tantos días después. Para la gente lo peor no es el error, sino la mentira. Y la sensación es que se le está mintiendo. Pasa, como decíamos ayer, incluso con la llamada de Trump. Primero, el Presidente no puede estar incomunicado tantas horas: estuvo incomunicado durante por lo menos una hora, mientras volaba a Oaxaca en plena crisis de Cualiacán, cuando se estaba decidiendo el destino del hijo del Chapo y de muchas familias mexicanas. Estuvo incomunicado cuando lo llamó el presidente Trump el viernes con el que se enlazó hasta el sábado. Resulta insólito que un presidente no pueda participar de una tomade decisiones porque está en un vuelo comercial o que pase más de 24 horas sin comunicarse con el presidente de Estados Unidos cuando lo están buscando porque está visitando Putla y no hay celular, como si un teléfono satelital estuviera fuera del alcance de un mandatario. El problema no es tecnológico, es político.

Hay mucho problemas de diseño en la estrategia de seguridad, incluso en el ámbito legal y de toma dedecisiones. Primero, el presidente no puede ser el jefe operativo del gabinete de seguridadél es el Presidente. Debe haber mandos que, como en todas las democracias, deben ser los encargados de implementar las medidas que, le guste o no al presidente, se deben tomar por una razón de Estado, y no nos engañemos, para hacerse responsable de que se implemente esa razón de Estado es que se elige a un presidente. Un gobierno puede tener que tomar medidas muy duras, incluso de vida o muerte, pero debe haber espacios que implementen esas medidas, expertos alejados del sentimentalismo o la conveniencia política coyuntural de un mandatario.

Segundo, no se puede contraponer la fe a la legalidad. Como se ha dicho, no se elige un presidente para saber cuáles son sus convicciones humanistas o religiosas ante una crisis, sino para que haga cumplir la ley. El humanismo, la fe, la paz son sentimientos compartibles por todos, pero la aplicación del estado de derecho es una obligación legal (incluso cualquier juez estricto podría iniciar acción penal contra una autoridad que haya ordenado la liberación de un delincuente detenido sin que existiera una orden judicial que lo autorizara).

Un presidente, más allá de defender una acción, controvertida o no, lo que debe garantizar es la transparencia en el accionar gubernamental y el cumplimiento de la ley. En el caso Culiacán lo que tenemos es penunbra y falta de claridad.

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