La tragedia migratoria
Columna

La tragedia migratoria

Lo que está ocurriendo con la política migratoria es una tragedia, desde cualquier punto de vista que se quiera adoptar. Es una tragedia que Trump nos ponga como ejemplo de las políticas restrictivas que busca imponer y que asegure que estamos pagando el Muro a través de esas políticas. Es una tragedia que la nueva Guardia Nacional tenga que tener estacionados a más de 20 mil elementos en las fronteras en lugar de estar combatiendo la delincuencia. Es una tragedia que el Instituto Nacional de Migración decida prohibir la visita a los centros migratorios de asociaciones religiosas y de la sociedad civil que estaban autorizadas a ingresar en ellos y que sin dar razón de una decisión o de la contraorden, se decida en la mañanera que siempre sí pueden ingresar. Es una tragedia para la imagen internacional de México, que sentó buena parte de su prestigio en su tradición de asilo político y apoyo a los refugiados. Y es una tragedia porque muestra, como sucede con la forma en que se ha tratado a Porfirio Muñoz Ledo, el grado de intolerancia y poca sensatez que impulsa a la mayor parte del oficialismo, sea en el congreso, el gobierno o los medios.

Muchas veces hemos dicho en éste y en otros espacios que el endurecimiento de la política migratoria no debeinterpretarse sólo como una imposición del presidente Trump, sino como una exigencia de nuestra seguridad nacional. Había que remediar el gravísimo error de origen, el paciente cero de esta crisis, que fue la decisión de una política de puertas abiertas a los migrantes que desearan entrar al país. Se abrieron puertas, se dio apoyo, logística y hasta recursos para que pudieran llegar los migrantes de muchos países del mundo a nuestra frontera norte donde se toparon con la cerrazón migratoria de la Unión Americana.

Cuando Trump amenazó con los aranceles, nuestras fuerzas de seguridad, sobre todo la Defensa Nacional,estaban ya en alerta ante la creciente ola migratoria que violaba cualquier norma de seguridad. Revertir la políticaque se aplicó en los primeros meses de esta administración era una exigencia interna, insistimos, de seguridad nacional. Ningún país del mundo tiene fronteras abiertas, donde se puede ingresar sin siquiera identificarse.

Pero el mal estaba hecho y para contener esas oleadas migratorias había que imponer orden y para colmo hacerlo supervisados y exhibidos por la Casa Blanca. La idea nunca ha sido cerrar México a la migración, pero sí ordenarla: que todos quienes ingresen estén identificados y se sepa su origen y destino. Desgraciadamente la frontera sur es de una porosidad alarmante y eso ha ido de la mano con un acuerdo que en los hechos nos convierte en un tercer país seguro, en los que Estados Unidos deja en México a todos los solicitantes de refugio mientras decide a quién deja entrar o no. Y no entra casi nadie: de más de 84 mil extranjeros que han solicitado asilo a la Unión Americana desde territorio mexicano, sólo se ha aceptado a once, y esos once casos están bajo revisión.

Mientras tanto, no siempre impulsadas por la desesperación o el interés humanitario, siguen llegando caravanas y cada una se torna más violenta que la anterior. Entre hoy y mañana se espera la que llaman la caravana del diablo. Las imágenes de Guardias Nacionales persiguiendo a quienes intentan ingresar ilegalmente al país se repetirán hasta el hartazgo. Con un agravante: una vez más se deja sola y expuesta a las instituciones como la Guardia Nacional o el Ejército en acciones que en realidad son decididas por las autoridades civiles, que no aparecen o cuando lo hacen profundizan la desconfianza y el enojo, como el INM o la CNDH.

En nada ayuda que en su soberbia y forma de entender las relaciones entre los países, que Donald Trump se vanaglorie de que México se haya convertido en el muro que prometió construir en la frontera, que asegure que México es el que paga por él (lo que de alguna forma es cierto) o que diga que estamos haciendo una labor maravillosa en ese sentido. Y que no tengamos respuesta alguna ante ello. La dureza que las autoridades utilizan contra cualquiera de sus críticos desaparece como por arte de magia cuando se trata de Trump. No tiene porqué pelearse el presidente, pero ¿nadie puede en el oficialismo criticar las declaraciones de Trump?. Ni sus redes sociales utilizan para criticarlo.

No logro entender porqué no se puede establecer una política ordenada, coherente y sensata en nuestras fronteras, que muestre que más allá de Trump, la seguridad migratoria es parte de una exigencia y una responsabilidad nacional, respetuosa de la ley y del derecho. Quizás porque para eso se requiere, además de una estrategia y una visión global, dar la cara y también poner distancia, aunque sea declarativa, con los dichos del inquilino de la Casa Blanca.

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