La pandemia no es una guerra
Columna

La pandemia no es una guerra

08-05-2020 Un día como hoy, pero de hace 75 años, la Alemania nazi se rendía formalmente ante los aliados. Hacía una semana que el ejército rojo, soviético, había tomado Berlín. Jared Diamond en su libro Crisis (una lectura imprescindible en estos tiempos de emergencia sanitaria, de seguridad, económica) cuenta que, al momento de la rendición, “Hitler, Goebbels, Himmler y Bormann, dirigentes nazis, se habían suicidado o estaban a punto de hacerlo. Los ejércitos alemanes, tras haber conquistado la mayor parte de Europa, habían sido obligados a retroceder y fueron finalmente derrotados. Aproximadamente siete millones de alemanes habían perdido la vida, contando a los soldados caídos en combate, a los civiles muertos a causa de los bombardeos y a los refugiados civiles muertos durante su huida, en concreto, a manos de los ejércitos soviéticos que avanzaban desde el este, como represalia por las atrocidades que los soldados alemanes habían cometido con los civiles de sus respectivos países. Diez millones de alemanes supervivientes habían quedado traumatizados por los duros bombardeos. Prácticamente todas las grandes ciudades alemanas habían quedado reducidas a escombros por los bombardeos y los combates. Entre un cuarto y la mitad de las viviendas de Alemania quedaron destruidas. Alemania había perdido una cuarta parte de su territorio, que había pasado a pertenecer a Polonia y la Unión Soviética.”

Lo que restaba del país había quedado dividido en cuatro partes, con diez millones de alemanes refugiados y sin hogar. Millones de familias no encontraban a sus hijos, esposos, padres, desaparecidos. La economía literalmente se había desplomado, las fábricas y caminos habían sido destruidos. El país, vencido, venía de doce años de gobiernos nazis y había sido demolido por dentro, moral y militarmente.

            El mundo, salvo en buena medida Estados Unidos y el continente americano que no había sufrido en carne propia los estragos de la guerra, estaba destruido. Gran Bretaña tardó décadas en recuperarse. La Unión Soviética perdió 20 millones de habitantes, y toda la zona que había sido ocupada por los soviéticos se había convertido, en la huida de éstos, en tierra arrasada. Polonia, Francia, Italia, el resto de Europa habían sido asolados. Como casi toda Asia: Japón, ya derrotado pero aún combatiendo, había visto cómo eran destruidas la mayoría de sus ciudades, y unos meses después, con las bombas de Hiroshima y Nagasaki no sólo firmaría su rendición sino que sufriría los terribles estragos de un ataque nuclear.

            Cuando se dice que lo que estamos viviendo con la pandemia de Covid 19 es una guerra, se olvida los costos que implica una verdadera guerra, el grado destrucción que genera, el número de víctimas que no es ni siquiera equiparable, la ruptura de instituciones, de estructuras sociales y familiares, de la infraestrucutra productiva, comercial y económica.

Nada de eso estamos viviendo con el coronavirus. Claro que es una amenaza grave y que hay miles de víctimas por la enfermedad, pero pese a la caída de la economía de consumo, a la quiebra de muchas empresas, al desempleo (33 millones de personas han solicitado el seguro de desempleo en Estados Unidos), la estructura económica y productiva de los países está intacta, el sistema financiero, golpeado y todo, sigue estando capitalizado: no hemos visto la quiebra de ningún gran grupo financiero. Hay sectores que están ante un desastre indudable: las líneas aéreas y la industria turística, por ejemplo, pero son sectores que pueden ser rescatados y revitalizados con cierta rapidez. El futuro de la pandemia depende de muchas cosas, pero sobre todo del descubrimiento de una cura y una vacuna, ambas en procesos ya muy avanzados y exhibiendo una inédita colaboración entre distintos países.

            No es una guerra, es para muchos una tragedia, pero las guerras van mucho más allá, son otra cosa, implican otro grado de destrucción social, personal, económica, nacional, se pierda o se gane el conflicto. En la crisis sanitaria hay carencias notables que se han puesto de manifiesto: el mundo no estaba preparado para la pandemia (como en 1914 o 1939 no estaba preparado para la guerra), el miedo atenaza muchos esfuerzos nacionales y no existe una potencia, como ocurrió con Estados Unidos después de la guerra, que tenga los recursos suficientes como para ser la locomotora de la reconstrucción. Se imponen los nacionalismos y los Estados Unidos de Trump han renunciado a ese papel.

En México no sufrimos la segunda guerra, incluso nos benefició porque se tomaron medidas correctas en lo interno y externo. Hoy estamos en un vacío donde no protegemos nuestra industria, nuestro sistema financiero, nuestros empleos. La pandemia no es una guerra pero, por nuestras propias omisiones, nos puede hacer mucho más daño que aquella concluida hace hoy 75 años.

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