Culiacanazo: empoderamiento y debilidad
Columna

Culiacanazo: empoderamiento y debilidad

18.10.2022 

Estaban siguiendo a Ovidio Guzmán López desde hacia casi un mes. Ovidio, uno de los hijos del Chapo, controlaba laboratorios para procesar fentanilo en Culiacán, varios de los cuales habían sido descubierto semanas atrás, fentanilo que era enviado a Estados Unidos y que ha causado miles de muertes en ese país. 

Lo cierto es que el jueves 17 de octubre del 2019 en la mañana una unidad militar especializada, que había detenido decenas de narcotraficantes importantes en los últimos años, en la mayoría de los casos sin disparar un solo tiro, tenía ubicado a Ovidio: iría a comer a una de sus casas, donde vivía su esposa con sus tres hijas. Ovidio pensaba que no tenía orden de aprehensión. No sabía que ya había una orden de extradición, e incluso que estaba en camino, ese mismo día, hacia Culiacán, personal de Interpol para cumplimentarla una vez que fuera detenido.

Participaba de la operación el comando militar, más un equipo de la unidad antinarcóticos de la Policía Federal (ya en vías de convertirse en Guardia Nacional), que debían realizar legalmente la detención y había un contacto directo con la Fiscalía General para que el MP le pidiera a un juez, en cuanto se localizara con seguridad a Ovidio, la orden de cateo para detenerlo. Muy poco antes de comenzar el operativo se pidió apoyo a la zona militar de Culiacán, y se desplegaron más de cien elementos para realizar un círculo de seguridad en torno a la zona de Tres Ríos donde vivía OvidioEsos grupos no sabían cuál era el objetivo del operativo que se estaba montando

Cerca de las dos de la tarde llegó Ovidio a su casa. Inmediatamente después, el comando rodeó la vivienda y le pidió a Ovidio que se entregara, mientras esperaba la orden judicial: en el mejor de los casos tardaría media hora, nunca más de tres horas. Las fotos que se difundieron de ese operativo se le tomaron a Ovidio en el garaje de la casa, cuando trató de negociar su detención. Se comunicó con su gente, y lo que pidió fue un abogado.

Lo que sucedió después no estaba previsto porque nunca había sucedido. Comenzaron las llamadas y dudas en la ciudad de México y no se podía trasladar a Ovidio. Unos 20 minutos después de que se rodeara con fuerzas de seguridad federal la casa de Ovidio, comenzaron las agresiones no desde dentro de la casa sino desde afuera hacia la casa, contra el círculo de seguridad implementado en torno de la misma, la que comenzó a ser repelida por los elementos militares. El problema es que de esa forma se ponía en peligro incluso a la propia familia de Ovidio, a un nivel tal que los soldados le entregaron a su esposa, a su suegra y a sus niños chalecos antibalas. 

Según las versiones fidedignas a las que hemos tenido acceso, ese comando podía mantener el control de la vivienda si eso era necesario, pero al mismo tiempo que el comando era atacado, comenzaron otros ataques en laciudad, y también comenzaron a trasladarsehacia Culiacán sicarios de otras ciudades y estados (sobre todo Durango), al mismo tiempo que se ofrecía entre 20 y 40 mil pesos a cualquiera que participara en los bloqueos.

El problema se agudizó cuando un convoy del ejército que estaba a 200 kilómetros de Culiacán, en El Fuerte, fue retenido por un grupo de sicarios y cuando se secuestró una pipa con combustible y se amenazó con hacerla estallar dentro del multifamiliar donde viven familias de militares, mismo que fue balaceado por los agresores.

No hubo improvisación en el operativo. Sí se tenía previsto, había sucedido en otros operativos similares, reacciones y bloqueos, por supuesto también enfrentamientos, pero nunca había ocurrido que esos ataques se dirigieran contra la población civil incluso a muchos kilómetros del lugar de los hechos. Tampoco que las autoridades civiles fueran atenazadas por las dudas.

Cuatro horas después de iniciado el operativo, el comando militar recibió la orden de retirarse. Sí se hubiera podido establecer un cordón que protegiera el trayecto hacia el aeropuerto, pero existía la convicción de que en el camino habría combates y que, además, los sicarios sacrificarían a los rehenes que habían tomado en Culiacán y en otras localidades. Cerca de las seis de la tarde el operativo en sí había concluido y había iniciado la retirada.

Culiacán seguía en llamas, Ovidio quedó libre y unos 50 reos se fugaron de la cárcel. Un soldado murió, nueve quedaron heridos, uno de gravedad, los sicarios tuvieron numerosas bajas, pero se llevaron a la mayoría de sus muertos y heridos. La orden de cateo nunca llegó. Según lo ha declarado él mismo, la orden de la retirada dejando libre a Ovidio la dio el propio presidente López Obrador.

El culiacanazo implicó un antes y un después en la lucha contra el narcotráfico en México. Nunca antes se había dado un levantamiento de esa intensidad para evitar una detención. pero, sobre todo, nunca antes se había claudicado de tal forma ante la presión de los criminales.

En términos de seguridad y de lucha contra el narcotráfico, el culiacanazo es algo así como el Ayotzinapade la administración López Obrador. Nunca antes el Estado se había mostrado tan débil ante los criminales al grado de dejar en libertad a un detenido para que no hubiera enfrentamientos. El culiacanazo fue la mejor demostración de que el crimen organizado ya no dudaba en desafiar al Estado y que éste tampoco dudaba en dar marcha atrás ante las presiones. Los costos de esa debilidad gubernamental y de ese empoderamiento criminal los seguiremos pagando durante años.

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