Si el conteo de votos lo permite, hoy se definirá la candidatura de Morena, pero también, en mucho, el futuro de ese instituto político y de la marcha del país.
Si no hay sorpresas, y puede haberlas, Claudia Sheinbaum será la candidata de Morena a la presidencia de la república con fuertes posibilidades de quedarse dentro de nueve meses con la presidencia de la república.
Pero faltan nueve meses, todo un mundo de tiempo, y en ese camino pueden pasar muchas cosas. En primer lugar, hay que ver cómo termina Morena su proceso interno de selección. No sólo influye en ello la posibilidad o no de una ruptura sino también la imagen que quede en el partido y en la gente del propio proceso de selección, qué tan aseado resulte, que tanta disconformidad exista, ver si todos los aspirantes aceptan los resultados.
Antes en el PRD y ahora como Morena, algunas de la peores experiencias en esos partidos (uno prácticamente continuidad del otro) han devenido de sus proceso internos de selección: rupturas, elecciones anuladas, conflictos trasladados a lo público, demandas que se prolongan en el tiempo. Todo eso está hoy, al momento de escribir estas líneas, latente. Habrá que esperar a ver qué sucede.
Inmediatamente después se abre un espacio de tiempo político muy complicado de casi tres meses en que esos candidatos legalmente no son nada: es el espacio idóneo para las intrigas, las rupturas, las negociaciones por debajo de la mesa. Y en Morena ese espacio de tiempo será especialmente riesgoso.
En ese periodo se tiene que dar otro proceso que replicará, ampliado, el conflicto de sucesión presidencial: las designaciones de candidatos a gobernador, que tiene sus propios componentes locales. Incluso una resolución que podría parecer menor como la distribución por género de esas candidaturas, nueve, que tendrán que distribuirse cuatro para un género y cinco para el otro, puede alterar el proceso. El INE decidirá esa distribución pero los partidos o alianzas tendrán que establecer cómo y con quiénes lo aplican.
En medio de todo eso, las presiones y la intervención de muchos factores de poder se acrecentará. La enorme mayoría de las democracias tienen procesos electorales cortos (Estados Unidos en todo esto es siempre una caso aparte) para evitar el desgaste que largos meses de campaña producen, además de los gastos enormes que ellas implican, pero también para impedir intervenciones externas, incluso intentos desestabilizadores. En una campaña que, en lo hechos, durará nueve meses imaginémonos la cantidad de intentos de intervención de cualquier tipo que se pueden dar, incluyendo la contaminación con fake news del electorado en favor de una u otra candidata.
Ese largo proceso generará inquietud, inevitable, en los mercados sobre todo porque existen fuertes controversias legales en curso en temas tan delicados como la agricultura, la energía, el mercado laboral.
Y finalmente están los grupos criminales. La inseguridad es la norma, incluso Morena tuvo que reconocer que no pudo levantar su encuesta en algunos puntos del país porque literalmente no pudieron entrar. Y estamos hablando de una encuesta muy acotada.
Quienes creen que el crimen organizado no vota o no interviene en política, no entiende que el crimen organizado es un factor de poder que actúa e interviene de la misma forma que lo hacen los empresarios, los sindicatos, las iglesias. La diferencia es que estos personajes actúan e intervienen simplemente con base en la violencia y el desconocimiento del estado de derecho. Cuando más débil es el Estado, o lo debilitan, más se fortalecen.
Y hoy están increíblemente empoderados y querrán exhibir ese poder también en el ámbito electoral. Ya lo vimos con muchas claridad en el proceso electoral del 2021 y eso será un juego de niños comparada con la elección del 2024, la más grande de la historia con, literalmente, miles de cargos de elección popular en disputa, en unos comicios altamente polarizados entre dos proyectos diferentes de nación. La tentación de intervenir será casi irresistible.
Y, además, tendremos un presidente intervencionista, que ni remotamente se hará a un lado, entregue o no el fin de semana el “bastón de mando”. Me encantaría ver un presidente que diera un paso atrás, que no interviniera, que dejara que fuera su candidata/o, quien defendiera sus posiciones y la continuidad de su proyecto y que no atacara de todas las formas posibles a sus adversarios, sean políticos, comunicadores, empresarios.
Pero eso no sucederá, incluso no sólo la agenda legislativa que se presentó para este periodo es de alto contenido electoral sino que se están haciendo planes para las leyes que se quieren aprobar en los largos meses de tránsito entre las elecciones, 4 de junio y la toma de posesión del próximo mandatario, el 1 de octubre.
Mientras tanto, Estados Unidos estará en campaña electoral, una campaña en la que ya vimos que para muchos de esos actores seremos algo así como una piñata en temas migratorios y de seguridad. Pero también durante ese periodo estarán decidiéndose los paneles sobre energía, agricultura, temas laborales en el TMEC, que recordemos que en 2025 tendrá que entrar en proceso de revisión.
Tendremos candidatos pero de aquí al primero de octubre del año próximo todo será muy largo y nada, absolutamente nada, será fácil para nadie.