Hoy Acapulco es una tierra de nadie, salvo la presencia limitada del ejército, la guardia nacional y la marina, la Cruz Roja o la labor de la CFE, en los intentos complejísimos de recuperar la energía eléctrica, lo que no ha evitado todo tipo de saqueos (de gente desesperada y también de oportunistas y criminales), un desorden casi absoluto, una ciudad donde apenas se puede transitar por las calles y las comunicaciones son esporádicas y en algunas zonas inexistentes.
No hay parangón de ninguna otra ciudad del país que haya sufrido un huracán o un sismo que haya sufrido tamaña destrucción. Pero, además,Acapulco vive del turismo y sobre todo del turismo familiar, el 80 por ciento del flujo turístico que llega al puerto es a viviendas familiares, casas, departamentos, mucho más que a hoteles. Cuando algunos huracanes pegaron con dureza en Cancún, por ejemplo, los daños fueron enormes, pero eran en hoteles: las empresas hoteleras, con apoyos, seguros, recursos, rápidamente pudieron reparar estructuras y poner Cancún otra vez en servicio.
En Acapulco no será así: la enorme cantidad de propietarios de los departamentos que no viven allí, que los tienen como segunda vivienda, quién sabe si tendrán recursos para reconstruirlas. No sólo eso, si todos los condóminos no participan en la reconstrucción de los departamentos y sus áreas comunes, las obras no empezarán (porque nadie invierte en reconstruir algo cuando el resto del edificio no lo hace y muchas de estas reconstrucciones tendrán que ser integrales) y los edificios no serán habitables.
Y esa es una situación que se reproduce en todo el puerto. Pero si no comienza esa reconstrucción ya, un millón de habitantes que viven, literalmente, de ese turismo familiar y sus servicios, no tendrán trabajo, y sus propiedades en las zonas populares también están destrozadas. Existe el riesgo de que los departamentos y casas dañadas que no se comiencen a reconstruir rápido terminen siendo ocupadas por pobladores que viven en las zonas populares devastadas, porque ellos tampoco tienen salida, con las enormes consecuencias que ello tendría, sobre todo en un estado donde la presencia del crimen organizado es enorme. Ellos terminarían siendo los dueños de un puerto depauperado y acabado para el turismo.
Ese sería el fin de Acapulco. Es un círculo vicioso que sólo puede transformarse en virtuoso con una visión de largo plazo. ¿Qué exige la situación?. Primero, garantizar la seguridad. La presencia de las fuerzas de seguridad debe ser masiva, los saqueos (que se han dado en tiendas grandes, medianas y pequeñas, pero también en viviendas y edificios) deben ser contenidos, la seguridad garantizada, y no hablamos sólo de la zona turística sino también de las populares.
Se debe implementar un plan de reconstrucción inmediato que debe pasar por varias etapas: primero, la limpieza. Debe haber una campaña masiva de empleo temporal para que la gente tenga ingresos y trabaje en la limpieza de la zona. Segundo, se debe ver la situación de hoteles y empresas pero sobre todo desde Hacienda se debe establecer un programa de reconstrucción financiando mediante créditos blandos (destinados exclusivamente a la reconstrucción o remodelación) para los propietarios de condominios y departamentos. Será la única forma de que quienes tienen una segunda vivienda inviertan en la reconstrucción de inmediato. Y reconstruyendo de inmediato la gente recupera trabajos temporales y definitivos, porque el objetivo es que Acapulco vuelva a la actividad, y su única actividad significativa es el turismo: si éste no regresa no habrá nada que hacer.
Se debe establecer, además, un programa de largo plazo, que el Estado mexicano está en condiciones de realizar: se debería reconstruir Acapulco desde otras bases. Parte importante de la crisis que vive el puerto, su depauperización, se debe a que creció sin ninguna planificación urbana y a pocos metros de zonas turísticas crecen viviendas sin planificación ni servicios, apiñadas en cerros que se desgajan en cada tormenta. Hay que aprovechar la tragedia para planificar Acapulco, no sólo la zona turística sino también la habitacional, redistribuyendo la población y ofreciéndole viviendas dignas y servicios, como ocurre en otros desarrollos turísticos del país.
La tentación, sobre todo de esta administración, será ir repartiendo dinero entre los habitantes para que ellos reconstruyan como puedan. Eso no servirá para nada, al contrario, hará la situación más difícil, fortalecerá a los innumerables caciques y delincuentes que conviven en esas zonas, que concentrarán la ayuda y la entregarán por goteo y a su conveniencia.
Debe establecerse un programa de reconstrucción completa (que paradójicamente la magnitud de la destrucción permite) y de largo plazo con inicio inmediato y siguiendo las pautas que puso, por ejemplo, Fonatur en el pasado para distintos desarrollos turísticos, aprovechando a su vez lo que ya existe en Acapulco.
Eso implica destinar muchos recursos. Especialistas consultados hacen girar la cifra en unos 20 mil millones de dólares. Es muchísimo dinero, pero es menos que lo gastado en Dos Bocas o el Tren Maya y sería no sólo de más rápida recuperación, sino que además permitiría saldar la deuda de una situación social y de seguridad gravísima. Y establecería modelos para el futuro.
Podría ser el gran proyecto del último año de este gobierno, pero, sobre todo, de quien llegue a Palacio Nacional durante el próximo sexenio, porque esto llevará varios años. Es lo que deberíamos esperar de Estado moderno, inteligente y eficiente.