Niños migrantes y trata: ojos en el cielo
Columna

Niños migrantes y trata: ojos en el cielo

Permítame comenzar con una historia muy personal. Ayer hubiera cumplido 126 años mi abuela Ada. Usaba su apellido de casada, Menéndez, pero había nacido como Castipopulo, en un pueblo perdido en las laderas del volcán Etna, en Sicilia, en unos años donde la pobreza y la violencia se habían ensañado, una vez más, con la hermosa isla del Mediterráneo. Cuando mi abuela Ada tenía 13 años, su madre (sola, no se le conocía pareja) con enormes esfuerzos le consiguió a mi abuela un boleto en barco de ida a Buenos Aires, y a su hermano, que era uno o dos años mayor, otro pasaje a Nueva York, para que huyeran de la pobreza y no regresaran a Sicilia. Usted se preguntará porqué no se envió a los dos hermanos juntos: por una sencilla razón, nadie podía prever, decía mi abuela, cuál iba a ser su futuro. Buenos Aires y Nueva York eran los dos destinos preferidos de los italianos, quizás los únicos viables entonces porque tenían economías boyantes con sed de migrantes y trabajadores.

Mi abuela nunca volvió a tener contacto con su familia. Navegó durante tres semanas, sola, en la cubierta inferior de un barco repleto de migrantes tan pobres como ella y llegó a Buenos Aires sin hablar español y sin saber siquiera a qué lugar del mundo arribaba. Como referencia llevaba un papel y una carta para una familia que había migrado unos años antes del mismo pueblo siciliano a Buenos Aires. En esa época cada barco que llegaba a la capital argentina desde Nápoles o Sicilia, era esperado en los muelles por personas que tenían la esperanza de que reconocer algún familiar o amigo. Así, mi abuela logró encontrar a alguien que conocía a esa familia cuyo nombre traía en un papel y allí la recibieron. 

Lo demás es historia, Ada trabajó desde el mismo día en que llegó, logró estudiar un poco, aprender español, se casó con otro inmigrante, español, de Vigo, enviudó muy joven y formó una familia. Fui su nieto mayor y cuando tenía 19 años yo también me convertí en un migrante. En mi caso tuvo la enorme suerte de llegar a México hace 45 años y construir aquí, como lo había hecho mi abuela en Argentina, mi vida. Pero esa es otra historia.

Todo este largo relato personal viene a cuento porque ayer estuve en la presentación de un programa que se llama Ojos en el cielo, en el que participan numerosas asociaciones civiles, entre ellas Fundación Azteca, la aerolínea Volaris y la cadena de hoteles Presidente, y al que ojalá se incorporen muchos más. La base de trabajo es sencilla: establecer protocolos reales para frenar en lo posible el tráfico de niños, niñas, jóvenes que son utilizados en trata de personas, con fines de prostitución y abuso. Son decenas de miles los niños y niñas que terminan viajando solos, migrando, como hace más de un siglo lo hizo mi abuela en un mundo muy diferente al de hoy, sin saber cuál es su destino y buscando huir de la pobreza, la represión, la violencia. Y en el mundo actual, muchas veces ese tránsito termina con niñitas, jovencitos, capturados por grupos del crimen organizado dedicados al tráfico de personas y al comercio sexual.

Ese tráfico, ese comercio, muchas veces se realiza utilizando líneas aéreas y hoteles, sobre todo en zonas turísticas. Es clave que a las organizaciones que se ocupan de combatir la trata se hayan unido aerolíneas y hoteles porque con protocolos muy específicos, que en este caso ya están en marcha, se pueden descubrir casos de menores que están en situación de trata o explotación sexual para resguardarlos, protegerlos y si es necesario y posible repatriarlos (van unos 134 casos que se han descubierto de esta forma). Se requiere para ello también la participación de las autoridades locales y federales para atacar un fenómeno cada día más extendido, más grave y desgraciadamente más impune.

¿Se imagina el destino que hubiera tenido una niña como mi abuela en el mundo de hoy, en las migraciones movidas por la misma necesidad pero explotada por los grupos criminales?. Es muy fácil condenar a los padres que envían solos a sus hijos a un destino incierto. Lo que sucede es que muchas veces, en sus lugares de origen, el peor de los destinos ya está escrito. Ojos en el Cielo es una pequeña contribución para luchar contra la trata de niños y niñas, pero es invaluable cuando tanto falta por hacer.

Carlos Rojas

Fue el creador, durante el sexenio de Carlos Salinas, de Solidaridad, el primero y creo que el más exitoso programa social con sentido comunitario que hemos tenido en México. Carlos Rojas fue un hombre clave del salinismo, pero fue mucho más, era un funcionario serio, responsable, honesto. Su vida política, como muchas otras, fue sesgada por el asesinato de Luis Donaldo Colosio. Con Zedillo se quedó unos meses como secretario de SEDESOL pero sus visiones eran antagónicas en términos de política social. 

Muchos se han preguntado, es un ejercicio inútil y fascinante, qué hubiera sucedido si Colosio, como todo parecía indicarlo, después de su destape en noviembre del 1993, hubiera designado a Carlos Rojas como su coordinador de campaña en lugar de Ernesto Zedillo. Muchos colaboradores cercanos de Colosio dicen que la campaña hubiera sido diferente y si de todas formas hubiera sobrevenido la tragedia, hubiera sido Carlos Rojas el sucesor. Lo cierto es que Zedillo fue el candidato y ese fue también el fin del salinismo y del programa de Solidaridad.

Sirva para recordar a Carlos Rojas, uno de esos hombres que honraban el servicio público. Ayer falleció muy prematuramente.

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