La FGR resucita a Chapa Bezanilla
Columna

La FGR resucita a Chapa Bezanilla

Y ahora resulta, tres décadas después, que la Fiscalía General de la República va a resucitar las tesis de Pablo Chapa Bezanilla del segundo tirador en el caso Colosio, y vuelve a poner en ese responsabilidad a la misma persona que hace 30 años el tristemente célebre fiscal especial del caso, quiso inculpar sin poder exhibir sin una sola prueba: Jorge Antonio Sánchez, un agente del entonces Cisen, que estaba cubriendo, como ocurría entonces y sigue ocurriendo hoy, aquel acto de Luis Donaldo Colosio en Lomas Taurinas.

Al mismo tiempo que un juez le ordenaba a la FGR que suspendiera el intento de reapertura del caso, la Fiscalía dice que tiene el segundo tirador, que resultó que no era otro que el mismo que en su momento investigó Chapa Bezanilla sin éxito. No solamente eso, el propio asesino confeso, Mario Aburto ha reconocido y está demostrado pericialmente que fue él quien realizó los dos disparos. Sánchez fue acusado por Chapa por un lejano parecido con Aburto y nada más, todo lo otro de lo que ahora habla la FGR fue un invento de Chapa Bezanilla, el hombre que mayor daño hizo a la credibilidad de la justicia en las últimas décadas. 

La muerte del entonces candidato priísta fue un trauma político para la sociedad porque, sencillamente, se sabía que ya no había vuelta atrás, que se había cerrado toda una etapa de la vida política nacional, que se había perdido la inocencia. Puede o no haber habido un complot para asesinar a Colosio, pero no hubo un segundo tirador. Evidentemente, la tesis de la acción concertada de la operación conjunta de varios individuos esa tarde de miércoles en Lomas Taurinas, se quedó sin asidero y Mario Aburto se comprobó que era el verdadero asesino material. 

Puede haber habido una conjura de otro tipo, es difícil pero no imposible, pero Chapa Bezanilla vendió un complot que no pudo (y la pregunta es si alguna vez habrá querido) demostrar, basó su argumentación en objetivos políticos predeterminados, engaño, fabricó pruebas hasta que la investigación de ese asesinato terminó siendo un despropósito. Pero, sobre todo, alejó la posibilidad de una investigación seria sobre el crimen y sobre el propio Aburto, sus relaciones y motivaciones, sobre su entorno de éste y sobre la hipótesis de la participación de la narcopolítica en el atentado. 

Aburto sigue siendo un enigma, mucho más que un Lee Harvey Oswald (el asesino de John F. Kennedy), su personalidad es similar a la de Shirham B. Shirham, el oscuro asesino de Robert Kennedy que, nunca ha dicho una palabra sobre qué o quiénes lo llevaron a cometer el asesinato del candidato demócrata en California, en 1968, en una investigación que adoleció, en buena medida, de los mismos, errores, omisiones y desviaciones voluntarias que la del asesinato de Colosio.

Nadie ganó, por lo menos en el terreno de la política pública, con su muerte. Ernersto Zedillo, su sucesor, llegó a la candidatura y a la Presidencia de una forma traumática, con la sombra que sólo puede proporcionar una víctima. Zedillo seguramente, esperaba y deseaba llegar al poder en otros momentos y en otras condiciones. Debió asumir una responsabilidad para la cual, por inédita y traumática, en aquellos momentos nadie estaba preparado.

Para los adversarios internos de Colosio, su muerte terminó siendo un golpe demoledor. Manuel Camacho, en aquellos meses el principal de ellos, nunca pudo desmarcarse del señalamiento sobre la contracampaña que hizo a la de Colosio. En lo personal, no me caben dudas de que Camacho no tuvo nada que ver con ese asesinato: era un político lo suficientemente inteligente como para saber, por encima de todas las cosas, el costo que ese hecho tendría para su carrera política. 

La imaginería popular, alimentada desde el poder en su momento y ahora, ha señalado como responsable de ese asesinato al expresidente Salinas. En realidad, Salinas sea cual fuere el juicio que se tenga de su labor, fue, sobre todo, una víctima del propio atentado. Nadie podría negar que sin esa tarde de Lomas Taurinas, su destino personal y político sería radicalmente distinto de lo que ha sido. Todo el proceso de sucesión, después de ese 23 de marzo de 1994, se le fue de las manos. 

El asesinato se devoró a muchos otros personajes: salvo excepciones, como Liébano Saénz, el resto del equipo de Colosio nunca se pudo recuperar de la pérdida de su jefe o tardaron años, como Alfonso Durazo, en hacerlo. La elección del 94 fue un fantasma difícil de cargar.

Ahora la FGR quiere resposnabilizar nada menso que a Genaro García Luna de encubrir el crimen, algo absurdo porque en esa fechas era un funcionario de bajo nivel en el Cisen y en la seguridad del estado. Es evidente que el intento de  reapertura del caso tiene un interés electoral.

Treinta años han pasado y los daños son demasiados como para volver a abrir ese drama político. Y quizás, lo que más duele, es no sólo que el caso quedará, por lo menos en el imaginario colectivo, irremediablemente sin resolución, sino que aún hoy se intente utilizarlo para fines partidarios, sin comprender que, con ello, una vez más, todos pierden.

 Tiene razón Luis Donaldo Colosio Riojas: den por terminada esta historia, denle carpetazo, permitan que su padre, Luis Donaldo, finalmente descanse en paz y que su familia pueda terminar de pasar esta página tan cruel de nuestra historia reciente. Reabir la investigación rescatando nada menos que las tesis de Chapa Bezanilla es un insulto a la justicia.

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