Un aprendiz de brujo en Palacio
Columna

Un aprendiz de brujo en Palacio

En el El aprendiz de brujo, J. W. Goethe cuenta la historia de un hechicero que se dedicaba al estudio de las fórmulas mágicas. Un día el hechicero le encomendó a su ayudante limpiar algunas habitaciones pero le prohibe entrar a su estudio. Este lo desobedece, entra al estudio e intenta hacer magia para que la escoba y el balde de agua limpien solos el lugar, pero su incapacidad y las fuerzas que liberó provocan un desastre. 

En la vida y sobre todo en la política, sobran los aprendices de brujo que detonan con sus acciones fuerzas que finalmente no pueden controlar y terminan de una u otra forma devorándolos. Es una forma de recordarnos que la vanidad, la falta de moderación, la ignorancia y la ambición suelen generar calamidades.

En este caso son tanto el hechicero como el aprendiz, el presidente López Obrador y su vocero, Jesús Ramírez, los que con su poca sapiencia, mucha vanidad y nada de moderación, convirtieron un reportaje del New York Times que no pasaba de ser la continuación de uno anterior, en una noticia de enorme repercusión nacional e internacional. Y cuando en una acción insólita el presidente López Obrador dio a conocer el teléfono privado de la corresponsal del NYT, cuando cuestionado sobre la ilegalidad de hacerlo dijo que por encima de la ley estaba su dignidad, cuando ante el riesgo dijo que mejor los periodistas “le bajaran una rayita” y que si la corresponsal tenía problemas que cambiara su teléfono, generó un desastre político.

Vamos por el principio. El NYT no violó norma periodística alguna, al contrario. Fuentes del gobierno estadounidense le dieron información sobre investigaciones de un tema que tiene preocupados a funcionarios del otro lado de la frontera desde hace tiempo: la relación del gobierno del presidente López Obrador con el crimen organizado. Esa sospecha se alimenta de hechos: la liberación de Ovidio, el saludo a la mamá del Chapo, la estrategia de abrazos y no balazos, la forma desconcertantemente respetuosa con que el presidente se refiere a los criminales, la falsa narrativa respecto a que la violencia y la inseguridad han disminuido y la inacción ante el creciente empoderamiento criminal. 

El NYT con esa información hizo lo que se debe hacer: enviar una carta a la oficina de comunicación social de la presidencia para pedirle su opinión sobre lo que se publicaría en los días siguientes. López Obrador, indignado, lo que decidió es divulgar la carta, presentándola como una agresión a su dignidad y a la soberanía. Horas después el NYT publicó el artículo y lo colocó en la primera plana con foto incluida. Un vocero del gobierno estadounidense se limitó a decir que no había investigación en curso contra el presidente. 

Ahí tendría que haber muerto el tema. Pero el propio Presidente insistió, se victimizó, dramatizó y no aceptó error alguno, al contrario, en la divulgación de la información personal de la corresponsal y desató el caos. La vocera de la Casa Blanca, Karine Jean Pierre tuvo que tomar partido y lo hizo obviamente a favor de sus medios. Declaró que “es importante que la prensa pueda informar libremente de temas que son importantes para el pueblo estadounidense y de una manera en la que se sientan seguros y protegidos, no acosados o atacados. Esto es algo que obviamente rechazamos”. You Tube retiró esa mañanera de sus páginas porque “violaba leyes de protección de datos personales”. El INAI inició una investigación y horas después comenzaron a difundirse telefonos personales, comenzando por el de José Ramón, el hijo mayor del presidente López Obrador, que se quejó amargamente de que se había vulnerado su privacidad, lo mismo que había hecho su padre con la corresponsal y con muchos otros comunicadores a lo largo de estos años. Siguieron los teléfonos de Claudia Sheinbaum, de Jesús Ramírez, e incluso de Xóchitl Gálvez. 

Como siempre hay alguien que quiere superar el ridículo y la lambisconería. El sábado y en medio de esa crisis, mientras un presidente fuera de sí visitaba Sinaloa, el gobernador Rubén Rocha no tuvo mejor idea que pedirle que le encontrara “una curvita a la ley para reelegirse”. Es lo que necesitamos a tres meses de las elecciones: alentar una inconstitucional reelección presidencial. El gobernador Rocha podría haberse ahorrado la “curvita” y llamar mejor a un golpe de Estado.

Es un desastre propiciado por la ignorancia pero también alentado por ella. En Palacio creen que todo lo que sea polarización les ayuda. Y no sólo en el ámbito interno sino también en una incomprensible confrontación con EU. No sé si el presidente López Obrador siente débil a Joe Biden, si está apostando por Donald Trump (y por eso se recarga también en Vladimir Putin) o si simplemente, como en otros temas, cree que vivimos en 1960, apoyando abiertamente a Cuba y Venezuela, incluso demandando mejores relaciones de EU con esos dos regímenes como condición para mejorar la crisis migratoria. 

El dato duro es que las exportaciones mexicanas a Estados Unidos rondan en los 500 mil millones de dólares al año y las remesas en 67 mil millones, que tenemos un tratado de libre comercio fundamental para el presente y el futuro y que tendrá que ser revisado en 2025-26 y que le guste o no al presidente somos parte de América del Norte.

Nada vulnera más la dignidad y la soberanía que la soberbia, la indulgencia con el crimen organziado, la no preservación de nuestras fronteras, el apoyo a dictadores que violan los más elementales derechos humanos e internacionales. Se siembra, insistimos, lo que se cosecha. Y hoy, sea verdad o no, la desmesura de Palacio ha colocado el tema de la relación con el narcotráfico en la agenda mediática internacional.

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