En la celebre película de los años 90 Wag The Dog, protagonizada por Dustin Hoffman y Robert de Niro, dirigida por Barry Levinson, un presidente de Estados Unidos es acusado de abusar sexualmente de una menor a diez días de las elecciones. La Casa Blanca contrata a un especialista en crisis para desviar la atención del escándalo y entonces, para distraer a la opinión pública, se le declara la guerra a Albania, un país del que la mayoría no conoce siquiera de su existencia y que no refleja riesgo alguno real. La guerra es sólo de papel y de imágenes de movilizaciones militares, pero se logra el objetivo: el presidente es reelegido.
La crisis con Ecuador parece haber sido generada intencionalmente en ambos países. Lo que hizo el gobierno de Daniel Novoa es inaceptable desde cualquier punto de vista: jamás en el época actual una sede diplomática había sido allanada para detener a alguien refugiado en ella. El ex vicepresidente Jorge Glass no era tampoco un perseguido político, está acusado por delitos económicos y corrupción. Ecuador tenía que presentar su acusación y el gobienro mexicano tendría que responder a ella. Tomar la embajada para llevarse a este sujeto no tiene antecedentes: ni Pinochet durante el golpe militar se atrevió a ingresar a la embajada de México donde se refugiaban decenas de opositores; en Argentina, la dictadura militar dejó encerrados en la embajada de México al ex presidente Héctor Campora y a Juan Manuel Abal Medina durante años. En ambos casos se puso cercos en torno a las embajadas pero nunca se ingresó en ellas.
El presidente López Obrador también se ha equivocado en forma lamentable en su relación con los países de América latina y en este caso con Ecuador. No es verdad como dijo el miércoles pasado el presidente López Obrador que el asesinato del candidato opositor en Ecuador, Fernando Villavicencio, fue producto de una conjura para que no ganara la candidata de Rafael Correa los comicios en ese país. Luisa González iba arriba en las encuestas pero con apenas 30 por ciento de los votos, y detrás había varios candidatos, incluyendo a Villavicencio, un ex periodista que había sido perseguido por Correa y que exhibió la enorme corrupción del gobierno de éste, y que también documentó como el entonces mandatario fue el que abrió, con acuerdos explícitos, el territorio de Ecuador a las FARC y de la mano con ella a grupos criminales colombianos y al cártel de Sinaloa. Villavivencio había sido amenazado de muerte por los grupos ecuatorianos del cártel de Sinaloa y ellos lo asesinaron. Aquí el presidente López Obrador, apenas unas horas después del crimen y pese a la información que llegaba de Ecuador dijo que “no había elementos para culpar de ese crimen al cártel de Sinaloa”. Una declaración incomprensible de un jefe de Estado defendiendo a un cártel.
La candidata de Correa se quedó con el 30 por ciento que tenía y se tuvo que ir a una segunda vuelta (un mecanismo electoral que sería imprescindible tener en México) donde ganó por muy amplio margen Daniel Novoa. No hubo ninguna conjura como dijo López Obrador en torno a ese resultado, como no lo hubo para que Javier Milei le ganara a Sergio Massa en Argentina.
Las relaciones del presidente López Obrador estaban ya tensas con el gobierno de Novoa porque Rafael Correa que desde que dejó el gobierno está exiliado en Bélgica, en realidad pasa largos periodos en México donde opera su grupo político aliado con sectores de Morena, y ex funcionarios suyos participan del gobierno federal y en el partido en distintas posiciones sobre todo de manejo de redes.
Recordemos además que Correa fue quien le dio asilo durante años a Julian Assange, a quien el presidente López Obrador ha defendido una y otra vez. Para algunos Assange es un defensor de la libertad de expresión, para el gobierno de Estados Unidos es un personaje que realizó espionaje el servicio de Putin, interviniendo ilegalmente en las elecciones que llevaron al poder a Trump. En cuanto dejó Correa el poder, el gobierno de Ecuador entregó a Assange a Gran Bretaña (estaba en la embajada en Londres) para que allí se decidiera su extradición a Estados Unidos (tenía también un proceso en Suecia acusado de abuso sexual contra dos mujeres).
Lo cierto es que el enfrentamiento estaba planteado desde que asumió Novoa, que a su vez, con el desplante de la toma de la embajada, ejecutó una acción de fuerza buscando fortalecerse internamente. Fue un error y un despropósito.
Por su parte, el presidente López Obrador ha olvidado aquello de la no intervención y ha dejado un lastre desastroso en la relación con la región. Nos hemos peleado con Bolivia, con Perú, con Ecuador, hemos intervenido abiertamente en los proceso políticos de esos países y en los de Colombia, Argentina, Chile. El presidente se indigna con Novoa, que más allá de sus errores es un presidente elegido libre y democráticamente, y sólo tiene elogios para el régimen de Díaz Canel en Cuba, de los Ortega en Nicaragua o de Nicolás Maduro, en Venezuela, que para las elecciones de julio próximo inhabilitó a todos los candidatos opositores de significación, sobre todo a María Corina Machado, que le ganaba ampliamente en todas las encuestas.
Maduro a unos no los deja participar en los comicios, a otros los metió a la cárcel o los mandó al exilio. Y otros mueren extrañamente. López Obrador opina hasta de las elecciones en Estados Unidos y toma partido, pero sobre Maduro ni una palabra, ni una crítica, al contrario, lo financiamos.
Vamos pues a la guerra con Albania, perdón con Ecuador.