Estados Unidos, nuestro principal socio comercial, el país con el que tenemos un intercambio comercial anual de más de 800 mil millones de dólares, de donde provienen unos 60 mil millones de dólares en remesas cada año, al que están unidas no sólo nuestras cadenas de producción sino también las redes sociales y familiares que unen a más de 30 millones de personas de origen mexicano que viven en ese país, nos envía señales contradictorias, tanto como lo son las actitudes que tenemos en México con nuestros vecinos del norte.
Las oportunidades son inmensas pero los problemas también. Las demandas por incumplimiento de los compromisos asumidos en el TMEC no abarcan ya sólo la energía, sino también la agricultura (ahí está la suspensión, ayer reanudada, de las exportaciones de aguacate y mango, aunque ello fue derivado en realidad de un tema de seguridad en Michoacán), el comercio, las telecomunicaciones, la biotecnología, los equipos médicos, los alimentos, el manejo de aduanas, el ciberespacio, la industria automotriz, la creciente presencia china en México. Sumemos a eso el tema migratorio, clave de cara a las elecciones de noviembre próximo (Trump lo hizo más que evidente en el reciente debate con Biden) y junto con él, está el del tráfico de fentanilo ilegal, que mata a más de cien mil estadounidenses al año.
En medio de esas crisis o conflictos simultáneos, está el tema de la seguridad con el telón de fondo de la migración y el tráfico de fentanilo, pero hay mucho más: Rusia, Cuba, Venezuela y la relación con China, que crece en medio de la guerra comercial de este país con Estados Unidos y su implicación en el tráfico de fentanilo.
En el congreso estadounidense, sobre todo entre los republicanos, pero también en algunas áreas del partido demócrata, existen iniciativas muy controvertidas respecto a México. Están las que proponen, en distintos tonos pero con un mismo objetivo, declarar como terroristas a los grupos criminales en nuestro país, con todas las implicaciones que ello conllevaba desde controles financieros hasta hipotéticas acciones militares en contra de esos grupos. Hay iniciativas para reforzar sanciones a quienes colaboren o negocien con esos grupos criminales, diseñadas particularmente para gobernantes que caigan en ese tipo de prácticas: lo acaban de advertir abiertamente en la condena que se le aplicó al ex presidente de Honduras, Juan Antonio Hernández.
Y ahora se aprobó en la cámara de representantes, con motivo de la discusión del presupuesto militar, uno de los objetivos de las alas más duras del partido republicano, una iniciativa que ordena quitar a México del Comando Norte de la Defensa de ese país e integrarlo al comando Sur. Si se concretara ese movimiento significaría literalmente enviar las relaciones de seguridad con México a una suerte de segunda división, a un comando sur donde la colaboración y el intercambio militar es mucho menos orgánico.
Después de los atentados del 11 de septiembre del 2001, la Defensa de los Estados Unidos dividió el mundo en varias zonas, comandos en el léxico militar, para garantizar la seguridad de su país. El más importante es el Comando Norte, donde participan Estados Unidos, México, Canadá y Bahamas. Es el encargado de la seguridad interior de la Unión Americana y en él participan sus socios comerciales y vecinos en forma directa. Ser parte del Comando Norte implica responsabilidades y beneficios: desde una comunicación especializada hasta la participación de militares mexicanos en áreas técnicas y de operación en distintos ámbitos, entre ellos la base en Colorado del Comando Norte, su centro de operaciones.
Por pertenecer al Comando Norte en caso de un hipotético ataque regional (por ejemplo nuclear) estamos bajo el paraguas de la defensa estadounidense. Ese esquema de protección y colaboración que brinda el Comando Norte, junto con el TMEC y otra serie de instituciones menos conocidas pero muy eficientes, es lo que nos configura como la región de América del Norte, con lazos económicos, comerciales, sociales, de seguridad y militares. Salvando todas las dierencias, obvias y notables, es algo similar al eje articulador que tienen los países de Europa con la OTAN y la Unión Europea. No es lo mismo, es un símil, pero ese es el sentido.
Esa iniciativa implica un gesto de profunda desconfianza en el rumbo que puede seguir México en el terreno estratégico y geopolítico.
Salir del Comando Norte, nos dejaría fuera de una situación privilegiada y podría significar el prólogo de una hipotética salida de instrumentos comerciales como el TMEC, pero sobre todo alejarnos de lo que es el destino estratégico del país: ser parte de América del Norte. No pasará esa iniciativa porque ya ha sido rechazada por la Defensa estadoundiense, por la Casa Blanca, y no tendrá los votos en el senado, pero después de los comicios de noviembre y con una nueva administración en la Casa Blanca desde el próximo 20 de enero todo puede pasar.
Nuestro destino estratégico no es América latina, es América del Norte. La principal relación en términos de seguridad entre México y Estados Unidos hoy se da de ejército a ejército, una relación estrecha y eficiente, aunque poco publicitada. Degradarla por desconfianza y considerar a México como parte del comando sur en lugar del Norte, sería un golpe mortal para esa relación especial y podría ser un detonante en cadena para muchas otras instancias.