Trump, Marcelo y lo que viene
Columna

Trump, Marcelo y lo que viene

No es la primera ni la única vez que Donald Trump se vanagloria de que en el tema migratorio le sacó todo lo que quiso a México. Lo ha dicho mil veces, siendo presidente y terminada su gestión. Lo dijo en el primer debate con Joe Biden (que ayer ya quedó fuera de la contienda) y lo sigue diciendo en campaña. Y lo dice porque en buena medida es verdad, aunque sea una verdad a medias.

Es evidente que Trump se refería a Marcelo Ebrard con lo del IQ bajo, etc. Pero para nuestro país lo más grave no es el supuesto agravio al ex canciller y próximo secretario de economía, es la forma en la que Trump piensa que será la relación con México y cómo la establecerá con base a amenazas. 

La administración López Obrador y en su momento la de Peña Nieto, se equivocaron y mucho con Trump. 

Peña Nieto lo recibió como candidato en Los Pinos, sin haber concertado una visita similar con su entonces oponente Hillary Clinton, cuando Trump amenazaba con el muro y la deportación masiva de migrantes, cuando decía en sus discursos que los mexicanos eran asesinos y violadores. Esa visita marcó el tono de la relación.

Eso sirvió para derrumbar la popularidad de Peña, aumentar la de Trump y para que Luis Videgaray, que fue quien gestionó aquella visita, tuviera una buena relación con el yerno de Trump, Jared Kushner y que se abriera la renegociación del TLC que terminó ya en el gobierno de López Obrador, en el nuevo TMEC, que tendrá que volver a ser revisado en 2026.

López Obrador actuó también a la defensiva con Trump. El presidente, que como candidato incluso había escrito un libro muy duro contra Trump, cuando llegó a Palacio Nacional creyó que lo podía presionar abriendo las fronteras. Con Alejandro Encinas como subsecretario (la gestión de Encinas tanto en el tema migratorio como en Ayotzinapa ha sido costosísima para el gobierno de López Obrador) se decidió abrir las fronteras y llegaron las primera oleadas migratorias, que tuvieron enorme repercusión mediática en Estados Unidos.

Trump respondió con amenazas, como lo dijo en su discurso, como lo había dicho antes y como también lo cuenta con detalle el ex fiscal William Burr en su libro de memorias, y el presidente López Obrador decidió que podía hacer cualquier cosa menos pelearse con Trump, dio un giro de 180 grados, envió 27 mil soldados y guardias nacionales a la frontera y aceptó, con otro nombre, jugar el papel de tercer país seguro con los migrantes y solicitantes de asilo.

Desde entonces hemos dicho que esa decisión no debía entenderse solamente como respuesta a una exigencia de Trump, era también una necesidad de la la seguridad nacional de México. Ningún país del mundo puede tener fronteras completamente abiertas, con ingreso de cientos de miles de personas de todo el mundo sin tener siquiera un control migratorio eficiente. Menos cuando compartimos una frontera de tres mil kilómetros con Estados Unidos. Era una exigencia de Trump pero también era una respuesta a una necesidad de política interior. Se había cometido un grave error y era necesario subsanarlo. Pero esta administración es incapaz de asumir que ha cometido errores. Entonces se optó por disfrazar decisiones. Demás está decir que desde entonces Trump dice que el muro lo hicieron los soldados mexicanos y lo paga México. En parte tiene razón.

López Obrador fue más allá. En plena campaña del 2020 voló a Washington para estar con Trump en la Casa Blanca en lo que fue interpretado como un apoyo explícito su campaña. Actuó, vaya paradoja, exactamente igual que Peña Nieto, al que tanto criticaron por haber recibido cuatro años antes a Trump en Los Pinos.

El único endurecimiento de López Obrador con Trump se dio con la detención del general Salvador Cienfuegos: a pesar que en las primeras horas la celebró, luego de una intensa presión militar y política exigió su liberación y finalmente la logró. Trump había perdido en esos días la elección.

Después del fallido atentado, en el primer gran mitin después de la Convención republicana, y ya con Trump de candidato y con otro duro  crítico de la política migratoria como J.D. Vance como vicepresidente, retomó el tema y ya nos debe quedar claro que migración y fentanilo serán capítulos centrales de su campaña y si el 20 de enero llega a la Casa Blanca de su gobierno. A eso hay que sumarle, porque en su lógica está relacionado, el tema de China y de la industria automotriz, incluyendo la exportación de automóviles chinos a los Estados Unidos. Trump y Vance amenazan con aranceles y eso se cruzará a su vez con la revisión (que para Trump es renegociación) del TMEC en 2025-2026.

No me gustó la respuesta inmediata que tuvieron Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard cuando se comenzó a difundir lo dicho por Trump en el mitin del sábado. En primer lugar porque cayeron en la mentira de que el agravio personal era para Marcelo sin entender que el destinatario era Biden. Pero hay que ir más allá: lo que debemos tener es otra política, diferente a la que tuvo López Obrador, ante la posibilidad de que Trump regrese al poder. 

Un Trump de regreso y más radicalizado será también mucho más duro en una relación bilateral que hoy con migración y fentanilo, pero también con industria automovilística, relocalización de empresas, energía, agricultura, todo será  mucho más complejo. 

Insistimos: se requerirá una agenda que diversifique las políticas y mayor capacidad de interlocución y operación. Y para manejar esa agenda debemos tener una presidenta presente, política y personalmente, en la Unión Americana, sin apostar por algún candidato (esa siempre ha sido mala idea) pero con presencia personal en Estados Unidos.