España, rencores e ignorancia
Columna

España, rencores e ignorancia

La absurda crisis con España es el digno epílogo de un sexenio que tuvo una política exterior en el mejor de los casos errática, contradictoria y marcada por los amores, odios y rencores de un presidente que nunca comprendió el papel que juega, o jugaba, México en el mundo. 

López Obrador es un hombre que prácticamente no ha salido de México: jamás estuvo, ni antes ni ahora, aunque fuera algunas semanas en otros países y sus viajes como presidente han sido mínimos. Con el argumento de que la mejor política exterior es la interior (tan representativa de su cosmovisión como aquella de que para ser un buen funcionario se necesita un 90 por ciento de lealtad y un 10 por ciento de capacidad) despreció todas las cumbres internacionales, no asistió a ninguna, ni del G20, ni a las ampliadas del G7, ni a las cumbres climáticas, ni a Davos, ni a ningún foro internacional, tampoco participó en estos seis años en la asamblea general de las Naciones Unidas. 

Sí fue dos veces en visitas de un día a Estados Unidos, la última para apoyar a Trump en la campaña de 2020. Tuvo una corta gira por América Central donde la única escala significativa fue en Cuba, un régimen político que dice admirar, no fue a América del Sur ni a Europa, tampoco a China o los países asiáticos. En realidad, puede hablar del sistema de salud de Dinamarca y aconsejar desde la mañanera a mandatarios y países, pero no conoce ni el mundo ni a la mayoría de los mandatarios mundiales.

Lo de España es una suma de rencores e ignorancias. Yo no sé qué complejos heredó el presidente respectos a sus orígenes españoles. Un 11 de marzo de 1893, nació su abuelo José Obrador Revuelta, en una casa cuartel de la Guardia Civil en Ampuero, Cantabria. A los 14 años zarpó hacia América a buscar a sus dos hermanos que habían partido antes. Estuvo un tiempo trabajando en La Habana y terminó tiempo después en Veracruz. Incluso antes de tomar posesión López Obrador hizo una corta visita a Cantabria, y a su toma de posesión llegó Felipe VI y la primera visita de Estado fue la de Pedro Sánchez, pero López Obrador desde entonces comenzó a exigir, tanto a España como al Vaticano, que se disculparan públicamente por lo ocurrido 500 años antes con la conquista (que él llama “la invasión de México”, aunque México no existió hasta 300 años después). Ni España ni el Vaticano (tampoco el gobierno de Austria, por lo del penacho de Moctezuma) contestaron públicamente esas reclamaciones sin sentido. Pero desde entonces una y otra vez el gobierno de López Obrador agredió a la corona española, a las empresas y al gobierno de ese país, extrapolando la situación siempre a cinco siglos atrás. 

La versión lopezobradorista de la llegada de los españoles a América es tan simplista como la idealización que hace de los pueblos indígenas, pero más allá de eso estamos hablando de hechos que ocurrieron cinco siglos atrás y cuya consecuencia son sociedades mestizas y con un altísimo porcentaje, como el propio López Obrador, de origen español y europeo. No entender que todos los países latinoamericanos tenemos ese origen es no entender siquiera quiénes somos y de dónde venimos.

La disculpa que pide López Obrador ya la dio el padre de Felipe VI, el rey Juan Carlos I, en los años 90 en una cumbre iberoamericana, la de 1992, que, por cierto, me tocó cubrir. Pedirle a Felipe VI que reitere ese gesto, no tiene sentido diplomático alguno. Tampoco es verdad que el enojo es porque no le contestaron una carta: el mandatario lleva dos cartas enviadas al presidente Biden desde la caída del Mayo Zambada y de Joaquín Guzmán López pidiendo explicaciones al gobierno de Estados Unidos y tampoco le han contestado y por más enojo que ello le provoque no desinvitó a Biden a la ceremonia de toma de posesión. Tampoco han roto relaciones con el Vaticano que también ignoró aquella carta de pedido de disculpas públicas.

Es ridículo, además, porque han invitado a un dictador con orden de captura internacional como Vladimir Putin; invitaron a otro paria como Nicolás Maduro; invitaron a Daniel Ortega, pero ignoran a un estado que desde la caída del franquismo ha sido un ejemplo democrático en el que se han inspirado para sus transiciones democráticas la mayoría de las naciones latinoamericanas. La corona es la cabeza del Estado español y ese reconocimiento fue una de las bases de la reconstrucción democrática de España en el post franquismo, reconocida por todos los partidos políticos de entonces, comenzando por el partido comunista español, que tanta influencia tuvo en el partido comunista mexicano.

Lo que sucede es que la relación del presidente López Obrador no es con el PSOE ni con SUMAR, mucho menos con el PP, sino con Podemos, una expresión ultra y minoritaria de la izquierda española, estrechamente ligada a Hugo Chávez (que financió su creación) y ahora a Nicolás Maduro. Uno de sus principales teóricos es Juan Carlos Monedero, un hombre con muy fuerte influencia en la familia presidencial y en los sectores más intransigentes de Morena. 

España no sólo es el país más cercano a los mexicanos, es también nuestro segundo socio comercial, con miles de millones de euros de inversiones en México, es la llave para la renovación del acuerdo comercial con la Unión Europea, es un país a donde viajan y en  donde viven millones de mexicanos, un país del que hemos recibido un exilio que enalteció nuestra política exterior en el cardenismo y que dejó un legado invaluable en nuestro país.  Este rompimiento absurdo con España es una de las tonterías más grandes cometidas en este sexenio.