La presidenta Claudia Sheinbaum comenzó mirando, para estar apenas en su primer día de gobierno, demasiado al pasado. En sus discursos de toma de posesión volvió a responsabilizar a los neoliberales, a Calderón, a Zedillo, a Salinas de Gortari de muchos de los problemas del país que existían pero que no se pudieron solucionar, o empeoraron, durante la administración López Obrador.
Por la fecha era inevitable que en su primera mañanera se refiriera a lo sucedido el 2 de octubre del 68 en Tlatelolco, y en su primer acto de gobierno ofreció por decreto una disculpa pública del Estado mexicano por aquella masacre que calificó como un crimen de lesa humanidad.
Como en el caso Ayotzinapa, las historias deben cerrarse, las heridas se deben dejar cicatrizar. Sabemos qué pasó el 2 de octubre, como sabemos qué pasó en Ayotzinapa. En Tlatelolco, por supuesto que la responsabilidad final fue del presidente Díaz Ordaz, pero la responsabilidad material fue del batallón Olimpia, un grupo integrado por elementos del EMP, la Federal de Seguridad, las policías judiciales federal y de la ciudad y elementos de policía capitalina, para garantizar la seguridad en la Olimpiadas de ese año. Ese grupo se manejaba con autonomía del ejército o el Estado Mayor Presidencial, dependía de Luis Echeverría, entonces secretario de Gobernación, y estaba al mando del general Luis Gutiérrez Oropeza.
El encargado de esa operación fue Carlos Humberto Bermúdez, de la sección segunda del Estado Mayor Presidencial y segundo al mando del Olimpia. El testimonio clave para saber exactamente lo sucedido y deslindar responsabilidades, lo brindó el general García Barragán, a Julio Scherer García y a Carlos Monsivais y está plasmado en un libro excelente, Parte de Guerra. Ahí está la verdad del 68.
Con motivo del 50 aniversario de la masacre de Tlatelolco, recordábamos en este espacio a Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad: “las épocas viejas nunca desaparecen completamente y todas las heridas, aun las más antiguas, manan sangre todavía”. Algo así sucede con el 2 de octubre del 68. La represión estudiantil de ese año, sigue siendo una herida abierta, en buena medida porque es también una bandera a utilizar en las más diversas circunstancias por víctimas y victimarios. La herida social “mana sangre todavía” aunque en realidad, el 68 y la matanza de Tlatelolco hace tiempo que han dejado de ser memoria viva para convertirse en una máscara detrás de la cual muchos se pueden esconder todo tipo de intereses y narrativas.
Tras esa máscara se ocultó, por ejemplo, la responsabilidad del batallón Olimpia y de los funcionarios que lo comandaban y que ordenaron la represión del 2 de octubre en Tlatelolco. Tras esa máscara se dejó en entredicho el papel del ejército, que también fue sorprendido y engañado, cuando fueron tiroteados sus elementos por los miembros del Batallón, lo que sirvió para tratar de responsabilizar a la Defensa y a los militares de una represión que fue ordenada por los mandos civiles que controlaban el Olimpia. Con ese ataque se trató de colocar en la opinión pública la idea de los manifestantes como instigadores de la violencia, una imagen que se disolvió también porque convenía mucho más que el ejército cargara las culpas que le correspondían al Olimpia y sus mandos. Uno era el presidente en funciones, el otro, su sucesor.
Algo similar sucede hoy con el caso Ayotzinapa. No fue un crimen de Estado, sino algo más prosaico, más real, más cotidiano y quizás más terrible: el secuestro y muerte de 43 jóvenes por una disputa entre dos cárteles del narcotráfico que tenían, cada uno de ellos control sobre autoridades municipales, incluso estatales y sobre distintos grupos de poder local.
Es mejor que todo quede en el mito, que no se resuelva, aunque se tiene la información necesaria para deslindar responsabildiades y saber qué fue lo que realmente sucedió. Es mejor que todo quede en esa bruma histórica de la que se forman los mitos. Como de la lucha contra una “dictadura conservadora“ donde se ignora, concientemente, un proceso de transición democrática pacífica que se desarrolló durante más de 30 años, que construyó instituciones, garantizó libertades y permitió alternancias políticas, olvidando que esa transición, esas instituciones, esas normas se crearon a partir de la reforma política de Jesús Reyes Heroles, en 1977, y que por esa transición hoy tenemos una mujer de izquierda en la presidencia de la república. Y es que los mitos se venden mejor que la realidad.
Claudia en Acapulco
El puerto de Acapulco, lo mismo que otras zonas de Guerrero, han quedado destrozados por el huracán John cuando apenas se estaban recuperando de los terribles daños que provocó Otis. Ayer, ahora sí mirando hacia el presente y el futuro, la presidenta Sheinbaum estuvo en Acapulco, acompañando a la gobernadora Evelyn Salgado y a los encargados del rescate y planteó los elementos base para la reconstrucción del puerto, que deberá realizarse a partir de un profundo reordenamiento urbano.
La federación, el estado, los municipios deberán tener recursos y disciplina para hacerlo, y la seguridad pública debe ser prioritaria para ello. La gobernadora Salgado había avanzado mucho en la reconstrucción después de Otis pero el huracán John demostró que con el cambio climático, este tipo de fenómenos se repetirá y por ende la reconstrucción y el reordenamiento deben ser más profundos e intensos.