Vaya paradoja, más allá de declaraciones, posturas políticas, historias de crímenes y traiciones, hoy la presidenta Claudia Sheinbaum se encuentra con una coyuntura, con un desafío, muy parecido al que le tocó vivir al presidente Felipe Calderón entre 2007 y 2008 y que detonó la violencia criminal en México. Un desafío similar pero potenciado por un empoderamiento criminal como no lo habíamos visto nunca antes, consecuencia directa de muchos factores, pero sin duda también de la fallida estrategia de abrazos y no balazos.
En aquellos años estalló el cártel de Sinaloa que estaba encabezado por Joaquín El Chapo Guzmán, Ismael El Mayo Zambada y por quien muchos consideraban que era el verdadero cerebro de aquella organización, Juan José El Azul Esparragoza. Los hermanos Beltrán Leyva se había constituido, junto con Ignacio Nacho Coronel, en los operadores privilegiados del cártel con un amplio control en varias zonas del país. Los Beltrán en Sonora, Guerrero, Morelos y ciudad de México; Coronel en Jalisco, Colima, Michoacán. Un tercer actor de menor peso, pero influyente, era Vicente Carrillo, hermano del fallecido Amado Carrillo, el señor de los cielos, que controlaba Ciudad Juárez.
Todos se manejaban con autonomía porque el cártel de Sinaloa era más bien un holding, con emprendimientos separados pero un mando central. Pero los Beltrán quisieron un lugar en esa mesa de mando, lo mismo que los de Juárez. Los líderes del cártel decidieron asesinar en Culiacán al hermano menor de Amado y Vicente, Rodolfo Carrillo, y, casi simultáneamente, fue detenido uno de los hermanos Beltrán Leyva, el Mochomo, una acción que éstos atribuyeron a una traición sobre todo de El Chapo.
Eso es lo que desató la verdadera guerra: los Beltrán se aliaron con Juárez y con un grupo emergente y terriblemente violento, los Zetas, en contra de los jefes de Sinaloa, que mantuvieron su alianza con Coronel y, muerto éste en un enfrentamiento, con sus sucesores, que venían del cártel del Milenio, y que primero se hicieron conocer como los matazetas y luego se convirtieron, con cada vez mayor autonomía, en el Cártel Jalisco Nueva Generación. La historia posterior la conocemos.
Hoy, cuando están a punto de cumplirse tres meses de la detención de Ismael El mayo Zambada y del hijo del Chapo Guzmán, Joaquín Guzmán López, se ha impuesto otra vez una historia de traiciones recíprocas que iniciaron con el testimonio de Jesús y Vicente Zambada, hermano e hijo de El Mayo en el juicio de El Chapo, y concluyeron con los hechos del 25 de julio pasado.
Desde entonces, el cártel de Sinaloa que había vencido en aquella guerra contra los Beltrán, Juárez y Zetas, se volvió a romper y los mayos y los chapitos compiten, no por una plaza, sino por la reconfiguración del crimen organizado en el país. Los encabezan los hijos: Ismael Zambada Sicairos e Iván Archivaldo Guzmán. Y ambos han reconstruido sus alianzas: el Mayito Flaco con sus socios de Baja California, los Rusos; con los Salazar, en Sonora y Chihuahua; con los herederos de los Beltrán Leyva, encabezados por el Chapo Isidro; con los de Caborca, de Caro Quintero y se asegura que también con el hermano de El Chapo, Aureliano.
Se ha difundido ampliamente la versión de que los chapitos han logrado un acuerdo con el CJNG, luego de una reunión que mantuvieron sus operadores en un rancho de Nayarit, para combatir a los mayitos. El acuerdo sería respetar las zonas de hegemonía de cada uno de ellos en el norte y el sur del país respectivamente y deshacerse de sus adversarios. La versión, no confirmada, suena muy verosímil y cuenta con muchos datos, aparentemente duros.
Se confirme o no, pero mucho más si se confirma, estaremos no ante un estallido sino ante un ciclo como el que inició en el primer año de Calderón, de altísima violencia, potenciado, insistimos, por el empoderamiento criminal que le permite a estos grupos controlar amplias zonas del país y participar en muchos ámbitos muy distintos al narcotráfico en sí. Hoy operan desde temas económicos y comerciales hasta en la extorsión, pasando por el tráfico de gente, además del mucho más lucrativo tráfico de fentanilo, sin haber abandonado las metanfetaminas, los opiacios y la cocaína.
La presidenta Sheinbaum que ha presentado una estrategia que promete un enfrentamiento a esos grupos criminales con políticas mucho más intensas y efectivas que las de López Obrador, se encontrará en estos meses con la misma disyuntiva que tuvo entonces Calderón: combatir o no a esos grupos. Han pasado casi 18 años, esperemos haber aprendido algo. Pero las opciones son las mismas.
Ciro
En el gremio periodístico somos un poco raros: el resultado del trabajo es colectivo, en prensa, radio, televisión, pero el esfuerzo suele ser individual. Por eso a veces no se termina de reconocer el esfuerzo de muchos colegas. En el pasado sexenio el periodismo estuvo bajo presión y a veces bajo fuego. Muchos periodistas fuimos de una u otra forma presionados o agredidos, pero creo que ninguno como Carlos Loret, Joaquín López Dóriga y sobre todo Ciro Gómez Leyva, que sufrió, además, un atentado que le pudo haber costado la vida. Ciro concluye hoy un ciclo tanto en Imagen como en radio Fórmula que no dudo en calificar como uno de los más exitosos del periodismo de los últimos años. Lo continuará en ambas empresas con diferentes proyectos, pero concluye una etapa de un trabajo personal y profesionalmente ejemplar. Le deseamos el mayor de los éxitos.