La relación de colaboración en términos de seguridad no se puso “en pausa” después de la caída de El Mayo Zambada y Joaquín Guzmán López el 25 de julio pasado. Se detuvo desde principios del 2024, probablemente antes, y se debió a que el presidente López Obrador acabó con la misma. Es lo que afirmó ayer el embajador Ken Salazar aceptando, públicamente, lo que ya todos sabemos: que la estrategia de abrazos y no balazos fue un fracaso rotundo, en el que mucho tuvo que ver el rechazo del ex presidente a colaborar con nuestro vecinos y principales socios comerciales.
Se comprende con las declaraciones de Salazar, que en absoluto fueron espontáneas, porqué Estados Unidos no ha informado a México qué sucedió con la caída de El Mayo y el Chapito, o cómo están evolucionando los procesos contra ellos, contra Ovidio Guzmán, el Nini y otros narcotraficantes en la Unión Americana. Se puede entrever también el largo resentimiento de la administración Biden con López Obrador, al que consintió durante los cuatro años en la Casa Blanca a pesar de que Biden nunca recibió el apoyo que esperaba de Palacio Nacional ni siquiera para reconocer a tiempo su triunfo.
Un gobierno que no colaboró en términos de seguridad ni tampoco plenamente de migración (2023 fue un año que le costó muchísimo a Biden en términos de migratorios), que no asumió corresponsabilidad con sus principales socios, a los que agravió de muchas formas, desde boicotear la cumbre de Los Angeles (el principal esfuerzo que hizo Biden con América latina) hasta apoyar abiertamente a Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Si las palabras de Salazar les han parecido duras en el oficialismo que esperen la llegada de Marco Rubio al departamento de Estado, de Tom Horman como zar de la frontera o de Stephen Miller como responsable político de la Casa Blanca de Trump.
La seguridad y la migración, que manejan los grupos del crimen organizado, lo mismo que el tráfico de fentanilo, serán temas prioritarios para la administración Trump: todo su equipo de seguridad, desde el primero hasta el último, adelantado apenas una semana después de las elecciones, está formado por mujeres y hombres de las alas más duras de su movimiento y todos se han declarado partidarios de posiciones muy rígidas con México.
Decíamos el lunes que México no puede, como algunos piensan en la 4T, envolverse en la bandera de una falsa soberanía y pensar que tener distancia con Estados Unidos nos puede beneficiar, argumentando incluso que las medidas que pueda tomar uno u otro país son equivalentes, por ejemplo, en el tema de los potenciales aranceles. México coloca en la Unión American más del 80 por ciento de sus exportaciones, recibe más de 60 mil millones de dólares anuales de remesas que envían unos 13 millones de paisanos que viven, con o sin papeles, en la Unión Americana. Somos el principal socio comercial de Estados Unidos, pero nuestras exportaciones son poco más del 17 por ciento de todo lo que importa ese país del resto del mundo. Es muchísimo, pero para ellos nosotros, como país, aunque tenga un costo económico, podemos ser reemplazables; para nosotros perder el mercado estadounidense sería una catástrofe económica, política y social.
Los que se llenan la boca con la soberanía para distanciarse de Estados Unidos no comprenden que la soberanía es otra cosa: perder soberanía es no tener control sobre nuestras fronteras, perder soberanía es tener zonas del territorio nacional controladas por el crimen organizado, perder soberanía es tener 200 mil muertos y 50 desaparecidos en un sexenio y pensar que fue un éxito. Nada debilita más a un Estado nacional y debilita más su soberanía que declinar el compromiso de combatir el crimen organizado, que por definición es transnacional.
No tenemos, como país, porqué estar de acuerdo con Biden o con Trump, pero tenemos que asumir que en la tercera década del siglo XXI, las soberanías tienen límites marcados tanto por la realidad y por los mercados, como por los compromisos internacionales asumidos, que tienen un nivel constitucional. Y no tenemos ningún compromiso internacional más importante que el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, que no es un simple acuerdo comercial: es un convenio que lleva un tercio de siglo, enormemente provechoso para el país y la sociedad, que establece normas y compromisos recíprocos que se deben cumplir.
La seguridad, la migración, el tráfico de fentanilo son capítulos ineludibles en esa relación. México es parte de América del Norte. Podemos hacer como país muchas cosas, pero no la seguridad regional es prioritaria. Los hombres y mujeres que están a cargo de la seguridad en la administración Sheinbaum lo saben y por eso la propia presidenta ha dado un giro de casi 180 grados en la estrategia de seguridad.
Pero en ello la colaboración con Estados Unidos es clave para el futuro. Porque ayer habló Ken Salazar, pero ya hablará la gente de Trump y en enero comenzarán a hablar el Mayo y los Chapitos en sus juicios en Nueva York y Chicago. El desafío será, es, enorme.