En la vorágine de la administración Trump, en apenas tres semanas de gobierno, muchas
decisiones están destinadas, simplemente, a ser usardas como un factor de negociación,
otras son determinaciones que están convencidos de implementar, con o sin apoyo de otros
países, porque las consideran claves para su seguridad nacional. Los aranceles son de las
primeras medidas, la lucha contra el tráfico de fentanilo y los cárteles son de la segunda
categoría.
Era evidente, aunque aquí no se lo quisiera ver, que los cárteles mexicanos serían
considerados organizaciones terroristas y no habría forma de que Trump y su equipo de
seguridad, todos sin excepciones partidarios de esa medida, fueran a dar marcha atrás. Al
contrario, la designación de los cárteles como grupos terroristas no sólo simplifica la
narrativa, tan importante para el trumpismo, sino también lo más importante: la operación
en todos los planos contra esos grupos.
Desde aquí se podrá argumentar muchas cosas, pero lo cierto es que los cien mil
muertos al año por sobre dosis por fentanilo y otras drogas, y el deterioro que se vive en
muchas zonas urbanas por el consumo de drogas es sencillamente intolerable para la
sociedad y el gobierno estadounidense. Y es verdad que Estados Unidos tiene que hacer
muchísimo más para romper sus propias cadenas de distribución y venta de drogas, pero en
su lógica ese tráfico está alimentado por los cárteles, sobre todo mexicanos, con un
componente que en sus comunidades de inteligencia resulta indiscutible: el fentanilo es
promovido e impulsado por China como respuesta a la guerra comercial iniciada en el
primer periodo de Trump y continuada por Biden. No es muy distinta, en esa lógica, a la
estrategia seguida por China en la guerra de Vietnam, cuando inundó de drogas no sólo a
los combatientes en el sudeste asiático sino también a la sociedad estadounidense. Puede
ser una visión sesgada, pero es la que se ha impuesto y sobre todo en el tema del fentanilo
es muy verosímil.
Es por eso que Trump le encargó al Comando Norte de la Defensa estadounidense
que estableciera la estrategia para combatir a los cárteles. El Comando Norte, dentro del
que se considera a México y Canadá, es el encargado de preservar la seguridad nacional de
los Estados Unidos. El Comando Norte comenzó a manejar el tema del empoderamiento
criminal y el tráfico de fentanilo como un desafío a la seguridad nacional, cruzado con la
participación china en el tema desde el gobierno de Peña Nieto. Trump le dio toda la
responsabilidad.
Ayer, el jefe del comando norte, el general Gregory Guillot aceptó como parte de
sus nuevas responsabilidades la realización de numerosos vuelos de vigilancia sobre la
actividad de los cárteles mexicanos y de otros países, una recopilación de inteligencia que
debe ir acompañada de muchos otros instrumentos humanos y tecnológicos, nada como la
NSA en ese sentido. El General Guillot dijo, también, algo que ya había reconocido el
general Trevilla, que buena parte de esa información se comparte con las fuerzas militares
mexicanas y que ambas están cooperando en formación y operación de fuerzas especiales,
una cooperación que se ha intensificado a ambos lados de la frontera en los últimos meses.
La designación de los cárteles como terroristas, desde la óptica de Washington,
ayuda operativamente en forma notable para atacar el fenómeno desde diferentes ángulos,
desde operativos hasta económicos. México nunca ha querido aceptar esa designación,
pero, primero, no puede hacer nada para evitarlo, y segundo, es muy difícil resistirse a ello
cuando nuestros dos principales socios comerciales, Estados Unidos y Canadá han tomado
ese camino. En términos de narrativa, rechazarlo nos pone a la defensiva y fortalece la
imagen que hay que romper y que ya ha sido asumida públicamente por el gobierno de
Estados Unidos de que hay complicidad entre los cárteles de la droga con funcionarios o
áreas del gobierno mexicano, una definición que en términos políticos e institucionales es
mucho más riesgosa para nuestro país que cualquier otra que haya tomado la
administración Trump.
En la lógica de la preservación de espacios soberanos, políticos, económicos y de
seguridad, la única opción aceptable para la presidenta Sheinbaum es cooperar de lleno con
Estados Unidos en el tema entre otras cosas porque es de nuestro propio interés, adoptando
las decisiones que son las mejores para nuestra propia seguridad nacional. Hay que romper
los lazos que pudiera haber con China, en varios temas, pero sobre todo en lo concerniente
al fentanilo; lo mismo que asumir un control estricto de aduanas y pasos fronterizos y
establecer con Estados Unidos protocolos y mecanismos comunes de control para evitar
tanto el tráfico de drogas como de armas; aceptar y participar en la realización de
operaciones conjuntas de alto calado (lo que no necesariamente implica intervención en
territorio mexicano) de las fuerzas de seguridad, sobre todo militares; establecer, más allá
de lo militar un intercambio de inteligencia amplio (que ya comenzó) de la SSC de García
Harfuch con las agencias civiles estadounidenses, que por orden de la fiscal Pam Bondi, y
del propio Trump, en este tema tendrán que concentrarse en el Homeland Security (aunque
en la dinámica estadounidense cada agencia goza de relativamente amplia autonomía). Y
debe haber respuestas políticas a las acusaciones políticas. Hay personajes y tramas que
necesariamente tendrán que ser develadas y destruidas. Porque sin eso todo lo demás será
insuficiente.