Amenazas de aranceles y traiciones
Columna

Amenazas de aranceles y traiciones

Hay en la lógica de Trump, que está semana cumple apenas un mes en el poder, una suma de confusiones en las que ha metido al mundo, muy difíciles de comprender. Los aranceles son sin duda un instrumento para presionar y negociar, pero Trump y su equipo los entienden también como una forma de recaudar, por eso lo del 25 por ciento a todos los productos importados, o al acero y el aluminio. 

Son decisiones que económicamente tendrán más costos que beneficios para la sociedad estadounidense porque dispararán la inflación y afectarán la productividad de su país, y que tampoco lograrán compensar lo que quiere en el fondo Trump, que es reducir los impuestos para las grandes empresas.

Ayer sostuvo que considerará el IVA como una suerte de arancel y que a todos los países que apliquen el IVA a sus productos les cobrará un arancel extra. No tiene el menor sentido, más de 170 países cobran IVA a sus consumidores, incluyendo por supuesto Estados Unidos, que además tiene impuestos locales al consumo adicionales al IVA general. El impuesto al consumo tampoco es un arancel: el IVA es un impuesto que grava el consumo de bienes y servicios en cada etapa de la cadena productiva y no discrimina entre bienes nacionales e importados. A diferencia de un arancel, que es un impuesto específico sobre bienes importados, el IVA se aplica por igual a todos los bienes y servicios en el país donde se implementa, o sea se aplica a los consumidores de cada país, y en absoluto se aplica sólo a bienes importados. En la Unión Europea se aplica un IVA diferenciado a los productos que vienen de fuera, pero también existen mecanismos para regresar el IVA a los productores y evitar que tengan una doble tributación.

La tendencia internacional más liberal pasa por mantener y generalizar el IVA y reducir los impuestos al consumo, para gravar el primero y fomentar precisamente el gasto y el ahorro con menos impuestos a las ganancias. Lo que quiere Trump es reducir impuestos, pero no quiere reducir el gasto, sino recuperar esa reducción vía aranceles. Es una fórmula de principios del siglo XX que entonces terminó provocando la crisis de 1929.

Lo que resulta evidente es que Trump y su equipo han designado como su adversario principal a China, pero en lo inmediato sus medidas más duras van contra sus aliados, incluyendo México y Canadá, pero sobre todo contra la Unión Europea. La amenaza de los nuevos aranceles equiparándolos con el IVA es directa contra la Unión Europea, pero se liga también con la forma en que Trump ha negociado con Vladimir Putin una hipotética paz en Ucrania. 

Lo que Trump ha hecho con Ucrania es terrible: en los hechos no lo considera un país agredido; al agresor, a la Rusia de Putin, le ofrece una negociación concediendo los temas principales (que mantenga los territorios ocupados, cerca del 25 por ciento del territorio ucraniano, incluyendo la península de Crimea) antes de empezar las negociaciones y a cambio de nada; le dio a Putin talla de interlocutor privilegiado, sacándolo de su aislamiento internacional; ignoró a las autoridades ucranianas, he incluso estaría dispuesto a obligar a Ucrania a convocar a elecciones inmediatas con el poco disimulado objetivo de terminar con el poder del presidente Zelenski; ha aceptado por adelantado que Ucrania no forme parte de la OTAN, uno de los temas centrales de la agenda ucraniana para impedir futuros ataques rusos; y además, ha dicho que como Estados Unidos ha financiado a Ucrania durante la guerra (lo que es verdad muy a medias) la Unión Europea, no tiene derecho a participar en las negociaciones con Rusia. Son tantas barbaridades que es difícil comenzar por alguna. No sé a usted, pero la plática de Trump con Putin a mí me recordó el acuerdo Hitler-Stalin de repartición de Polonia en 1939.

No sólo eso, el vicepresidente J.D. Vance terminó prácticamente rompiendo con los países europeos en la reciente cumbre de Munich, donde sostuvo que la Unión Europea se está convirtiendo en una estado, imagínese usted, totalitario, porque mantiene políticas contra las agrupaciones ultraderechistas e incluso neonazis, las mismas que están impulsando el propio Vance, Elon Musk y otros personajes del entono trumpiano. Y comparó la militancia de la ecologista Greta Thunberg (una adolescente sueca, muy reconocida en ese ámbito y, para mi gusto, no siempre acertada en sus juicios y propuestas) nada más y nada menos que con las intervenciones en política electoral europea de Elon Musk, el hombre más rico del mundo y que, además, es funcionario y hombre de confianza de Trump. 

La deriva de las decisiones en torno a Musk van más allá: su oficina de Eficiencia Gubernamental, más que recortar el gasto, lo que está haciendo en realidad es acabar con todas las políticas publicas con las que Trump (y Musk) no están de acuerdo. E incluyen la exigencia de Musk de poder ingresar a la base de datos del sistema fiscal, donde se concentra toda la información privada de casi todo Estados Unidos y de cualquiera que haga allí negocios, una base de datos protegida por un riguroso sistema de acceso, a la que no entraba el propio presidente sin una causa justificada. El tema ya está en las manos de la justicia.

La idea que subyace en la actual Casa Blanca no sólo es un cambio en las relaciones globales sino también una modificación profunda del sistema de gobierno de los propios Estados Unidos. Los aranceles y todo lo demás son simples expresiones de esa intención autoritaria, proteccionista e ignorante de las relaciones globales. 

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